El Abad había dicho a los monjes: -Para recibir la Palabra de Dios hay que escucharla. Y escuchar no es lo mismo que oír, ni siquiera, que oír con atención, es mucho más. Aquella noche un joven novicio se acercó al Abad a rogarle que le explicara la lección. El Abad tomó una esponja seca y dejó caer sobre ella una gota de agua. -¿Comprendes ahora? -Creo que sí -respondió el novicio. -Cuando alguien se hace todo oídos para acoger al otro que es todo palabra, entonces, y sólo entonces, se produce la verdadera escucha. Pero esto es un camino sin fin. Al despedir al novicio, dijo todavía: -Solo existe un "escuchador" perfecto: Dios.
La Presentación de la Bienaventurada Virgen María
Lc 19,41-44. ¡Si reconocieras lo que conduce a la paz!