No deberían ir pasando las diversas Jornadas Mundiales de la Juventud sin que la Iglesia ofrezca respuestas válidas y viables a los interrogantes que la juventud mundial hoy nos presenta, aunque ellas y ellos no las formulen adecuadamente e incluso las olviden durante estas celebraciones. Es cierto que en las celebraciones hay consignas, respuestas, pero ¿son las adecuadas? Hay emociones, ¿pero hasta dónde llegan? Podemos dar la impresión de ser capaces de movilizar a millones de jóvenes, de realizar concentraciones -desde el punto de vista organizativo- impecables, pero puede quedar pendiente la cuestión, formulada por Judas: ¿tanto derroche, para qué? ¿Será el Espíritu Santo el gran protagonista de la JMJ2011? ¿Será Madrid como un gran Cenáculo, en el que aparezcan las llamaradas y el viento del Espíritu que no hace acepción de personas? ¡Que nadie lo suplante, ni nos dejemos mover por otros “espíritus”!
La Iglesia católica muestra un especial interés por los jóvenes. Quiere llegar a ellos, anunciarles el Evangelio, contar con su generosa colaboración en la multiforme actividad misionera, introducirlos en el itinerario de la espiritualidad cristiana. Se está creando una red de iniciativas locales, nacionales y transnacionales que culminan en las Jornadas mundiales de la Juventud, a las que suele asistir el Papa y que se ubican en países de diversos continentes, pertenecientes hasta ahora a las llamadas sociedades avanzadas.
Al parecer el esquema funciona y se exhibe en las televisiones, en internet. El aliciente musical, las procesiones variopintas, la marchas-peregrinaciones, los encuentros grupales, las posibilidades de recuperación interior, logran congregar y mantener en la Iglesia una juventud adicta y generosa.
Escuché en la radio la entrevista de un presbítero periodista a un obispo my implicado en la Misión joven. Tanto las palabras del entrevistado como del entrevistador me sonaban a llamadas constantes al fideismo, a una fe que nunca se cuestiona, ni duda, a “dar la cara” y “perder complejos” ante una sociedad insensible a los grandes valores, a las auténticas actitudes morales, en definitiva -¡ese es el lenguaje!- a Dios”. Dentro de un esquema de discurso-aparentemenete muy lógico y coherente- pedía el entrevistado una y otra vez “entrega a Cristo”, convencimiento de que solo el corazón de Dios es la respuesta al deseo de plenitud del hombre, hambriento de amor. A propósito de nuestra representación de Dios se ponía de relieve que -como muy bien dice el Papa Benedicto XVI, citando a san Agustín- “Deus es impassibilis sed non incompassibilis”… La revelación es considerada como una propiedad eclesial de la cual todos los demás están privados; se habla de Dios como si de una transmisión en directo se tratara.
El punto crucial de la misión de la Iglesia respecto a los jóvenes es, a mi modo de ver, el siguiente: no hemos de preguntarnos ¿qué necesitan los jóvenes hoy para acceder a la fe?, sino ¿hacia dónde está el Espíritu Santo moviendo a la juventud? Antes de ofrecerles nada, hemos de intuir qué está el Espíritu Santo realizando en la juventud mundial. ¿Son generaciones en manos del Maligno o del Espíritu? ¿Son generaciones totalmente cerradas a la verdad o aquellas a las cuales la verdad se les revela de otra forma? ¿Son generaciones moralmente pervertidas o son generaciones que nos descubren aspectos inéditos de la moralidad?
Veo en cierta pastoral juvenil oficial demasiada consigna, demasiado lenguaje ya sabido, demasiados “hay que…”, “tenemos que…”, “el cristianismo es exigente…”, demasiadas llamadas a la militancia, al compromiso… Pero descubro bastante insensibilidad hacia la presencia inédita de la Gracia en las nuevas generaciones. Esa Gracia no siempre es reconocida, ni acogida con hospitalidad en la Iglesia. Los jóvenes plantean a la teología, a la ética cristiana, a la praxis pastoral, en todas sus vertientes preguntas muy serias. Son preguntas que a veces nos atemorizan, porque da la impresión de que pueden desestabilizar todo el sistema. Las nuevas generaciones que pertenecen a la Iglesia y con cuya generosidad y entrega contamos, ejercen el “ecumenismo secular” que los identifica con tantos otros jóvenes de diversas creencias o sin creencias. ¿De qué bagaje teológico disponen para dar razón de su fe?
Hay una teología que, a pesar de sus lenguajes adornados y hasta “guays”, es ya obsoleta, intrascendente, repetitiva, lenguaje de museo que no responde a las preguntas más estremecedoras de las mujeres y los hombres de este tiempo.
Creo que el momento de la “misión joven” es también el momento de la “teologia joven”. La teología no es joven simplemente porque sea repetida por jóvenes teólogos o teólogas, sino porque responde apasionada y convincentemente a las preguntas más serias que las jóvenes generaciones nos plantean y también -¡y ésto es lo más importante para mí!- porque reflejan hacia dónde el Espíritu está llevando a la humanidad y al cosmos.