“Es en el hogar donde comenzamos”. Fue T.S. Eliot quien escribió esas palabras, que son válidas para todos nosotros en cuanto a la religión y a nuestra comprensión de la confesión cristiana concreta dentro de la cual crecimos.
Y efectivamente el hogar era, y es, un buen lugar por donde comenzar. Yo estoy profundamente agradecido por haber tenido tales raíces religiosas, fuertes y conservadoras. Pero han cambiado para mí cantidad de cosas desde que era joven, idealista, joven católico y romano que crecía en una comunidad de inmigrantes en las praderas de Canadá. En mis primeros años de seminario, mis profesores, expertos honestos -mayoría de ellos sacerdotes católicos romanos-, me introdujeron a algunos formidables profesores bíblicos y teólogos anglicanos y protestantes, cuyas intuiciones, actitudes y compromiso profundizaron mi conocimiento de Jesús y me ayudaron a afianzarme con mayor firmeza en mi propia vida religiosa.
Más tarde, en mis años posteriores de seminario, me junté en clase con hombres y mujeres de diversas confesiones cristianas, todos ellos estaban estudiando para el ministerio y todos estaban profundamente comprometidos con Cristo. Mi amistad con ellos y mi respeto por su fe no me llevaron a abandonar el catolicismo romano e ingresar en otra confesión cristiana, pero comenzaron realmente a remodelar mi pensamiento sobre lo que constituye la verdadera fe y la religión auténtica. Esta experiencia me ayudó también a percatarme de que lo que tenemos en común como cristianos hace parecer muy pequeñas nuestras diferencias.
Desde mi ordenación sacerdotal he enseñado y ejercido el ministerio en varios países y en diversas universidades y seminarios. He orado y compartido mi fe con ellos; les he dado clases e impartido conferencias; y he llegado a tener profunda amistad con hombres y mujeres de toda clase de persuasión “confesional” o religiosa: anglicanos, episcopalianos, protestantes, evangélicos, budistas, musulmanes, hindúes, y sinceros buscadores humanitarios.
Me he educado profundamente, tanto en mi fe como en mi espiritualidad, con pensadores anglicanos y protestantes tales como C.S Lewis, Paul Tillich, Dietrich Bonhoefer, Jim Wallis, Jurgen Moltmann y Alan Jones, entre otros. Hoy, junto a mi comunidad católica romana, hay entre otros un buen número de anglicanos, episcopalianos, protestantes, evangélicos y personas de otras religiones -almas gemelas en la fe-, que me ayudan a fundamentar mi entrega y compromiso religioso. Su fe y su amistad me han ayudado a interiorizar algo que la famosa novelista americana Virginia Woolf expresó sabiamente una vez: “¿Por qué somos tan duros unos con otros, cuando la vida es tan difícil para todos nosotros, y cuando, al fin, valoramos sumamente las mismas cosas?” Ella se refería a la falta de empatía entre los sexos, pero se podía haber referido exactamente igual a la falta de empatía entre diferentes confesiones cristianas y diferentes religiones.
Con esto no intento sugerir que todas las religiones son iguales o que todas las denominaciones dentro del cristianismo son senderos iguales hacia Dios. No hay nada pueblerino o estrecho de miras en creer que la propia religión es la correcta o en creer que, perteneciendo a una cierta iglesia, es más que puro accidente histórico o simple gusto eclesial. Sentir profunda lealtad a la verdad tal como uno la percibe es una señal de fe genuina.
Pero todo esto sí que sugiere que tenemos que estar abiertos a una nueva empatía hacia aquellos cuya iglesia es diferente de la nuestra y a una comprensión más amplia de lo que significa pertenecer a una confesión o religión particular. A veces también tenemos que arrepentirnos de nuestro estrecho “confesionalismo”.
Quizás lo que todo esto nos indica, más que nada, es que tenemos que estar abiertos a una comprensión más profunda de la inefabilidad de Dios y de la humildad que Dios mismo pide de nosotros. Yo todavía soy un católico romano convencido y comprometido, pero, como el evangelista Juan, ahora sé que Jesús tiene otras ovejas que no son de este rebaño. Por ello me alegro, y me alegro también por las palabras del poeta persa del siglo XIV, Hafiz: “¿Te parecería extraño que Hafiz dijera: amo a todas las iglesias, mezquitas, templos y a cualquier clase de lugar sagrado, porque sé que es allí donde el pueblo proclama los diversos nombres de un único Dios?”.
Traducido por: Carmelo Astiz, cmf