El santuario de la Virgen de Aparecida, patrona de Brasil, fue ayer el escenario de la primera misa pública celebrada por el Papa Francisco en el continente americano. El pontífice quiso incluir la visita a este lugar, muy importante para los brasileños y para los católicos del continente, en el programa de su viaje con ocasión de la JMJ.
La historia de la Virgen de Aparecida se remonta al 1717 cuando después de varios intentos infructuosos de pesca en el río Paraiba, unos pescadores echaron de nuevo las redes y encontraron una estatua de la Virgen sin cabeza, las arrojaron otra vez y salió a la luz la cabeza. Al tercer intento, las redes estaban llenas de pescado. La estatua, a la que se atribuyó la pesca “milagrosa”, permaneció durante 15 años en casa de uno de los pescadores y los vecinos iban allí para rezar el rosario. Las gracias obtenidas hacen que la devoción a la Aparecida se difunda progresivamente por varias regiones de Brasil; así en 1734 se construye una capilla y en 1834 comienza la construcción de la basílica antigua. La Virgen es coronada en 1904 y en 1929 el papa Pío XI proclama a la Aparecida “Reina y patrona de Brasil”. Los obispos y los misioneros redentoristas ponen en marcha en 1955 la construcción de la basílica actual que fue bendecida, todavía en fase de edificación, por el beato Juan Pablo II durante su viaje apostólico a Brasil en 1980.Los fieles que la visitan cada año rondan los siete millones. El 13 de mayo de 2007 el papa Benedicto XVI inauguraba en Aparecida los trabajos de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe que estableció las líneas pastorales para el continente en los años futuros.
El Papa Francisco llegó al santuario a las 10,00 (hora local, las 15,00 hora de Roma) donde fue acogido por el rector y tras saludarlo fue a la Sala de los Doce Apóstoles para rezar unos minutos ante la imagen de la Aparecida. La Santa Misa -en la que participaron solamente los obispos de la provincia,ya que los prelados de la JMJ se ocupan de la catequesis en Río de Janeiro- comenzó a las 10.30.
El Santo Padre empezó su homilía recordando que si al día siguiente de su elección como Obispo de Roma fue a la basílica de Santa María la Mayor en Roma para encomendar a la Virgen su ministerio, esta vez había venido a Aparecida para “pedir a María, nuestra Madre, el éxito de la Jornada Mundial de la Juventud y poner a sus pies la vida del pueblo latinoamericano”. Después, se refirió a la V Conferencia General del CELAM, en la que participó, diciendo que allí había ocurrido “algo muy hermoso… ver cómo los obispos —que trabajaban sobre el tema del encuentro con Cristo, el discipulado y la misión— se sentían alentados, acompañados y en cierto sentido inspirados por los miles de peregrinos que acudían cada día a confiar su vida a la Virgen: aquella Conferencia ha sido un gran momento de Iglesia. Y, en efecto, puede decirse que el Documento de Aparecida nació precisamente de esta urdimbre entre el trabajo de los Pastores y la fe sencilla de los peregrinos, bajo la protección materna de María. La Iglesia, cuando busca a Cristo, llama siempre a la casa de la Madre y le pide: “Muéstranos a Jesús”. De ella se aprende el verdadero discipulado. He aquí por qué la Iglesia va en misión siguiendo siempre la estela de María”.
“Hoy, en vista de la Jornada Mundial de la Juventud que me ha traído a Brasil -prosiguió- también yo vengo a llamar a la puerta de la casa de María —que amó a Jesús y lo educó— para que nos ayude a todos nosotros, Pastores del Pueblo de Dios, padres y educadores, a transmitir a nuestros jóvenes los valores que los hagan artífices de una nación y de un mundo más justo, solidario y fraterno. Para ello, quisiera señalar tres sencillas actitudes: mantener la esperanza, dejarse sorprender por Dios y vivir con alegría”.
Para explicar la primera de esas actitudes, “Mantener la esperanza”, el Papa habló de la segunda lectura de la Misa de hoy que presenta una escena dramática: una mujer —figura de María y de la Iglesia— es perseguida por un dragón —el diablo— que quiere devorar a su hijo. “Pero la escena – subrayó- no es de muerte sino de vida, porque Dios interviene y pone a salvo al niño. Cuántas dificultades hay en la vida de cada uno, en nuestra gente, nuestras comunidades. Pero, por más grandes que parezcan, Dios nunca deja que nos hundamos. Ante el desaliento que podría haber en la vida, en quien trabaja en la evangelización o en aquellos que se esfuerzan por vivir la fe como padres y madres de familia, quisiera decirles con fuerza: Tengan siempre en el corazón esta certeza: Dios camina a su lado, en ningún momento los abandona. Nunca perdamos la esperanza. Jamás la apaguemos en nuestro corazón. El “dragón” el mal, existe en nuestra historia, pero no es el más fuerte. El más fuerte es Dios, y Dios es nuestra esperanza”.
“Es cierto que hoy en día, todos un poco, y también nuestros jóvenes, sienten la sugestión de tantos ídolos que se ponen en el lugar de Dios y parecen dar esperanza: el dinero, el éxito, el poder, el placer. Con frecuencia se abre camino en el corazón de muchos una sensación de soledad y vacío, y lleva a la búsqueda de compensaciones, de estos ídolos pasajeros. Queridos hermanos y hermanas, seamos luces de esperanza. Tengamos una visión positiva de la realidad. Demos aliento a la generosidad que caracteriza a los jóvenes, ayudémoslos a ser protagonistas de la construcción de un mundo mejor: son un motor poderoso para la Iglesia y para la sociedad. Ellos no sólo necesitan cosas. Necesitan sobre todo que se les propongan esos valores inmateriales que son el corazón espiritual de un pueblo, la memoria de un pueblo. Casi los podemos leer en este santuario, que es parte de la memoria de Brasil: espiritualidad, generosidad, solidaridad, perseverancia, fraternidad, alegría; son valores que encuentran sus raíces más profundas en la fe cristiana”.
Hablando después de la segunda actitud: Dejarse sorprender por Dios, el Pontífice dijo: “Quien es hombre, mujer de esperanza —la gran esperanza que nos da la fe— sabe que Dios actúa y nos sorprende también en medio de las dificultades. Y la historia de este santuario es un ejemplo: tres pescadores, tras una jornada baldía, sin lograr pesca en las aguas del Río Paraíba, encuentran algo inesperado: una imagen de Nuestra Señora de la Concepción. ¿Quién podría haber imaginado que el lugar de una pesca infructuosa se convertiría en el lugar donde todos los brasileños pueden sentirse hijos de la misma Madre? Dios nunca deja de sorprender, como con el vino nuevo del Evangelio que acabamos de escuchar. Dios guarda lo mejor para nosotros. Pero pide que nos dejemos sorprender por su amor, que acojamos sus sorpresas. Confiemos en Dios. Alejados de él, el vino de la alegría, el vino de la esperanza, se agota. Si nos acercamos a él, si permanecemos con él, lo que parece agua fría, lo que es dificultad, lo que es pecado, se transforma en vino nuevo de amistad con él”.
Y por último: Vivir con alegría. “Si caminamos en la esperanza, dejándonos sorprender por el vino nuevo que nos ofrece Jesús, ya hay alegría en nuestro corazón y no podemos dejar de ser testigos de esta alegría. El cristiano es alegre, nunca triste. Dios nos acompaña. Tenemos una Madre que intercede siempre por la vida de sus hijos… Jesús nos ha mostrado que el rostro de Dios es el de un Padre que nos ama. El pecado y la muerte han sido vencidos. El cristiano no puede ser pesimista. No tiene el aspecto de quien parece estar de luto perpetuo. Si estamos verdaderamente enamorados de Cristo y sentimos cuánto nos ama, nuestro corazón se “inflamará” de tanta alegría que contagiará a cuantos viven a nuestro alrededor”.
“Hemos venido a llamar a la puerta de la casa de María -concluyó Francisco- Ella nos ha abierto, nos ha hecho entrar y nos muestra a su Hijo. Ahora ella nos pide: “Hagan todo lo que él les diga” . Sí, Madre, nos comprometemos a hacer lo que Jesús nos diga. Y lo haremos con esperanza, confiados en las sorpresas de Dios y llenos de alegría”.
Finalizada la Misa el Papa se asomó al balcón del santuario para bendecir a los presentes y saludar a los miles de fieles y peregrinos que no habían podido entrar y que bajo la lluvia siguieron la ceremonia, e improvisó en español unas palabras, prometiendo al final que regresaría a Aparecida para el 300 aniversario del hallazgo de la imagen de María.
“Irmãos e Irmãs … Irmãos e Irmãs, eu não falo brasileiro (Hermanos y hermanas, no hablo brasileño n.d.r) Perdón, voy hablar en español .Obrigado (Muchas gracias n.d.r) por estar aquí. Muchas gracias de corazón, con todo mi corazón y le pido a la Virgen, nuestra Señora de Aparecida, que los bendiga, que bendiga a sus familias, que bendiga a sus hijos, que bendiga a sus padres, que bendiga a toda la Patria. A ver, ahora me voy a dar cuenta si me entienden. Les hago una pregunta: ¿Una madre se olvida de sus hijos? Ella no se olvida de nosotros, Ella nos quiere y nos cuida. Ahora le vamos a pedir la bendición. La bendición de Dios Todopoderoso. El Padre y el Hijo y el Espíritu Santo desciendan sobre ustedes.
Permanentemente. Les pido un favor, recen por mí, recen por mí, necesito. Que Dios los bendiga. Que nuestra Señora de Aparecida los cuide. Y hasta 2017 que voy a volver”.
Después, el Papa recorrió en papamóvil los tres kilómetros que lo separaban del Seminario Misionero del Bom Jesús para almorzar con los obispos de la provincia y los seminaristas. A su llegada Francisco bendijo una imagen de Frei Galvao (San Antonio de Santana Galvao, canonizado por Benedicto XVI en San Pablo durante el viaje apostólico de 2007) que se colocará en el santuario dedicado al santo en la ciudad de Guaratinguetá. Acabado el almuerzo el pontífice regresó a Rio de Janeiro para visitar el hospital San Francisco de Asís.