HE AQUÍ LA ESCLAVA DEL SEÑOR (Lc 1, 38)

Un esclavo es un hombre despreciable. Sólo si se es esclavo o esclava del Señor puede una persona ser honorable. Porque servir a Dios es reinar. Un esclavo del Señor es un adorador de Dios, un exacto cumplidor de su voluntad, uno que acepta una misión de parte del Señor y la cumple fielmente. María es de esta manera esclava del Señor. Una vez descubierta la voluntad de Dios, deja que El mande, insinúe, dirija la barquilla hacia el puerto. Con este Marinero a bordo todo llegará a buen fin. María no es soberana, sino servidora, no es meta sino camino, no es Todopoderosa sino intercesora. Es sencillamente esa sierva que sirve a Jesús, sigue a Jesús, busca a Jesús, canta a Jesús, ruega a Jesús, muestra a Jesús y está donde está Jesús, si no con los pies, sí con el corazón. Es sencillamente viva imagen de Jesús que «a pesar de su condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que por el contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así actuando como un hombre cualquiera se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz» (Fil 2, 6-8).La sumisión a la voluntad de Dios termina en un increíble milagro. Dios no ha perdido nada. El hombre lo ha ganado todo. El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. No sabemos -dice Cabodevilla- si en esos momentos se aceleró la floración de los huertos en Nazaret, no lo sabemos. Seguramente los hombres que estaban arando los campos vecinos -Mechisua, Ner, Abner, Edom- no se enteraron de nada, pero medio cielo se desplazó a la tierra. Porque una niña -no tenía más que doce años- dijo a Dios: He aquí la esclava del Señor. Tú también puedes meter un poco de cielo en la tierra, cumpliendo la voluntad de Dios.