En este soleado seis del mes de enero de la capital de España, a quien paseara por sus calles, le resultaba llamativo el gran número de familias que se movía por ellas; familias con niños y multitud de paquetes de regalos en las manos. La emoción del día de los Reyes y de las fantásticas cabalgatas todavía era visible en los rostros de los niños. Seguramente una experiencia grabada en sus almas y constitutiva de su mundo emocional para toda la vida.
Desde hace muchos años, la familia aparece en uno de los primeros lugares de la escala de valores de los españoles. Y continúa siendo un valor primordial. Sin embargo, la familia tradicional ha cambiado mucho en nuestro tiempo; cada vez nacen menos hijos y ello reduce el tamaño los hogares. Por el otro extremo, el tiempo de la vida se alarga, somos más longevos. Los mayores viven en pareja, o viven solos sin hijos. Las familias españolas cada vez son más estrechas y más largas. Hay más coexistencia a través de redes y vínculos de afecto, pero hay menos convivencia. Ya no es la familia extensa sino la familia virtual.
La celebración de la Navidad en familia es uno de esos momentos que crean y renuevan los vínculos y el afecto familiar; actualizan las redes de contacto e información. Muestran que el grado de interrelación es todavía intenso y hace que las personas se muevan y se reúnan y se expresen su afecto. Y eso acontece, precisamente, en una cultura, que acentúa la importancia de la libertad y de la autonomía personal.
Las bombas de relojería
En las distintas formas de convivencia en las que se realiza la familia actual, hay algunos datos que son especialmente preocupantes. Uno se refiere a la disminución del número de matrimonios. Otro de ellos se refiere a la duración de los matrimonios, es decir, al creciente número de separaciones y divorcios. En el año 2016 la duración media de los matrimonios has su resolución fue de media 16,1 años.
Otro de los datos de repercusión a largo plazo es el número de hijos que nacen de madres solteras. Ya en el año 2015 un 44,5 de los niños nacidos eran de mujeres solteras. Las preguntas surgen a borbotones: ¿Qué futuro espera a los hijos con estas experiencias de infancia? ¿Qué futuro aguarda a los matrimonios con larga trayectoria de parejas de hecho? ¿Cómo afecta a su relación de amor, al esfuerzo por la superación del egoísmo y la vivencia de la unidad de pareja? Y en último término, ¿qué está pasando con el amor en nuestra sociedad? ¿Es tan líquido y quebradizo que yo no es amor?
Familia institución
Desde hace tiempo, se viene repitiendo que la familia es la célula vida de la sociedad. Desde la perspectiva evangélica decimos que la Iglesia es una familia de familias. También la idea de la familia como Iglesia doméstica tiene su raíz en el Nuevo Testamento. La relación de amor entre un hombre y una mujer, la relación conyugal, definitiva, fiel y creativa, es un sacramento de la relación amorosa de Dios con su pueblo. Y a la inversa, la relación de amor de Dios con su pueblo se convierte en el icono en el que se inspira y se mira el amor humano entre un hombre y una mujer.
El soporte de esta teología era una institución estable, cuyos fines y roles estaban bastante determinados. Casarse era entrar en una institución de larga tradición. En la actualidad, sin embargo, las formas de convivencia se han diversificado. Han aumentado los hogares unipersonales, los monoparentales, las parejas sin hijos. El número de parejas de hecho se ha multiplicado. Y con ello, en el mejor de los casos, se han convertido en una etapa del itinerario hacia el matrimonio, generalmente aceptado por los padres y por la sociedad. En esta situación cultural y social, es muy claro que el matrimonio vivido como relación de amor creciente, creativo, fiel, definitivo, se convierte en profecía en acción. Y mensaje de buenas noticias para nuestro tiempo.