Más del noventa por ciento de los hombres y mujeres que formamos la Iglesia pertenecemos al sacerdocio universal, o sea, somos simplemente seglares bautizados, y ahora la teología profundiza tanto en nuestra vocación y misión, cuando la excepción es la vocación y servicio de aquellos hombres dedicados al sacerdocio presbiteral -los curas, para entendernos- al servicio de toda la comunidad cristiana. En fin, ¡paradojas de nuestra Iglesia!
Para responder, primero consideraría que hoy estamos en una era diferente, lo que supone una persona diferente, afectada por problemáticas diferentes. No trato de decidir si el sacerdote de hoy es mejor o peor que el de hace un siglo. Tan sólo afirmo que si el cura de hoy aplica las mismas respuestas que el de ayer fracasará. Todo ha cambiado y también él debe renovarse.
Creo muy importante que el sacerdote sepa en qué siglo se encuentra. Que sea eso que se dice vulgarmente: un hijo de su tiempo; que lo comprenda y lo ame. Al fin y al cabo los hombres dedicados al sacerdocio son llamados por Jesús del seno de la comunidad seglar que también forma parte del Pueblo de Dios.
Creo que el sacerdote de la Iglesia del tercer milenio no debe acudir al mundo ofreciendo un modelo, sino que debería estar atento a la realidad y partiera de ella, conociendo sus carencias y apreciando sus valores, alimentándose de las fuentes de la vida, a la hora de ofrecer su servicio.
Como Jesús, el sacerdote de hoy debería mantener un intenso contacto con el Padre para descubrir, comprender y amar los gozos y sufrimientos del hombre del siglo XXI. El sacerdote debe ser un compañero privilegiado del laico en su viaje por la vida; un espejo en el que éste pueda reflejar las luces y las sombras de su existencia y cuya imagen le ayude a descubrir en ella las huellas de ese Padre y la vocación suprema de felicidad y libertad a la que llama Dios a cada hombre; un remanso de paz y confianza que devuelva al laico reconfortado para ser testigo vital de esa realidad trascendente que llena su vida.
Pero también, como Jesús, un signo actuante del Reino de Dios. Creo que los sacerdotes de hoy deberían ser luchadores incansables ante tanta marginación con el corazón puesto en los más desheredados. Debería ser abierto y reiteradamente cristiano en todas y cada una de sus declaraciones públicas, olvidándose de los gozos y venturas y recordando el paro, el inmigrante, el toxicómano, la familia rota… que son las realidades de hoy.
Creo que este sacerdote que estoy pintando no debe inventarse. Como él existen muchos y los conocemos. Y hasta se notan en sus parroquias. En definitiva, un experto en el hombre del siglo XXI.