Soy viuda desde hace nueve años.
Para mi, la jubilación no fue ningún hecho traumático. Por el contrario, me ofreció la oportunidad de hacer muchas cosas que no había hecho por falta de tiempo con anterioridad. Ahora tengo ocasión para ayudar a los demás sobre la base de mi experiencia vital.
Comencé mis actividades como voluntaria jubilada colaborando en un albergue de acogida de transeúntes de las Hijas de la Caridad en Oviedo. Esta colaboración me hizo ver que había formas y maneras de prestar ayuda al prójimo aparte de dar una limosna paro acallar la conciencia: decir una palabra afectuosa en el momento oportuno, dar un apretón de manos cuando es preciso …
Al poco tiempo de comenzar mi colaboración en el albergue, surgió la posibilidad de ir a Bolivia paro participar en las tareas desplegadas por una misión de evangelización y ayudo a la población local indígena. Mis funciones como colaboradora incluyen actividades muy diversas, desde la simple labor de escuchar sus problemas hasta las más complejas de enseñarles formas de higiene personal, limpieza de viviendas y cuidado y mantenimiento de la iglesia.
Todas esas labores y otras muchas más, me permiten ejercitar el mandato cristiano de ayudar al prójimo de un modo tangible y sumamente gratifican te en el plano personal. De este modo, ayudando a los demás, doy sentido a mi vida como cristiana y me siento útil a pesar de no ser especialista en nada concreto. Además, estas labores podemos hacerlas los laicos en muchos lugares y bajo muy diversas formas, tanto en una misión en el extranjero como en la propia parroquia local o en el hogar de acogida de nuestra ciudad. Creo también que los colaboradores laicos podemos llevar a cabo tareas que complementan las propias de los sacerdotes y religiosos, en una relación de mutuo enriquecimiento y provecho material y espiritual.