INTRODUCCIÓNEl esquema es sencillo:Llevamos muchos siglos de una religiosidad no sólo incapaz de impedir que la humanidad se halle abocada hoy a una tenebrosa situación sino, incluso, factor parcial del desastre: la religión, pues, ha sido peligrosa. Primero por haber privilegiado la ortodoxia sobre la ortopraxia, quiero decir, la creencia en dogmas absolutos y liturgias dudosas y secundarias por delante del seguimiento radical de Jesús, única ética cristiana. A diferencia de Jesús, de Dios nos hemos quedado con la verdad y el poder más que con el servicio y el amor. En segundo lugar, tanto teoría como comportamiento, además de escasamente evangélicos, han sufrido como otras religiones, la carcoma de lo mágico. Es peligroso creer en Dios si no se traduce en vida. Y más aún, si nos equivocamos de Dios, si su imagen está viciada. Esto es muy arriesgado porque las consecuencias son muy graves. Hasta la Ilustración era, tal vez, algo inevitable. Hoy no. Pero la autoridad eclesial y la teología oficial, que modelaron la acrítica conciencia popular, no ha entendido (y menos superado) la crisis de la modernidad ilustrada y se enroca con pertinacia en el retorno al modelo de cristiandad. Ahí anida precisamente el peor fermento de descristianización que tanto lamentan siendo en parte su causa. Por eso, es importante afirmar que la Ilustración, pese a sus otros errores, inauguró un nuevo tiempo-eje, único desde el del neolítico y, entre otros logros, posibilitó detectar el virus mágico sin cuya erradicación parece imposible \’repensar\’ la fe en un paradigma de pensamiento creíble. Tarea ardua porque el núcleo de la magia es metafísico (para lo que ya no estamos entrenados) y porque el pensamiento mágico lo llevamos incrustado, desde los orígenes de la humanidad, en nuestro imaginario religioso subconsciente. Tan subconsciente que es más difícil de lo imaginable salir del viejo paradigma clásico, incluso para teólogos, logrando la necesaria inflexión antropológica del pensamiento. Aunque tal vez existe un camino menos metafísico y más asequible a todos, el de la denostada \’secularización\’, aunque lleve a algunos a la increencia. Con las siguientes reflexiones sólo habremos removido el principal obstáculo del nuevo paradigma teológico, es decir, la barrera del pensamiento mágico. Lo más enjundioso llegaría después pero no habrá tiempo hoy. A este respecto, me limito a apuntar por dónde habría que caminar: no confío que este paradigma se asuma ni fácilmente ni con rapidez; no nos vamos a poner de acuerdo ni en las iglesias ni entre religiones. El ecumenismo teórico es utópico. Ahora bien, hay algo no puede esperar, la doliente situación humana. Si no nos podemos poner de acuerdo sobre la idea de Dios, hagámoslo en la lucha por el hombre. Apostemos por la ética, por la ortopraxia aunque haya de esperar la ortodoxia. Creo que fue la actitud de Jesús. 1ª PARTE: PELIGROS DE LA RELIGIÓN Históricamente ha sido fuente de conflictos para la sociedad y de inmadurez, oscurantismo y conciencia esclava dentro de las iglesias. Insisto en algo decisivo: entiéndase que apunto hechos, no reparto responsabilidades morales; describo, no acuso. La historia de la cristiandad no ofrece ciertamente una demasiado decente imagen del Dios que proclamamos. Sin duda, hay santos, mártires y místicos, sobre todo en la base creyente. Pero con todos los matices que queramos, se podría asegurar que ello ha ocurrido no gracias a sino a pesar de la organización religiosa oficial. La configuración rígidamente jerarquizada, como ninguna otra, de nuestra religión le ha conducido a la obsesión por el dogma y la ley más que por la libertad y creatividad del espíritu. El poder, aunque sea sagrado (\’jerarquía\’) es siempre un abuso y no da buenos frutos. Hemos justificado el poder porque lo hemos vinculado a Dios. Ahí comienza la perversión: pretender que se puede ejercer el poder ¡en nombre de Dios! Verdad y poder ¡ en nombre de Dios!¡En nombre de Dios! Me temo que el peligro no está en hablar poco de Dios (escrúpulo muy católico) sino en meterlo en todas las salsas. Porque peor que pronunciarlo en vano, es decir, en el vacío o sin contenido, es aderezar con él la ignominia. La ignominia de una historia de diecisiete siglos, desde Constantino, durante los cuales la traición al evangelio de Jesús ha prevalecido sobre la fidelidad a él. Y la génesis de la traición ha consistido en haber secuestrado, en nombre de Dios, nada menos que su verdad y su poder y devastado todo cuanto no coincidía con la única religión verdadera \»fuera de la cual -sentenció muy pronto la institución- no hay salvación\». Diecisiete siglos, y aún seguimos, como \»martillo de herejes\», defendiendo e imponiendo la ortodoxia \’a capa y espada\’.Nunca mejor dicho, a capa y espada… y con cárceles, inquisiciones, hogueras, cruzadas, guerras religiosas, intrigas palaciegas, bautizos forzados, conquistas debeladoras de religiones y culturas, mercadeo de esclavos, bendición de cañones…Todavía después del concilio existen juicios sin garantías por parte de la moderna inquisición. Y en el mismo concilio todavía, bastantes obispos negaban la libertad plena de conciencia en virtud de la verdad: \»sólo la verdad tiene derechos\», argüían. Poseer la verdad sobre Dios es alzarse con su poder. Y el poder, como dominación -¡ que no servicio!- de unos sobre otros, se hace sagrado, \’jerarquía\’. Este poder ha alcanzado la cumbre de la iniquidad al sacralizar la dictadura monárquica papal en el gobierno y en el pensamiento (infalibilidad) proscribiendo, en definitiva, la democracia en la iglesia. Identificarse con la verdad y el poder divinos, es proyectar sacrílegamente sobre Dios lo peor de nuestro pecado de presunción y prepotencia. Estos no son ya peligros de la creencia sino aberraciones históricas concretas y prolongadas. Hacia afuera y dentro de nuestra propia casa.La carcoma de la magiaLa apropiación de la verdad y el poder de Dios amasados con pensamiento mágico son los dos ingredientes, el uno antievangélico, el otro antropológico, del modelo de cristiandad. Ambos se retroalimentan para engendrar un esperpento: el constructo religioso monumental, constelación de creencias, prácticas y organización pretendidamente suministradas por la revelación directa de Dios. Al hablar de magia, no me refiero al relato mítico, legítimo en cualquier religión, por ejemplo los del paraíso terrenal o el de la infancia de Jesús. El mito, bien comprendido hoy en antropología, es una de las formas expresivas más ricas en contenido y fuerza de la comunicación humana. Lo mágico es otra cosa. Es algo que se esconde agazapado en los subterráneos de la conciencia creyente y que, por ello, resulta más insidioso. Enseguida apunto algunas pinceladas.Apropiación de la verdad y poder de Dios, pues, amalgamada con pensamiento mágico dan lugar a la siguiente caricatura. La caricatura no miente por el hecho de acusar los rasgos más característicos. Una fantástica construcciónDios crea el mundo y al ser humano \»a su imagen y semejanza\». A este título nos consideramos legitimados para esbozar el original, la idea de Dios. Pero ahí mismo se asienta la posibilidad de verdad y el riesgo de error, Dios y sus fetiches. Dios construye el \’gran teatro del mundo\’ pero no se fía del todo. Como organizador providente retiene en sus manos los hilos de los actores de la historia. La \’historia de salvación\’. De ésta es, incluso, el principal y más eminente actor. Libre y todopoderoso interviene si quiere o si se lo pedimos. Por libre voluntad introduce en el cosmos al ser humano, al menos, su elemento espiritual, el alma. Todas y cada una. Entre las innumerables razas y pueblos elige una sola como vehículo de su palabra. Y entre todos los humanos selecciona a algunos como intermediarios. Sin duda sólo quien se empeña en ello \’se condena\’, pero sólo él salva a los elegidos con anterioridad a cualquier mérito. Espera millones de años para enviar al más minúsculo rincón del planeta al único salvador de todos. A este efecto, una hebrea, sin enterarse del portento, concibe una criatura tan pura que es preservada de una culpa original. Llegado el momento, ésta, ya jovencita, concibe a su vez virginalmente, supliendo el Espíritu el semen masculino. Todos los demás contraemos aquella culpa original que, no obstante, es perdonada a quienes somos bautizados, incluso sin colaborar y más automáticamente aún a los niños. Dado que la inmensa mayoría de la humanidad no goza de tal privilegio un Francisco Javier y otros muchos se han sentido angustiosamente urgidos por la misión. Como antes los hebreos, ahora los cristianos -los únicos en toda una historia millonaria- han quedado designados, por revelación divina, como portadores de la virtud del único salvador. Hemos recibido explícitamente en herencia un \’depósito\’ de verdades, un número fijo de ritos sagrados eficaces, una organización y unos dirigentes (sólo varones). Estos constituyen el único colectivo en la historia del cosmos que, sabio o inculto, virtuoso o mediocre, goza de la permanente intervención del Espíritu de Dios para que preserve de todo error religioso o moral no sólo a su comunidad sino a la entera sociedad. Tenemos, en la comunidad cristiana, una celebración central portentosa en la que una sustancia inerte desaparece sin parecerlo para transformarse (\’transustanciarse\’) en el cuerpo y la sangre de Jesús, según definió \’ex cathedra\’ el concilio de Trento… No es caricatura, es el dogma, el \’depósito de la fe\’ que ha permanecido inalterable e indiscutido hasta la modernidad. Hoy, mediante eruditas elucubraciones o silencios cómplices van cayendo algunos retazos del constructo secular; un poco a hurtadillas porque la mayoría del pueblo no se entera. Con este núcleo denso de la religión oficial conviven -¡menudencias ya!- mil creencias y prácticas secundarias, fomentadas, aceptadas o consentidas por la autoridad para desesperación de algunos pastores: devociones que garantizan la salvación, imágenes, procesiones y bendiciones que ahuyentan la tormenta o las enfermedades del ganado, indulgencias que borran ciertos flecos del pecado, exorcismos que expulsan demonios del cuerpo y del alma; clínicas de expertos que filtran supuestos milagros en Lourdes o Fátima; o bien comités de especialistas en el Vaticano rebuscando milagros de personajes que interesa declarar infaliblemente santos o discerniendo las falsas de las verdaderas apariciones que, se entiende, son siempre posibles para la omnipotencia divina… Se han llenado librerías con éstas, a ojos del incrédulo, supersticiones oficiales o populares. Crisis religiosa Ante tal cortejo secular de abusos por apropiación de la verdad y el poder de Dios, por un lado, y de construcción mágica global de las religiones cristianas, por otro ¿quién se espanta de que la nave haga aguas por todos los flancos? ¿quién se extraña de la crisis religiosa? Porque, a todo esto ¿en qué ha quedado toda esa carga revolucionaria, genial y entusiasmante, del mensaje del Nazareno? ¿Es o no peligroso creer equivocándose de Dios? En descargo del no creyente y sea cual sea su seria honestidad de vida, no nos debe extrañar que nuestra historia religiosa y nuestros dogmas le produzcan sentimientos de rechazo o conmiseración. Nos ven crédulos, inmaduros, irracionales y orgullosos. En el extremo opuesto, tal vez entre los oyentes, hay quien siente que mis palabras desestabilizan los fundamentos de la fe. Que no tema, que las deseche. Debemos siempre tolerancia y respeto porque, de todos modos, es posible pensar mágicamente y ser un santo. Pero que no se nos pida prudencia cuando el riesgo hoy es carecer de audacia. Hemos arrojado de la iglesia a mucha gente honesta y no valen demasiados miramientos con miedos, más psicológicos que de fe, a costa de más escándalo para la mayoría. Es objetivamente inmoral esgrimir como misterio de fe lo que es construcción mágica. No se puede hacer comulgar con ruedas de molino al hombre moderno. El abismo entre religión y sensatez se había hecho insoportable. PELIGROS DEL ACTUAL MODELO DE PENSAMIENTO ¿A qué se debe, a la postre, el abismo entre fe y razón? No en si se acepta o se rechaza a Dios sino en algo previo, en la idea que nos hacemos de él. El Dios indiscutido durante siglos entra en crisis porque el pensamiento ilustrado descubre que no es legítimo poner a cuenta de Dios lo que se explica cabalmente por la simple lógica de las leyes de la naturaleza y de la libertad. Los reyes no gobiernan por la gracia de Dios como tampoco es Dios quien manda la lluvia. La Ilustración descubre la autonomía de lo real, intramundano e intrahistórico, y ello origina la distinción de ciencia y teología, del trono y el altar como adquisiciones irreversibles y da lugar al proceso llamado de \’secularización\’. Un Dios manejando los hilos del cosmos o de la libertad no es de recibo. O bien hay que negarlo o bien hay que descubrir otro paradigma o patrón de inteligibilidad, muy especialmente en su relación y sinergia con cuanto no es él. Éste es el meollo de la crisis religiosa de la Ilustración -de donde arranca el nuevo tiempo-eje- crisis todavía vigente gracias, en gran medida, a la resistencia del viejo molde de pensamiento religioso atrincherado en la teología oficial. La hipótesis que defiendo consiste en afirmar que el molde en el que pensar la relación y sinergia entre Dios y todo lo demás continuará siendo fábrica de ateos o agnósticos si no lo despojamos del virus secular que inficiona toda religión, el pensamiento mágico. Por no llegar a esta raíz algunos teólogos reestructuran la teología tratado por tratado o sector por sector. A mi entender es poco operativo. Es como si taponando agujero por agujero creyéramos destruir el gusano que produce la carcoma. Al contrario, apenas matamos el talante mágico, el resto se deduce con pasmosa sencillez y rapidez. El pensamiento mágico, piedra angular del viejo paradigmaLa debelación del pensamiento mágico me parece, pues, ser la piedra angular del nuevo paradigma teológico. Es imposible desentrañarlo en pocos minutos; me limitaré, pues, a plantear el hilo conductor. Los pasos son los siguientes. El creyente afirma un Ser supremo como dador de sentido último a todo lo existente. Afirmación tan razonable, al menos, como su negación o simple a-gnosis. Es el salto a lo trascendente que implica afirmación y compromiso, conocimiento y opción de vida, y que constituye propiamente el acto de fe. (Dios sería el único \’objeto\’ de la fe salvo que además nos hubiera enviado algún mensaje o revelación; pero habría que probar taxativamente que esto no es invención humana. Creemos pues en Dios, no a Dios) Afirmado Dios, toda idea posterior religiosa gravita y depende por entero del modo de entender la relación activa y reactiva entre nosotros y él. Toda teodicea o teología es variación de esta única frase melódica. Pero ¡suma atención! esta relación es algo inédito para nuestro conocimiento que sólo sabe de relaciones entre realidades existentes \’de tejas abajo\’. Ello nos obliga a la máxima precaución. No sea, en efecto, que la relación entre lo Increado y lo creado la entendamos en nuestros moldes habituales del pensar, haciendo con ello a Dios \’a nuestra imagen y semejanza\’; porque en ese mismo instante se nos habría \’colado\’ lo que llamo pensamiento mágico ¿En qué consiste éste? Lamento limitar este tema de corte propiamente metafísico -al que Kant, pese a su genio, nos deshabituó- a unas consideraciones más asequibles aunque reductoras. Así que diré simplemente: el talante mágico del pensamiento consiste en hacer de Dios una causa, un actor más -el más poderoso, sin duda- pero uno más, inmerso en el cosmos y actuando como una causa intramundana actúa en otra. Vulcano lanza la lava por el volcán; Dios corrige la órbita de Júpiter o suple la acción de un antibiótico y sana a un tuberculoso; o separa las aguas del mar rojo o detiene el sol a petición de Josué. Es pura magia endosar a Dios acciones o intervenciones al margen de las leyes creadas por él. Cuando la Ilustración asienta la autonomía de la realidad no podemos volver atrás aceptando un intervencionismo divino. – Si no alcanzamos mayor perspicacia metafísica, quedémonos con la siguiente antítesis: en la medida en que hay autonomía no existe intervencionismo. Surge una dificultad: con la tesis \’autonomía sí, intervencionismo no\’ ¿no hemos inaugurado un proceso de \’secularización\’ que desemboca en la ausencia total de Dios y de ahí en su muerte o negación? Sin duda, ha sido el itinerario de muchos modernos (deísmo y muerte de Dios). Pero el equilibrio no está en afirmar un Dios providente a costa de la autonomía del ser como hace el talante arcaico y mágico de lo religioso. Reconozcamos que el ser más profundo de la realidad, incluso la simplemente humana, no nos es plenamente transparente, es decir, es secreto y misterioso. Nada extraño que lo sea su relación con Dios, supuesta su existencia, en cuanto totalmente Otro. Por eso es limitada nuestra posibilidad de metafísica. Algunos han advertido, por ello, que sólo podemos decir de Dios lo que no es y aventurar poco más en forma de paradoja, como dialéctica de equilibrio entre dos extremos opuestos. En el tema de hoy la paradoja consiste en afirmar que la dependencia del Dios creador no niega sino fundamenta precisamente la autonomía de lo creado. En formulación más asequible, afirmemos simultáneamente dos opuestos: Dios presente y Dios ausente. Tan presente que sin él la realidad, carente de humus, se disuelve en la nada. Tan ausente que nuestro ser autónomo, mantenida siempre la dependencia óntica, es la que se construye a sí misma y es responsable de la historia. Dios presenteDios no crea el cosmos como el relojero que, hecha su obra, la deja de lado. Dios no lanza la realidad a la existencia para abandonarla a su suerte y desentenderse de ella. Dios la crea y sigue sustentándola en su ser sin lo cual aquella dejaría de existir. Como el feto que, cortado el cordón umbilical, moriría. O como el prisma de cristal que no pudiera existir sin el haz de luz que lo inunda. Son pobres metáforas que sugieren hasta qué grado de hondura Dios es el sustento de nuestro ser, no como algo exterior sino haciéndolo emerger desde él permanentemente a la existencia. Por eso debemos hablar de la máxima cercanía y presencia imaginables. O de Dios como entrega y don de sí total e irreversible. Entrega total porque cualquier limitación sólo proviene del receptor. Sólo el receptor es medida del don. Desde Dios nada más se puede añadir. Ninguna presencia o intervención posteriores (sobrenaturales) tienen sentido porque nada pueden añadir al don total. Con esta intuición se desvanecen todas las presencias e intervenciones divinas de la teología tradicional. Dios cuando se entrega en el acto creador sólo se halla limitado por la creatura que lo recibe. El desplegarse de Dios en ella, en su devenir, depende de la medida y modo que las leyes naturales y la libertad consienten. No hay lugar para ninguna entrega de privilegio por parte de Dios. Dios ausente Sí… pero. Apenas afirmada la dependencia fontal de la creatura, añadimos de inmediato el polo opuesto de su autonomía. En el mismo emerger del ser, Dios le confiere el devenir porque el ser no es estático sino estricta evolución: \»panta rei\», decía el filósofo, todo fluye o todo es fluir. Un fluir o evolución que no debemos imaginar como una sucesión de incesantes retoques o intervenciones del dedo divino. Apenas afirmada la máxima presencia divina en la evolución, completamos la paradoja que respeta el misterio, afirmando la máxima ausencia de Dios. Es puro antropomorfismo imaginar que, tal vez, algo falte o falle o salga mal y que Dios posteriormente haya de completar, modificar o corregir. O que pudiéramos influir en su voluntad con la oración de petición como si no nos hubiera dado todo con el ser, desde la raíz. La autonomía en virtud del don total de Dios hace innecesaria cualquier intervención posterior. El ser se despliega desde el acto creador como el grano de trigo que encierra en sí de forma autónoma todo su esplendoroso futuro. La metáfora no es metafísica pero apunta a lo profundo. En una palabra, afirmar que Dios es el sustrato permanente del ser es negar intervenciones posteriores en el devenir. Este intervencionismo tiene un nombre: acción mágica. (Llegado aquí, uno siente una cierta impotencia, la de comunicar una percepción profunda, la impotencia de introducir el pensamiento corriente, apegado a los sentidos, en el crisol metafísico, para purificarlo de la escoria mágica que le es connatural. Si nuestra mente no despega de lo sensible cotidiano, permanece lastrada y adherida al suelo. Sin embargo, de pronto, puede estallar la intuición como cuando decimos ¡ahora caigo! Este \’clic\’ mental o su ausencia da lugar a dos líneas de pensamiento, dos cosmovisiones irreconciliables, dos paradigmas teológicos. Por fortuna, ni siquiera en ello nos jugamos la verdad de que somos capaces. Lo esencial, según veremos, está en otra parte). La mística es la metafísica del corazón: \»soledad sonora\» No niego la dificultad de hincarle el diente a lo metafísico. Sin embargo no es algo inasequible porque pertenece a la experiencia religiosa vital profunda, tal como aparece en la expresión de los grandes místicos de cualquier religión así como en la vivencia de cualquier creyente serio.¿Cómo se manifiesta en la vida concreta esta dialéctica, esta paradoja del Dios máximo don y presencia y, simultáneamente, gran silencioso y ausente…? Quienes han hecho, de alguna débil manera, la experiencia del Dios indecible, como los místicos, logran balbucearlo. Juan de la Cruz: el amado \»pasó por estos sotos con presura/ y yéndolos mirando/ con sola su figura/ prendados los dejó de su hermosura\». Agustín de Hipona decía: Dios es la realidad más honda de mi propia intimidad (\»intimior intimo meo\»). Ignacio de Loyola afirma así la paradoja: \»confiemos en Dios como si todo dependiera de él pero actuemos como si todo dependiera de nosotros\» ¿Qué nos están diciendo con éstos y otros contrastes? Que ese binomio Dios-cosmos o Dios-ser humano sólo se expresa dialécticamente. Afirmando una cosa y su contraria: \»soledad sonora\» (Juan de la Cruz), Dios presente y ausente. (Con menos fuerza y relieve es, por lo demás, la experiencia de toda vivencia creyente auténtica). Los autores espirituales han hablado siempre de momentos de consolación y de desolación, vivencias a no confundir con el sentimiento y la emoción religiosos, es decir, con el movimiento neuronal y menos con estados maniaco-depresivos. (Decíamos que la fe es la apuesta razonable por el sentido desde la convicción de que el ser pierde su inteligibilidad última, es decir, se desfonda, se pierde, se desvanece en su densidad más profunda como ser si no está enraizado en lo numinoso. Y así…).Dios es la máxima presencia, el don total, la vida vivificante, la roca de nuestra solidez, la luz iluminante, la fuerza que desde dentro nos empuja a crecer… No precisa intervenir desde fuera quien sustenta la raíz del ser. Ni tiene por qué intervenir en las leyes que presiden su desarrollo quien lo ha creado como preñado de él. Confianza y soledadCon estas afirmaciones expresamos la fe como salto a la trascendencia. Ello nos permite asentar nuestra vida entera desde el sentido y en camino hacia mayor plenitud. Pero no nos suministra ninguna evidencia, no añade propiamente ninguna nueva luz, ningún conocimiento suplementario. Al contrario. Lo que inmediatamente aparece en el campo de la conciencia es el contraste entre la confianza sólida proveniente de la apuesta interior por el Dios de quien nos fiamos, y la intemperie y soledad en que recaemos que no nos preservan de la duda ni de la \»noche oscura\». (Y esta experiencia paradójica se acentúa, si cabe, cuando nos purificamos del soporte mágico de nuestros patrones religiosos clásicos). En el cristianismo -como en las religiones llamadas reveladas- hemos confundido la íntima y fecunda aunque silenciosa presencia del totalmente Otro con esa \»historia sagrada\» como cadena ininterrumpida de intervenciones de lo alto que sólo son metáforas. Los apóstoles, después del fracaso de la cruz, hicieron la experiencia interior del resucitado pero sólo acertaban a expresarla mediante relatos de apariciones sensibles. Teresa de Jesús hizo la experiencia interior del fuego del amor y la expresó mediante el dardo de la transverberación. Moisés se conmovió por las penalidades de sus conciudadanos y lo tradujo como orden de liberación venida de Dios. A Dios no se le percibe con los sentidos ni con el intelecto aunque al nombrarlo recurrimos a ellos, es decir, a la metáfora, cuando la reflexión metafísica nos resulta demasiado opaca o ajena. En una palabra, el pensamiento ilustrado abrió el camino al desmonte de lo mágico y, con esto, a la comprensión \’secularizadora\’ de la historia sagrada y de la providencia divina. (Ahora bien, quienes realizan el trabajo de deconstrucción del viejo paradigma religioso perciben con mucha mayor intensidad el contraste entre el Dios presente y el ausente. Habíamos interpretado la presencia de Dios en todo vertiéndola en el molde de un Dios intervencionista, actor principal dentro de la historia. Sin duda él es lo más inmanente de la historia pero de forma no categorial sino trascendente, dirían los teólogos. Él es el totalmente Otro. Habíamos sustituido a Dios por un fetiche a nuestra imagen. De ello se han nutrido precisamente el agnosticismo y el ateísmo: ante el embate de la razón y del sentido común en la crisis de la modernidad la religión se ha convertido en fábrica de ateos ¿Es o no es en extremo peligroso creer en Dios con el viejo molde de entenderlo?) (Algunos han iniciado el itinerario del nuevo paradigma religioso ¿Qué es lo que constatan, qué es lo que percibimos en ellos? Un doble sentimiento contradictorio. Por un lado sienten como una liberación interior, un esponjamiento del alma ante una divinidad más fiable: \»ya presentía yo, dicen, que las cosas no podían ser como nos las contaban\». Por otro lado, sienten como una desestabilización o vaciamiento resultante del derrumbe de los esquemas de la infancia. Es como quien penetra de nuevo en el viejo templo del que habrían desaparecido las imágenes familiares. A algunos la liberación les produce vértigo y miedo. Al desvanecerse las viejas representaciones de Dios temen quedarse sin él. Creen que se les muere Dios porque no soportan su ausencia). Apenas hemos percibido a Dios, en nuestra vida, como el gran \»presente\», como el \’tesoro escondido\’ único imprescindible… inmediatamente se oculta, se esconde, desaparece de la vista y nos sentimos desamparados. Sobre todo en situaciones de dificultad y sufrimiento, Dios no interviene para sacarnos las castañas del fuego, absolutamente en nada. Y, como constantemente nos asalta la tentación de retornar a la magia del pasado, ¡habremos de ir descubriendo que, anclados por la fe en la roca de Dios, hemos de vivir no obstante \»como si Dios no existiese\» (\»ut si Deus non daretur\»), como si todo dependiese exclusivamente de nosotros. La superación de la magia nos devuelve a la verdad aunque no nos ahorre la duda y la opacidad dolorosas de la \’noche oscura\’. Por algo la primera comunidad de seguidores de Jesús leyó el momento decisivo de su itinerario espiritual (el fracaso de su muerte) como ausencia dolorosa de Dios: \»Mi alma se estremece hasta morir\»…\»Pase de mí este cáliz…\»…\»Dios mío ¿por qué me has abandonado?\» La ausencia y abandono de Dios es parte integrante de la experiencia creyente. Conclusión Es hora de concluir. Como veis, me he limitado a un solo aspecto: es peligroso creer en un Dios a nuestra imagen, ese Dios todopoderoso con cuya verdad suprimimos al disidente y mediante cuyas intervenciones mágicas construimos la historia. Es decisivo descartar lo que no es Dios, pero eso no es todo (no garantiza vivir bien nuestra relación con él). Ya he apuntado que el occidente cristiano ha vivido obnubilado con la ortodoxia. Tres cuartas partes de los anatemas lanzados por la autoridad lo fueron contra supuestas traiciones al dogma más que a las bienaventuranzas. Ahora bien, el evangelio es inequívoco: no seremos juzgados por el credo sino por el pan de que privamos al hermano (Mt. 25) (la ética samaritana) ¿Por qué alarmarnos por la crisis de creencias y teologías? La verdad y autenticidad de la religión no estriba en apostar todas las bazas por ella -siempre existirán diferentes religiones, nunca el cristianismo será universal- sino hacerlo por la tarea humanizadora, la construcción del reino. Nosotros contribuiremos con la experiencia y el testimonio geniales de Jesús. Otros aportarán otros testimonios. Todos deberemos purificar nuestra parte de error y prepotencia. Pero todos, creyentes o no, podemos darnos la mano en una tarea común, la solidaridad samaritana, que hoy es inaplazable porque se nos desangra la humanidad y la madre tierra.artículo publicado en Eclesalia
San Juan, apóstol y evangelista
Jn 20,2-8. El otro discípulo corría más que Pedro y llegó primero al sepulcro.