¿Hablamos de crisis moral los que no sufrimos de crisis material?

20 de septiembre de 2012

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Sobre si tenemos que cambiar las personas para cambiar el mundo a mejor, y esto de manera absoluta y primera, me parece una verdad de Perogrullo, pero es una abstracción imposible.

Se suele formular en sencillo así: «cambia tú, y cambiarás el mundo»; «si cada uno cambiamos a mejor, el mundo cambiará a la vez«. O con más profundidad: «Si no modificamos nuestras convicciones más profundas, ya podemos cambiar todas las estructuras, que no lograremos vivir como humanos«. Esto es cierto, – digo -, pero es demasiado escolástico pensar que pueda darse la sociedad más perfecta en sus estructuras con una mayoría de inmorales y canallas por doquier, con gentes sin convicciones humanas profundas.

Pensemos un poco. ¿Quién la habrá construido, entonces? ¿Quién habrá pensado estructuras perfectas si no ama ni sufre con nadie? ¿Dónde radicará su perfección? No es posible. A veces interesa subrayar más la importancia de lo personal o lo estructural, según el caso o la coyuntura, pero la verdad no está en un todo o nada a cada lado. Las dos realidades del ser humano, – conciencia y estructuras -, plasman siempre en una dialéctica tan inseparable como precaria; en todos los supuestos de la vida personal y social, aparece este equilibrio de lo espiritual y lo estructural. Con crisis y sin crisis, una dialéctica de equilibrio frágil pero indisoluble. ¿Un ejemplo? Si yo me desvivo por la ayuda social y me importan muy poco la estructura de propiedad de mi país, o las leyes fiscales y laborales, o la desregulación total de sector financiero, me salvo en las intenciones, pero seré un juguete roto en manos poderosas.

Si personalmente insisto tanto en las estructuras de justicia social, es por parecerme que los sectores sociales más conservadores, y gran parte de las iglesias en ellos, apelan una y otra vez a la pérdida y recuperación de los valores morales y espirituales, sin discernirlos en su uso y abuso espiritualista, – en lo religioso -, y excluyente, – en lo social -. Con la mejor intención, – voy a suponerla siempre -, el discurso sale terrible en tantos y tantos. Por el contrario, si alguien pone por delante este discernimiento social de la injusticia contra tantos inocentes y débiles, – a partir de estructuras sociales de poder tan claras y de gentes que las copan a su favor -, nadie va a callar, – o muy pocos y equivocándose -, sobre el condicionamiento inigualable de las personas concretas y de sus convicciones buenas para el logro de esa misma sociedad justa. Pero hay que hacerlo, siempre y a la vez.

Con toda certeza, la discusión de si cambiar «conciencias o estructuras», como alternativa para la justicia social, ya no existe. Y volver a ella tampoco. Es un enredo que nos distrae de lo fundamental y nos paraliza. Si esta conexión se ignora o minusvalora, queriendo recuperar los sujetos del cambio social justo, estamos entregándolos como corderos al matadero, y lo que venga detrás de este capitalismo puede ser aún peor, nosotros culpables en él.

Propongo un ejercicio personal bien práctico. No voy al caso de pobreza más extremo. Podría hacerlo. Imaginemos cada uno de nosotros que perdemos el trabajo y el salario, y que nos queda un paro de seis meses, a 900 euros, tenemos 60 años, un alquiler de 500, una salud normal y dos hijos, uno trabajando, y el otro, en paro, con familia, y a punto de ver extinguidas toda clase de «prestaciones» por desempleo. Olvidémonos, los eclesiásticos y religiosos, – hombres y mujeres -, de residencias, obispados, estipendios, conventos, o lo que sea. Y ahora, ¿cómo escucharíamos el discurso de otros, bien arropados y con trabajo, que dijeran: la crisis es ante todo moral y espiritual, de pérdida de valores, y a su recuperación no entregamos en cuerpo y alma? Les diríamos, – y ¿qué es de las estructuras sociales de justicia a partir de los más débiles y vulnerables, es decir, la propiedad, las rentas, los dividendos, los bonos, la fiscalidad, las leyes sociales, la asistencia, el desempleo, la educación gratuita, la sanidad universal…? ¿Quién admitiría por respuesta?: «De esto no entendemos, es muy complejo», «nosotros sabemos de valores ignorados y de conciencias maleadas», y a esto nos entregamos; además es lo primero»

Pues eso es lo que estamos haciendo y queremos que nos entiendan. No hay un primero y un segundo real e histórico entre conciencias malas y estructuras injustas. Que cada uno se ponga en el caso descrito, u otros más cercanos y graves, y diga si puede seguir con esa distinción escolástica, y que saque consecuencias en la Iglesia. Paz y bien.

 


 

Extraído de Religión Digital