Un soldado corriente no tiene miedo a la muerte, y en cambio Jesús sí que tuvo. Iris Murdoch escribió esto, y esa verdad puede ser algún tanto desconcertante. ¿Por qué? Si alguien muere con profunda fe, ¿no debería morir en cierta calma y tener la confianza de obtener el premio de esa fe? ¿No parecería lo contrario más lógico, esto es, si alguien muere sin fe, no debería morir con más miedo? Y quizás lo más desconcertante de todo: ¿Por qué Jesús, paradigma de fe, murió con miedo, gritando de dolor, lo que puede parecer como pérdida de fe?
El problema radica en nuestra comprensión. A veces nosotros podemos ser muy ingenuos en cuestión de fe y sus dinámicas, pensando que la fe en Dios es un billete para la paz y el gozo terrenos. Pero la fe no es un camino a la fácil tranquilidad ni nos asegura que acabaremos esta vida en calma, y eso puede ser a veces bastante inquietante y confuso. He aquí un ejemplo:
El renombrado escritor espiritual Henri Nouwen, en un libro titulado In memoriam, nos cuenta esta historia acerca de la muerte de su madre: Nouwen, natural de los Países Bajos, estaba enseñando en USA cuando recibió la llamada de que su madre estaba muriendo de vuelta al hogar en los Países Bajos. En su vuelo a casa, de New York a Amsterdam, Henri reflexionó sobre la fe y virtud de su madre, y concluyó que ella era la mujer más cristiana que había conocido nunca. Con eso como pensamiento maravillosamente consolador, él se imaginó cómo moriría ella, cómo sus últimas horas estarían llenas de fe y calma, y cómo esa fe y calma serían para su familia su testimonio final y lleno de fe.
Pero ese no es el modo como acabó su vida. Lejos de estar calmada y confiada, su madre, en las horas finales que la condujeron a su muerte, estuvo aparentemente en lucha de inexplicable oscuridad, de profunda inquietud interior y de algo que parecía como la antítesis de la fe. Para Nouwen esto fue muy desconcertante. ¿Por qué? ¿Por qué estaría su madre sufriendo esta inquietud cuando ella había sido durante toda su vida una mujer de fe tan recia?
Inicialmente, esto le turbó profundamente, hasta que una comprensión más profunda de la fe le abrió camino: Su madre había sido una mujer que, cada día de su vida adulta, había rezado a Jesús, pidiéndole que le permitiera vivir como él vivió y morir como él murió. Aparentemente, su oración fue oída. Ella murió como Jesús, el cual, aun teniendo una fe sólida como roca, sudó sangre mientras contemplaba su propia muerte y luego clamó desde la cruz, angustiado con el sentimiento de que Dios le había abandonado. En resumen, su oración había sido respondida. Ella había pedido a Jesús que le permitiera morir como él, y, dada su disposición a ello, su oración fue concedida, para confusión de su familia y amigos, que habían esperado una escena muy diferente. Eso es válido también para el modo como se dio la muerte de Jesús y la reacción de su familia y discípulos. Esta no es la manera como uno se imagina naturalmente la muerte de una persona llena de fe.
Pero una comprensión más profunda de la fe invierte esa lógica: Mirando la muerte de la madre de Henri Nouwen, la pregunta no es ¿cómo le pudo pasar esto? La pregunta es más bien: ¿Por qué no le iba a pasar esto? Es lo que ella pidió, y, siendo una atleta espiritual quien pidió a Dios que le enviara la última prueba, ¿por qué Dios no le iba a hacer ese favor?
Hay un cierto paralelo con esto en las aparentes dudas sufridas por la Madre Teresa. Cuando sus diarios fueron publicados y revelaron su noche oscura del alma, mucha gente quedó impactada y preguntó: ¿Cómo pudo pasarle esto? Una comprensión más profunda de la fe debería preguntar en vez, según creo yo: ¿Por qué no iba a pasarle esto, dada su fe y su disposición a entrar en la total experiencia de Jesús?
Pero, esto todavía tiene una ulterior complicación: A veces, para la persona de profunda fe eso no sucede de esta manera, y en cambio muere calmada y sin miedo, mantenida a flote por la fe como un buque de salvamento en aguas tormentosas. ¿Por qué sucede esto a algunos y no a otros? No tenemos respuesta. La fe no nos pone a todos nosotros la misma correa transportadora donde un solo dinámico ajusta todo. A veces, gente con profunda fe muere, como Jesús, en oscuridad y miedo; y a veces, gente con profunda fe muere en calma y paz.
Elizabeth Kubler-Ross refiere que cada uno de nosotros atraviesa cinco claras etapas mientras muere, a saber, denegación, ira, convenio, depresión y aceptación. Kathleen Dowling Singh sugiere que lo que Kubler-Ross define como aceptación necesita un matiz nuevo. Según Singh, la parte más resistente de esa aceptación es rendición total, y antes de esa rendición, algunas personas, aunque no todas, arrostrarán una profunda oscuridad interior que, superficialmente, puede parecer desesperación. Sólo después de eso, experimentan gozo y éxtasis.
Todos nosotros necesitamos aprender la lección que Nouwen aprendió junto al lecho de muerte de su madre: La fe, como el amor, admite varias modalidades y puede no ser juzgada simplistamente desde el exterior.