Esperar y Vigilar

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Adviento significa Venida, Llegada. Durante este tiempo litúrgico las Iglesias cristianas se preparan para conmemorar, con el corazón y el espíritu preparado, hacer presente y celebrar con inmensa alegría el nacimiento de Jesús. Dos de las características principales de este tiempo que debemos potenciar son la esperanza y la vigilia.

Vigilar, estar atentos. No perder detalle. Abrir los ojos físicos y los de las entrañas para “ver” lo que ocurre a nuestro alrededor, las alegrías y los sufrimientos de las personas que nos rodean, de los pueblos que están más allá de nuestras fronteras, muchas veces en situaciones dramáticas. Para compartir los gozos y las ilusiones, los anhelos de tanta gente que busca un mundo más fraterno, libre y justo.

Vigilar para que no nos engañen. Los políticos de distintos signos, los economistas, la ONU, el FMI y el BM. Las jerarquías de cualquier índole. Vigilar junto a otras personas que nos ayuden a descubrir esos engaños. En redes, unidos, entrelazados. Para no sentirnos solos e impotentes ante tanta injusticia, tan inhumanos y salvajes recortes, tanta humillación, marginación y exclusión, sobre todo de los más débiles y empobrecidos. Para iluminarnos los unos a los otros, para pasarnos las lámparas encendidas, las informaciones alternativas, las derrotas y los logros de tantas mujeres y hombres a lo largo y ancho de la tierra. Vigilar, para no caer en la tentación de aliarnos con el poder, de tirar la toalla, de sentirnos impotentes, de llegar a decir “no puedo más y aquí me quedo”.

Y la esperanza, para mantener la ilusión, para resucitar los anhelos, para seguir sonriendo a pesar de todo, para seguir luchando por otro mundo más fraterno y justo, hoy más necesario que nunca: el mundo de nuestra cotidianidad, de nuestro círculo más íntimo, sin olvidar jamás el que se abre más allá del horizonte, tan nuestro como el más cercano.

Esperanza para poder seguir diciendo “Ven, Señor Jesús”, sin que suene a escapismo, a falsa seguridad, a un espiritualismo desencarnado. Para que Dios haga por nosotros lo que está en nuestras manos llevar a cabo. Sin mirar al cielo, esperando la vuelta de Alguien que pensamos que se fue hace dos mil años, cuando jamás ha dejado de estar presente en nuestra Tierra, encarnado en este planeta devastado, expoliado, polucionado; en las mujeres víctimas de violencia machista; en los africanos que intentan llegar a nuestras costas en frágiles pateras o saltando una verja vergonzosa; en los enfermos, ancianos, extranjeros que no pueden pagar las medicinas o son excluidos de nuestra Sanidad; en las mujeres y niñas prostituidas por mafias sin alma; en los hombres y mujeres obligados a sufrir el drama del paro; en los jóvenes que tienen que salir de su país para poder sobrevivir con cierta dignidad… y tantas injusticias y vejaciones más del ser humano que se dan en nuestros días.

No miremos más al cielo. Mirémonos a nosotros mismos, dentro de nosotros/as. Para descubrir nuestras incoherencias, sumisiones, connivencias, dejaciones… para intentar cambiar con la ayuda de los demás y de nuestro buen Dios. Vigilemos, observemos, abramos los ojos a otra realidad que está ya en las entrañas de esta misma realidad. Esperemos, luchando, trabajando, esforzándonos.

Dios Madre y Padre, su Hijo Jesús, el Espíritu de fuerza y amor nos habita desde el primer momento de nuestra existencia. Decir Ven es tomar conciencia de esta presencia. Entonces nuestra debilidad adquirirá una enorme potencia, cuando vivamos y nos desvivamos junto al Crucificado, es decir, junto a los crucificados de la historia, para resucitar a una nueva vida, en una nueva tierra de solidaridad, paz y armonía. 

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