Y como un fantasma y después de tanto sobresalto político, se nos ha colado en nuestro adelgazado y debilitado pueblo una epidemia de meningitis purulenta. Para evitar contagios y tomando las primeras medidas, se han suprimido de nuevo las clases hasta nuevo aviso. Se ha suplicado a la población que no emigre ni a sus chacras ni a otros pueblos; que guarde calma, porque de lo contrario el mal podría propagarse más extensamente. Estamos secando colectivamente los charcos de aguas servidas que atraviesan la ciudad. Hemos recibido por avión la medicina adecuada, que está conteniendo rápidamente el mal. Eso ha evitado que la gente se muera. Solamente han muerto tres personas; la primera, un niño de once años que yo mismo llevé al hospital con la muerte subida ya en el rostro. No duró ni hora y media. Actualmente hay siete hospitalizados, pero que felizmente están respondiendo al tratamiento. Estamos en estado de emergencia y todos colaboramos. Qué pena que sólo las desgracias nos unan y nos solidaricen a todos, olvidando credos e ideologías. Es para pensarlo bien: lo que puede caber en un pueblo tan precario por los cuatro costados al que servimos. Y, sin embargo, lo que ese mismo pueblo puede sufrir y soportar: políticas, epidemias, inundaciones, huracanes, temblores… Y seguir viviendo. Y viven amando más la vida cuanto más difícil se hace… Sufro, sufro la situación de mis manos atadas. Sufro cuando mi lengua amordazada no “denuncia” lo suficiente.