El capítulo séptimo de la Exhortación Apostólica del Papa Francisco alude a un tema complejo, pero muy importante dentro de nuestro compromiso como cristianos.
Empecemos diciendo que educar a nuestros hijos implica guiar y orientar. Educar no es imponer, sino ofrecer oportunidades. Educar no es dominar sino ayudar a que experimenten libertad. Educar no es controlar sino apoyar a que busquen sus propios caminos y sean responsables ante las consecuencias de sus decisiones.
¿Cómo hacerlo? Lo primero es asumir con seriedad la responsabilidad como padres y no delegarla a otros, por más comodidad que esto nos signifique (escuela, familia extendida, etc.). Nosotros amamos a nuestros hijos, así que ¿quién sería más adecuado para orientarlos? Evidentemente siempre tenemos que afinar nuestra expresión amorosa (actitudes y comportamientos) conforme el paso del tiempo y la madurez propia y de nuestros hijos. No hay nada mejor para afinarla que el diálogo sostenido y constante. Un diálogo que nos permita comprender todos esos cambios que van ocurriendo en nuestros hijos y en la realidad en la que se desenvuelven.
Un diálogo que especialmente en la actualidad es apremiante dadas las nuevas fuentes de educación social. Me refiero al internet y a las redes sociales. Quien ha tenido la prolijidad de investigar, por ejemplo, las imágenes que promueven los influencers, los ídolos de las redes sociales o de los canales de YouTube (youtubers) sabrá que esas nuevas fuentes de educación entran a nuestros hogares de modo constante y pertinaz.
Qué gusta y que no gusta (likes) en las redes sociales, es un buen barómetro para que cualquier padre de familia se oriente sobre esta fuente educativa actual. Hoy tenemos la obligación de conocer estas nuevas escuelas virtuales para poder comprender el contexto en el que transcurre la vida de nuestros hijos e hijas.
Adicionalmente y sin ánimo de agotar un tema tan complejo, le propongo reflexionar sobre:
a.- Es necesario conocer a nuestros hijos.- ¿Cómo podríamos hablar de educación sin saber primero a quién educamos? Es vital darnos el tiempo de conversar con ellos, evitando el juzgar y la condena sobre lo que piensan, sienten y buscan. Si no generamos confianza ¿cómo pretendemos que se dejen conocer? A veces, tendremos que escuchar cosas disonantes a nuestras expectativas y deseos, pero es mejor saberlas porque es la la alegría del amor única manera de descubrir cómo se perciben, cómo se auto valoran, etc. Observe a sus hijos, trate de ser objetivo, no justifique sus defectos o errores ni ensalce sus habilidades con exageración. Obsérvelos sin compararlos e interésese por ellos tal como son.
b.- Escuchar.- Es parte medular del punto anterior, pero es importantísimo que sepamos lo que implica escuchar realmente. Escuchar es vaciarse del “yo”, implica no interrumpir, no juzgar, no condenar, asumir lo negativo sin necesidad de defenderse o pretender ganar en argumentación. Escuchar es darnos tiempo, ofrecer a nuestros hijos un espacio en donde sientan que tienen toda nuestra atención y dejarles que se expresen sin miedo a ser cuestionados. Si no escuchamos jamás sabremos el mundo interno de nuestros hijos y ¿cómo educamos si no somos capaces de darles el sentimiento de que su opinión -por más inmadura y errada que sea- nos importa? Recordemos que la escucha es la manera más rotunda de decirles –Aquí estoy y cuentas conmigo– Si nunca escuchamos y nuestra comunicación es un monólogo lleno de discursos y sermones los estamos dejando solos. Y esa soledad existencial es un trampolín para muchos apegos sociales que pueden ser inadecuados. Vale la pena anotar en este punto, que existen muchas investigaciones que señalan que la soledad es un problema grave entre jóvenes de 12 a 18 años. Un dato realmente alarmante.
c.- Actuar con coherencia. – La educación no es informativa sino formativa, lo que quiere decir que no se educa con palabras sino con comportamientos, con argumentos cuya solidez repercute de forma directa en nuestros actos. Es mejor no hablar sobre aquello que no podemos vivir porque devaluamos las palabras que evocan esos valores. En cambio, cuando somos consistentes en un valor, ese valor queda impreso en la mente de nuestros hijos porque lo han oído, lo han visto, lo han experimentado de forma directa y, por tanto, es más fácil que lo integren a sus vidas.
d.- Conocer el contexto en el que se desarrollan nuestros hijos. – Está por demás decir que, si no conocemos sus amigos, su contexto escolar, de vecindad, sus actividades grupales y preferencias sociales y culturales será muy complicado conocerlos en todo el sentido de la palabra. Muchas veces son las circunstancias las que pueden darnos luces de cómo actuar y cómo abordar un tema con nuestros hijos. Y no olvidemos que tenemos un modelo didáctico en Jesús: lenguaje evocador, firme, asertivo, pero sin ejercer poder o dominio; paciencia y sencillez; adecuación de los mensajes a sus receptores; disponibilidad al diálogo y a la reconciliación; y, sobre todo, la expresión consistente de un amor sin condiciones que cuida sin esperar nada a cambio.
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