La fidelidad está cada día más cara, eso dicen algunos. El divorcio-expres, en cambio, está cada día más barato. Resultan extrañas, pero en la sociedad mercantilista estas preguntas ya no suscitan protestas. El divorcio se ha facilitado; se evitan abogados, y se ahorran gastos. Se presenta como una solución a la rutina, al desamor; una forma de renacimiento de la pasión cuando uno se ha enamorado de otra persona. Una ruptura no es una catástrofe, no es el fin del mundo; hay que desdramatizar.
Es natural que si la fidelidad se construye a base de regalos que enamoren, de cruceros, de salidas y cenas románticas, de juguetes sexuales, resulta cara. Es cuestión de tener una buena cartera. Y algo de imaginación, aunque de ello ya se encarga la insistente publicidad.
¡Hay que ver!. Ahora resulta que sólo los ricos van a poder ser fieles por decisión; los pobres lo son porque no tienen más remedio. Y habíamos creído que la fidelidad era cuestión de amor; de generosidad, de diálogo y comunicación honesta y trasparente entre los cónyuges; habíamos creído que la fidelidad era cuestión de renunciar al propio egoísmo, al afán de dominación, de superioridad. ¡Pues no!. Ahora resulta que la duración de la relación conyugal es cuestión de azar. Es una lotería. No se puede hacer nada. En unos casos sale bien y en otros sale mal. Es imprevisible porque en toda relación de pareja surgen las sorpresas. Y es que constituye el intento de unión y convivencia entre dos seres independientes, con proyectos profesionales absorbentes y paralelos; cada persona quiere mantener su propia biografía, vinculándose a otra en la medida en que no requiere ceder a las ambiciones personales. Se acentúa que la relación amorosa es provisional; y tiene que serlo. La duración puede convertirse en un peso espantoso. Primero hay que ensayar la relación matrimonial. Luego se parte de la separación de bienes; de la consulta a expertos que puedan pronosticar la posible duración. Se recurre incluso a detectives para investigar el pasado de cada uno. Y así evitan las sorpresas. Los respectivos proyectos de realización profesional aparecen como amenaza. También surge la tentación de nuevas posibilidades: ¡personas interesantísimas! Sin ir demasiado lejos, pero ¿por qué no algún revolcón, alguna aventurilla…?
¡Vamos a ser serios!. Es cierto que hemos avanzado mucho en cuanto a la libertad. Es cierto que el matrimonio para muchas personas ya no nace de la necesidad de cobijo, sino de la capacidad de amar; es matrimonio por amor entre dos personas iguales en dignidad. El sí del día de la boda, se sigue repitiendo en la vida cotidiana. Pero la fidelidad entre un hombre y una mujer siempre estará amasada con el cemento de la decisión de amar, con el esfuerzo y la paciencia por ajustarse a los ritmos del otro. Estará hecha a base de creatividad y transparencia en la comunicación para construir una biografía común. Necesita tiempos y espacios compartidos. No puede faltar el gran sueño de ser feliz haciendo feliz al otro. El amor conyugal es más gratificante que todos los éxitos profesionales. En él está la verdadera auto-realización humana.