Señor,
tú has pasado por mi vida,
has llamado a mi puerta,
has pronunciado mi nombre
y yo he escuchado tu voz.
A veces ha cubierto mi corazón una nube
que me impedía ver los rayos del sol a mediodía,
y me sentía perdido: «¿será él?».
Mi corazón era un pequeño lago
con las aguas revueltas.
Pero te has acercado una vez más
y me has dicho como a Pedro:
-No temas, no te alborotes: soy yo.
Cuando tú te muestras Señor,
la luz brilla con toda su fuerza
y todo el paisaje, el de fuera y el de dentro,
parece nuevo, como recién creado.
Y el corazón responde: «Aquí estoy, Señor».
O simplemente: «Gracias».
Es el momento de recomenzar la marcha
cargando con nueva ilusión con el peso de cada día,
porque tú vas delante
señalando el camino
siendo el camino,
ofreciendo tu ayuda sin condiciones.
Tú suscitas en la raíz más honda de mi ser
el gozo de sentirme seguidor tuyo,
y esto siempre es un estímulo para avanzar,
aunque el camino sea empinado
y los hombros débiles.
Tu yugo es yugo y tu carga es carga;
ha quedado muy claro en tu subida al monte.
Pero tu yugo es suave y tu carga ligera.
Lo sé porque lo has dicho tú,
y lo sé porque me lo has hecho
experimentar muchas veces.
Ayúdame a responderte: “Aquí estoy”.
Pero no con palabras fáciles
sino con la actitud profunda
que da sentido a toda mi historia.
Señor, que hoy sea de verdad
discípulo tuyo. Amén
Foto por Tigr