Expulsar demonios por medio del silencio

20 de marzo de 2025

Hombre con la boca tapadaEn los Evangelios se recoge un incidente en el que los discípulos de Jesús se mostraron incapaces de expulsar a un determinado demonio. Cuando preguntaron a Jesús por qué, él respondió que ciertos demonios únicamente pueden ser expulsados por medio de la oración. El determinado demonio al que se refería en este caso había dejado sordo y mudo a un hombre.

Yo quiero referirme a otro demonio que en apariencia no puede ser expulsado a no ser por la oración, esto es, el demonio que rompe para siempre nuestras relaciones personales, familias, comunidades e iglesias por las desavenencias y la división, haciendo que en adelante resulte difícil vivir en comunidad creadora de vida entre unos y otros.

¿Qué determinada oración es necesaria para expulsar a este demonio? La oración de un silencio compartido, semejante al silencio cuáquero.

¿En qué consiste el silencio cuáquero?

Un poco de historia, primeramente. Los cuáqueros son históricamente un conjunto de denominaciones cristianas protestantes cuyos miembros se tratan entre sí como amigos, pero se llaman por lo general cuáqueros a causa de una famosa exclamación realizada una vez por su fundador, George Fox (1624-1691). Cuenta la leyenda que ante ciertas autoridades que trataban de intimidarlo, Fox empuñó su Biblia y exclamó: ¡Esto es la palabra de Dios; temblad (en inglés, cuake) ante ella!

Para los cuáqueros, particularmente en sus orígenes, su oración común consistía esencialmente en sentarse juntos en comunidad silenciosa, a la espera de que Dios les hablase. Se sentaban juntos en silencio confiando en que el poder de Dios se hiciera presente y les diera algo que ellos eran incapaces de darse mutuamente, a saber, la auténtica comunidad entre sí por encima de las divisiones que los separaban. Aunque ellos se sentaban individualmente, su oración era radicalmente comunitaria. Estaban sentados como un solo cuerpo, esperando juntos que Dios les concediera una unidad que ellos mismos eran incapaces de darse.

¿Podría ser esta una práctica que nosotros, los cristianos de cualquier denominación, pudiéramos practicar hoy a la luz del desamparo que experimentamos ante la división sentida por todas partes (en nuestras familias, en nuestras iglesias y en nuestros países)? Supuesto que, como cristianos, formamos radicalmente una comunidad en el Cuerpo de Cristo, un único cuerpo orgánico donde la distancia física no nos separa de hecho, ¿podríamos empezar, como una regular práctica de oración, a sentarnos unos con otros en un silencio cuáquero, una comunidad, sentados en silencio, esperando juntos, confiando en que Dios viniera y nos diera la comunidad que nosotros somos incapaces de darnos por nuestra propia cuenta?

En la práctica, ¿cómo podría hacerse esto? Aquí va una sugerencia:

Cada día, reserva un momento para sentarte en silencio, solo o preferiblemente con otros, durante cierto periodo de tiempo (de quince a veinte minutos) en el que la intención, a diferencia de la meditación privada, no sea ante todo nutrir tu intimidad personal con Dios, sino más bien sentarte unido en comunidad con todos los que forman parte del Cuerpo de Cristo (y con todas personas sinceras de cualquier lugar) esperando que Dios se haga presente y nos dé la comunión que supera toda división.

Este podría ser también un poderoso ritual en la vida del matrimonio y de la familia. Quizás una de las más saludables terapias que puede haber en un matrimonio podría ser que una pareja se sentara junta regularmente en silencio, pidiendo a Dios que les diera algo que ellos no pueden darse, a saber, una comprensión mutua que superen las tensiones de la vida diaria. Recuerdo que, siendo yo niño, rezábamos el rosario juntos como familia, todas las tardes, y ese ritual tenía el efecto de un silencio cuáquero. Calmaba las tensiones que se habían creado durante el día y nos dejaba sintiéndonos más en paz como familia.

Empleo la expresión silencio cuáquero, pero existen varias formas de meditación y contemplación que tienen idéntica intencionalidad. Por ejemplo, el fundador de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada (la congregación religiosa a la que pertenezco), san Eugenio de Mazenod, nos dejó en herencia una práctica de oración que él denominó oraison. Esta es su finalidad: como Oblatos estamos llamados a vivir juntos en comunidad, pero somos una congregación universal extendida por sesenta países del mundo entero. ¿Cómo podemos estar en comunidad unos con otros a pesar de la distancia?

Por medio de la práctica de la oraison, San Eugenio nos pidió que reserváramos media hora al día para sentarnos en un silencio que pretendiera ser un tiempo en el que estuviéramos no sólo en comunión con Dios, sino también intencionalmente en comunión con todos los oblatos del mundo. Semejante al silencio cuáquero, es una oración en la que cada persona se sienta sola, en silencio, pero en comunión, pidiendo a Dios constituir una única comunidad a pesar de todas distancias y diferencias. Cuando Jesús dice que ciertos demonios sólo son expulsados por medio de la oración, se refiere a esto. Y acaso el demonio al que más particularmente se refiere sea el demonio de la incomprensión y la división. Todos sabemos lo impotentes que somos para expulsarlo. Estar sentados en silencio comunitario, pidiendo a Dios que realice algo por nosotros más allá de nuestra impotencia, puede exorcizar al demonio de la incomprensión y la división.

Tradujo al Español para Ciudad Redonda Benjamín Elcano, cmf

Artículo original en inglés

Imágen: Depositphotos