En tu silencio acogedor, nos ofreces ser tu palabra
traducida en miles de lenguas, adaptada a cada situación.
Quieres expresarte en nuestros labios,
con susurro tierno al enfermo terminal,
o con grito valiente que sacuda la injusticia
y libere a otras personas de la ignorancia.
En tu respeto a nuestra historia,
nos ofreces ser tus manos
para tocar, servir, trabajar y producir;
lavar, curar, consolar o abrazar,
llegar en la caricia de los dedos
que alivia la fiebre sobre la frente
o enciende el amor en la mejilla.
Pones en nosotros tu confianza, y nos envías a recorrer caminos.
Nos llamas a ser tus pies y acercarte a las vidas marginadas;
con pisadas suaves para no despertar a los niños que duermen su inocencia,
y pisadas fuertes para bajar a la mina o llevar con prisa una carta perfumada.
Nos llamas a ser tus oídos, para que tu escucha tenga rostro, atención y sentimiento.
Para que no se diluyan en el aire las quejas contra tu ausencia,
las confesiones del pasado que remuerde,
la duda que paraliza la vida, y el amor que comparte su alegría.
Gracias, Señor, porque nos necesitas.
Gracias porque confías. Gracias porque nos llamas.
Gracias porque recibimos de tu amor, nuestra hermosa vocación.
46 Jornada Mundial de Oración por las vocaciones