¿Es bueno ser bueno?
Lo inculca la religión cristiana; pero el elogio de la bondad no se prodiga en nuestra sociedad actual competitiva. Los que piensan que la religión cristiana es algo que pertenece al pasado, no parecen encontrar una moral alternativa que inculque a los hombres y mujeres la moderación voluntaria de sus impulsos egoístas y de los comportamientos narcisistas. Y que fomente el amor al prójimo, incluso al enemigo. Y que crea en el perdón y la reconciliación.
Se ha dedicado ya mucho tiempo, mucha energía, en desacreditar la religión del amor, de la misericordia, del “como a ti mismo”, en la esfera pública. Eso no está de moda; dicen que la religión pertenece a la vida privada de cada uno; que es como un capricho, una rareza que algunos se les ocurre. Pero se ha vuelto inservible para el tren de vida actual. No hay tiempo para pensar en eso. No queda tiempo para que nadie nos recuerde que “es bueno ser bueno” como el Padre celestial; que es positivo tener sentido moral de la fidelidad, del perdón.
Afectividad y ejemplaridad
La sociedad actual nos quiere moralizar sobre todo a cerca de la igualdad económica. Nos recuerda los derechos. Hace el elogio constante de los triunfadores y victoriosos; aunque sea a costa de los perdedores. Nos muestra a los que protestan y gritan a costa de los que trabajan y crean. Parece inevitable: en la vida tiene que haber ganadores y perdedores, super-ocupados y parados, exitosos y fracasados. Como en el deporte. Parece un destino de la sociedad que vive del relato capitalista.
La situación de las relaciones humanas de amor no es ajena a esta mentalidad. Conviven los egos hinchados en todo tipo de relación: familiar, conyugal, amistad. Nadie nos recuerda que no somos el centro del mundo; que estamos referidos al otro, a los otros y a Alguien superior; que es buena la actitud de respeto reverencial, de asombro y alabanza. Que no somos dueños del mundo. Que la ejemplaridad es una dimensión importante para la sociedad; no solo la ejemplaridad en los negocios y en los impuestos, también en las relaciones de honestidad y fidelidad.
Esto es especialmente aplicable a las relaciones matrimoniales y familiares. No es extraño que el amor sea para muchos un sentimiento voluble e inestable, que no resiste el paso del tiempo ni el contraste de la rutina y el distanciamiento. Ello explica, entre otras cosas, el número exagerado de divorcios, incluso en monarquías europeas, no ya entre los pobres plebeyos. Ellas no se aportan ejemplaridad ni liderazgo moral. ¿Es más fuerte y estable el interés por el poder y el status que el amor esponsal?
En la misma senda se encuentra el creciente número de familias mono-parentales. No me refiero a las que tienen la desgracia del fallecimiento de uno de los cónyuges. Me refiero a las originadas por la decisión individual de algunas mujeres: quieren ser madres, sin tener la ayuda de un padre (al parecer las complicaciones de un marido o compañero). Un número creciente de mujeres buscan esta solución, algunas de ellas conocidas como líderes en política. Otros son parejas de lesbianas que recurren a la inseminación; o conocidos matrimonios gays que recurren a vientres de alquiler… ¿Qué sociedad y moralidad se refleja en estos hechos? ¿Es bueno ser bueno? ¿Es bueno ser egocéntrico? ¿Es la libertad personal lo único que cuenta?
Educar para la relación de amor
No parece que estas sean buenas noticias para un futuro mejor. No parece que así se construya un mundo más justo, más humano y feliz. Puede que sí se construya una sociedad de personas más individualista y egocéntricas, que exhiben sin pudor su narcisismo.
Pero Gracias a Dios, en la realidad de la vida, prevale el número de personas buenas y amorosas, generosas y serviciales. Hay mucha gente que se siente feliz haciendo el bien a los demás. Existen muchos matrimonios que aprenden a conjugar el amor al otro con el amor a sí mismo; aprenden a vivir y disfrutar la tensión entre libertad y dependencia, entre exclusividad y apertura, entre soledad y presencia mutua. Ellos siguen el itinerario de la relación de amor de una manera creativa. Se perdonan. Se reconcilian. Se buscan. Irradian ternura y profunda felicidad.
Estas personas buenas, buenas, nos reconcilian cada día con nosotros mismos; nos ayudan a creer en la humanidad. Son una buena noticia para vivir. Y una razón para creer.