¿Cómo llamarte,
qué nombre darte,
cómo deducir una noción de quién eres Tú,
Espíritu que procedes por vía de Amor
del Padre y del Hijo,
del Dios-Ser y del Dios-Verbo
en perfecta unidad?
Como cegado por el sol,
cierro los ojos
ante el misterio infinito
de la Santísima Trinidad,
y sólo tengo en el corazón
una impresión de dicha oceanía,
y a cuya meditación deberé volver siempre,
para abrir tímidamente la mirada,
de repente embriagado de entusiasmo,
sobre otro misterio,
el de tu misión,
¡oh Espíritu Santo!
Miro y sólo sé decir
la invocación de costumbre:
¡Ven!