Dios -según parece- está a favor de los indefensos, los que no cuentan, los niños y los extranjeros sin recursos ni lugar al que ir.
Por eso Jesús nació fuera de la ciudad, en un establo, inadvertido, fuera de toda fanfarria, lejos de todos los principales medios y lejos de todas personas y acontecimientos que se consideraban importantes en aquel tiempo, humilde y anónimo. Dios actúa así. ¿Por qué?
En la ópera rock Jesucristo Superstar,se le hace a Jesús esta pregunta: ¿Por qué escoges un tiempo tan atrasado como ese en esa tierra extraña? Si hubieras venido hoy, podrías haber llegado a toda una nación. Israel, en el siglo IV a. de C., no tenía la menor comunicación.
La escritura responde diciéndonos que los caminos de Dios no son nuestros caminos y nuestros caminos no son los caminos de Dios.Eso es verdad aquí. Nosotros tenemos inclinación a entender el poder según funciona en nuestro mundo: funciona por la popularidad, por los medios de masas, por los privilegios históricos, por la influencia financiera, por una educación superior, por el genio idiosincrático y, no raramente, por la cruda agresión, la avaricia y la insensibilidad a las necesidades de otros y de la naturaleza.
Pero incluso una rápida lectura de la escritura nos dice que ese no es el modo como actúa Dios. El Dios que Jesús encarna no entra en este mundo con una enorme expectación, como un nacimiento regio ansiosamente anticipado y después anunciado por el mercado de todos los principales medios, con fotos de él y sus padres en la portada de todas revistas populares, con predicciones universales en cuanto a su grandeza e influencia futura, y luego con el privilegiado acceso a las mejores instituciones educativas y círculos de poder e influencia.
Claramente, claramente, esa no es la historia del nacimiento de Jesús ni de cómo se desenvolvió su vida. Dios, como muestra la escritura, actúa más por el anonimato que por los titulares, más por los pobres que por los poderosos, y más por los que están fuera de los círculos del poder que por los que están dentro de ellos. Cuando examinamos cómo actúa Dios, vemos que no es por casualidad que Jesús nació fuera de la ciudad y que, después de ser crucificado, fue enterrado también fuera de la ciudad.
La actuación de Dios en nuestro mundo generalmente no produce titulares. Dios nunca irrumpe en nuestro mundo ni en nuestra conciencia por llamativo despliegue de poder. Dios actúa más discretamente, en calma, tocando el alma, tocando la conciencia y tocando esa parte previamente tocada dentro de nosotros donde aun inconscientemente llevamos el recuerdo de haber sido tocados una vez, mucho tiempo antes de nacer, acariciados y amados por Dios. Por eso Cristo nació en este mundo como niño y no como superestrella, como alguien cuyo único poder fue la capacidad de tocar y ablandar los corazones de los que estaban junto a él. Los niños no presionan a nadie física, intelectual, ni atléticamente. Descansan desvalidos y lloran pidiendo amor y cuidado. Por eso, paradójicamente, al final del día, están más fuertes que ningún otro. Ningún poder físico, intelectual ni atlético puede al fin tocar la conciencia humana como lo puede un niño (y similares aspectos de inocente desamparo: un pájaro herido, un gatito abandonado, un niño pequeño solo y lloroso). Lo que hay de mejor en nosotros se enciende, sanamente, en presencia de la impotencia e inocencia.
Por eso Dios entra en nosotros mansamente, inadvertido. Sin gran aparato. Por eso también Dios tiende a evitar los círculos de poder para favorecer a los abandonados y vulnerables. Por ejemplo, cuando el Evangelio de Lucas refiere cómo Juan Bautista vino para ser bendecido especialmente, eso da un golpe mordaz a los poderes cívicos y religiosos de su tiempo. Llama a todos los principales líderes civiles y religiosos de aquel tiempo (los gobernantes romanos, los reyes de Palestina y los sumos sacerdotes religiosos) y luego les dice francamente que la palabra de Dios los evitó a todos ellos y vino, en cambio, a Juan, un eremita, que vivía en el desierto (Lc 3, 1-3). Según el Evangelio, el desierto es donde mejor encontramos y experimentamos la presencia de Dios, porque Dios tiende a evitar los centros de poder e influencia para encontrar, en cambio, un lugar en los corazones de los que están fuera de esos círculos.
Se ve esto también, aunque se admite que sin el mismo peso teológico que se manifiesta en la escritura, en las diferentes apariciones de María, la madre de Jesús, que han sido aprobadas por la iglesia. ¿Qué tienen de común todas ellas? María nunca se ha aparecido a un presidente, a un papa, a un gran líder religioso, a un banquero de Wall Street, al director general de una gran compañía, ni siquiera a un teólogo universitario en su estudio. A ninguno de estos. Se ha aparecido a niños, a una mujer joven de ninguna importancia terrena, a un campesino iletrado y a varias otras personas de ningún estatus mundano.
Nosotros nos inclinamos a entender que el poder reside en la influencia financiera, el dominio político, el talento carismático, la influencia de los medios, la fuerza física, la destreza atlética, la gracia, la salud, el ingenio y el atractivo. Superficialmente, esa evaluación es bastante precisa; y, verdaderamente, ninguno de ellos es malo en sí mismo. Pero, mirado más profundamente, como vemos en el nacimiento de Cristo, la palabra de Dios evita los centros de poder, y anida, en cambio, en los corazones y conciencias de los que están fuera de la ciudad.