Estar preparados para Navidad

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Muchos de nosotros llegamos a Navidad cansados, precipitados, distraídos y ya fatigados de tantas luces, canciones y celebraciones navideñas. El adviento debería ser un tiempo de preparación para Navidad; pero, para muchos de nosotros, no es exactamente un tiempo para el género de preparación que permite a Cristo nacer más profundamente en nuestras vidas. En vez de esto, nuestra preparación para Navidad es, en su mayor parte, un tiempo para preparar la celebración con nuestras familias, amigos y colegas. Los días que  llevan a Navidad raramente son serenos. Por lo contrario, nos encontramos acosados y acelerados, colocando decoraciones, haciendo compras para regalos, enviando tarjetas, preparando comida y asistiendo a reuniones sociales de Navidad. Por otra parte, cuando llega Navidad, estamos ya cansados de villancicos por haberlos oído ya, sin descanso durante semanas, en nuestros centros comerciales, restaurantes, plazas públicas y emisoras de radio.

Y así, la Navidad misma nos encuentra generalmente más en un estado presionado y cansado que en uno relajado y tranquilo. Verdaderamente, a veces el periodo de Navidad es más una prueba de resistencia que un tiempo de genuino disfrute. Además y más seriamente, si somos honrados con nosotros mismos, tenemos que admitir que en nuestras preparaciones para Navidad, de hecho, hacemos muy poco espacio para lo espiritual, para que Cristo nazca más profundamente en nuestras vidas. Nuestro tiempo de preparación es generalmente más un tiempo para preparar nuestras casas que un tiempo para preparar nuestras almas, más un tiempo de compras que un tiempo de oración, y más un tiempo ya de festejo que un tiempo de ayuno como preparación para la fiesta. Hoy el adviento es quizás más celebrar Navidad que prepararla.

Y el resultado final es que, como los posaderos  bíblicos que no tuvieron lugar para María y José en la primera Navidad, nosotros llegamos generalmente a Navidad con un “no hay sitio en la posada”, ni espacio en nuestras vidas para un renacer espiritual. Nuestros corazones son buenos, queremos que Navidad nos renueve espiritualmente, pero nuestras vidas están demasiado tensas, demasiado llenas de actividad y cansancio para que tengamos una verdadera energía y  hagamos de Navidad un tiempo especial de renovación espiritual para nosotros. El espíritu de Navidad está aún en nosotros, real pero yaciendo como un bebé abandonado en el pesebre y que espera ser recogido. Y nosotros intentamos recoger al bebé, pero sencillamente, nunca nos acercamos a hacerlo.

Y así,  ¿qué hacemos de mal?

Bueno, aun cuando esto debería desafiarnos a echar una mirada a nosotros mismos, no resulta tan malo como algunos críticos religiosos lo encuentran. Llegar a Navidad con una vida demasiado ocupada y demasiado distraída para hacer más sitio a Cristo, no nos hace malas personas. No significa que seamos negligentes paganos. Y no significa que Cristo haya muerto en nuestras vidas. No somos malos, ni faltos de fe, ni paganos porque habitualmente lleguemos a Navidad demasiado distraídos, demasiado ocupados, demasiado presionados y demasiado cansados para realizar un esfuerzo constante por hacer de esta fiesta un tiempo de verdadera renovación espiritual en nuestras vidas. Nuestro letargo espiritual siempre nos define como más humanos que angélicos, más terrenos que platónicos y más sensuales que espirituales. Sospecho que Dios comprende plenamente esta condición.

En verdad, cada uno lucha con esto de alguna forma. Nadie es perfecto; nadie en su vida acoge por completo a Cristo, ni en el tiempo de Navidad. Esto debería proporcionarnos algo de consuelo. Pero también debería dejarnos un apremiante desafío: ¡Hay demasiado poco lugar para Cristo en nuestras ocupadas y distraídas vidas! Deberíamos trabajar reservando algún espacio para Cristo, para hacer de Navidad un tiempo de descanso espiritual y renovación en nuestras vidas.

¿Cómo hacemos esto?

En los días que llevan a Navidad, muchos de nosotros luchamos por hacer todas las cosas que debemos para preparar lo que se necesita en nuestras casas, iglesias y lugares de trabajo. Necesitamos comprar para hacer regalos, mandar tarjetas, poner luces y decoraciones, planear menús, comprar comida, asistir a buen número de reuniones sociales de Navidad en el trabajo, en la iglesia, en casa de los amigos. Esto, añadido a las normales presiones que hay en nuestras vidas, no raramente nos deja con este sentimiento: “¡No voy a hacerlo! ¡No estaré preparado! ¡No estaré preparado para Navidad!”  Ese es un sentimiento común.

Pero estar preparados para Navidad, conseguir a tiempo todo lo que  necesitamos hacer y hacerlo, no depende de tener todo cuidadosamente anotado en nuestra “lista de cosas que hacer”: regalos, hechos; tarjetas, enviadas; decoraciones, puestas; comida, preparada; el requerido número de obligaciones sociales, completado. Aun cuando esa lista esté sólo medio hecha, si te encuentras en la iglesia por Navidad, si te haces presente a la mesa con tu familia el día de Navidad y si te ves saludando a tus vecinos y colegas con un poco más de calor, entonces no importa si estás distraído, cansado, sobrealimentado y no pensando explícitamente en Jesús: lo has conseguido.