Lo débil del mundo lo ha elegido Dios, les dice Pablo a los Corintios. ¿Y quién no es débil? Lo que pasa es que, a veces, uno se pone el disfraz de la fortaleza por vergüenza o por no bajar la guardia en la competitividad. Reconocer la propia debilidad es difícil, pero necesario, si se quiere la autenticidad. Claro que con la debilidad reconocida también se puede jugar al escondite consigo mismo y con los demás.
Queridos amigos:
Realmente estaba un poco extrañado de la tardanza en escribirme, aunque, como quiero que nuestra relación sea gratuita, no quería en modo alguno forzar la marcha. Os parecerá normal que, al recibir la carta, me llenara de alegría.
Por fin, terminé mis pruebas médicas. He tardado dos meses, yendo de un médico a otro. Los resultados han sido que no tengo nada más que la somatización de las preocupaciones y los problemas que he vivido. Y también de la manera mía de vivirlos. Las causas son emocionales. El tratamiento que me han puesto ha sido a base de antidepresivos, ansiolíticos y tranquilizantes. Y así tengo que estar un par de meses para luego volver a nueva consulta. Llevo una semana con el tratamiento y me encuentro mejor físicamente.
Sin embargo, por dentro me encuentro preocupado y avergonzado de no tener resortes humanos para llevar con garbo todo lo que ha pasado y tener que estar dependiendo de la química para resolver mis afecciones emotivas. Me duele verme tan débil y tan poca cosa. Reniego de mi emotividad y de mi sensibilidad, que me hacen de punto vulnerable y me muestran mi debilidad. Me gustaría cambiar de piel. ¡Así no me quiero! Lo que pasa es que me tengo que aguantar. Otra piel no tengo.
En esta tesitura, me duele y me entristece pensar que en mi celibato no tengo tampoco una persona exclusiva, que en su amor por mí, me haga percibir que tengo valor, cuando yo me empeño en quitármelo. Siento la tentación de huir, de distraerme y relajarme, viviendo en la superficialidad de no ocuparme de mí mismo, y ocupar tiempo y energías en trabajar desmesuradamente. Sé que esto es un desfogue, que uso, cuando cedo a la tentación, para serenarme el espíritu y encontrar un respiro en mi precario estado de ánimo. Entonces, me digo a mí mismo que ya llegará el momento de coger el toro por los cuernos. Y dejo pasar el tiempo. Espero para entonces haber pacificado mi interioridad y haber mejorado.
Así estoy. Y, en semejante situación, no os sorprenderá que os diga que tengo necesidad de vosotros. No para llenar con el sucedáneo de vuestra presencia ese lugar de ausencias que es mi celibato. No os necesito para que me pongáis entre algodones de ese cariño que me profesáis, al abrigo de los golpes de la vida. No os necesito siquiera para que me aconsejéis. Os necesito como estímulo. Os necesito en vuestra relación de pareja.
No necesito que me queráis, pero sí necesito que os queráis entrañablemente, y que me enseñéis a querer y a quererme como vosotros os queréis. Necesito que compartáis conmigo vuestra lucha personal y diaria para hacer que vuestra relación sea fuerte y dialogante, auténtica, íntima y responsable. Necesito que me estimuléis con vuestro propio ejemplo a vivir una relación creativa, no sólo con los demás, sino también conmigo mismo, que evite la simple tolerancia y la rutina, cuyos efectos son la soledad y la desilusión. Necesito ver con mis propios ojos que no os consentís treguas huidizas para que vuestra relación no se llene de parásitos. Necesito contemplar cómo no permitís que vuestra relación se convierta en una olla de presión sin válvula de escape. Necesito que me enseñéis cómo superáis vuestros baches, en el encuentro con vosotros mismos, antes de buscar el encuentro con el otro.
Me sirve de ejemplo y de estímulo para salir de esta situación ver que hacéis que el pan de la comunicación sea alimento cotidiano, a pesar de las dificultades y de los malos momentos. Ver que no dejáis para mañana lo que podéis comunicar hoy. Que el trabajo, el cansancio o las revanchas y las esperas no se convierten en excusas para no vivir la gratuidad y el regalo de la entrega. Que no dejáis que las situaciones se endurezcan y los problemas se enquisten.
Mostrándoos así, sois el mejor regalo que Dios os hizo el uno al otro. Y sois un inmenso regalo para mí. Un regalo precisamente en esta situación por la que estoy atravesando. Por eso, os pido, con toda la fuerza de que soy capaz, que os queráis así. Me hace un bien enorme ver cómo queréis quereros. Me espolea y me hace salir de la pereza. Me convence de que no hay que dejar las cosas como están para ver cómo quedan. Me da fuerzas para reemprender mi lucha, sin dejar tiempos muertos. Me saca de mi apatía y de mi desgana.
Con vuestra relación me hacéis presente el cuidado de la comunidad eclesial sobre mi vida. Sois una pequeña iglesia. En vuestro seno aprendo a ser cura al estilo de cómo Dios quiere que lo sea. Cuando llego a vosotros en mis horas bajas y me acogéis, me encuentro con ese Dios a quien quiero y que da sentido a mi vida. Está presente en cada rincón de vuestra casa, invitándome a dejarme reconciliar conmigo mismo, con la gente y con Él. ¡No me privéis de su presencia en vuestra casa y en vuestra relación!
Os quiero y os necesito. Un fuerte abrazo.