¿He sido salvado?

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Al famoso y tenaz psicólogo, Fritz Pearls, le preguntó un cristiano bien intencionado que si “él había sido salvado”.  Él respondió diciendo, ¡todavía estoy tratando de averiguar cómo puedo ser útil! Su respuesta se hace eco a una frase de Teresa de Ávila, quien afirma, que una vez que se ha alcanzado la morada más alta de la madurez, solo nos queda una pregunta: ¿Cómo puedo ser útil? Tienen razón, y su visión supone un reto importante. También nosotros, con mucha frecuencia, adoptamos un enfoque equivocado tanto respecto al discipulado cristiano como a la madurez humana.

La pregunta real en nuestras vidas, al menos durante los años de adulto, no debería ser: ¿Qué debo hacer para ir al cielo? O, ¿qué debo hacer para evitar ir al infierno? No es que la preocupación por nuestra salvación no sea importante o que el cielo y el infierno no sean reales; lo central más bien es que nuestra motivación más profunda debe ser la de hacer las cosas por los demás y no sólo por nosotros mismos.  Principalmente nuestra propia salvación se hará posible si nos centramos en las necesidades de los demás. Por supuesto, tanto en las Escrituras como en lo mejor de la sabiduría humana,  se dice que no debemos estar demasiado centrados en ayudar a otros a costa de descuidar nuestras propias necesidades, sin embargo, ambas también dejan claro, que al igual que en la Oración de San Francisco, el cuidado de nosotros mismos es paradójico y que recibimos lo que necesitamos para nuestra propia vida principalmente al compartir con los demás.

Y por lo tanto nuestra principal preocupación no debe ser la pregunta: ¿Estoy salvado? O incluso la pregunta: "¿He encontrado a Jesús como mi Salvador?"  De nuevo, este debe ser un requisito: Una relación personal y afectiva con Jesús no es, para un cristiano, para cualquier cristiano, una cosa sin importancia o negociable.  De hecho, en los Evangelios, sobre todo en el Evangelio de Juan, una profunda y afectiva relación personal con Jesús es el componente central del discipulado cristiano y es un fin en sí mismo. Nosotros no cultivamos una relación con Jesús, para tener la energía suficiente para el servicio a los demás, a pesar de que es una parte muy importante de ésta.  Más bien se desarrolla una relación íntima con Jesús porque es, en sí misma, la razón esencial por la que nos convertimos en cristianos.
Al afirmar esto se afirma también que las tradiciones de los cristianos evangélicos y la práctica devocional católica romana son correctas. Nada supera a una relación personal afectiva con Jesús, y fuera de esa conexión no somos verdaderos discípulos de Cristo. Sin embargo, Jesús mismo, mitiga cualquier fundamentalismo o comprensión exclusivamente devocional, vinculando la intimidad con él con la otra mitad del gran mandamiento: Ama a Dios y ama al prójimo.  En pocas palabras, demostramos nuestro amor a Dios, nuestra intimidad con Jesús, al dar la vida por el prójimo. El discipulado cristiano no es sólo acerca de Jesús y yo, aunque siempre sea sobre Jesús y yo.

A un sacerdote amigo mío que enseña en una universidad civil le preguntó uno de sus alumnos: "Padre, ¿ha conocido a Jesucristo?" Su respuesta, sin duda, refleja algo de cansancio: "Sí", respondió, "He conocido a Jesucristo, y ¡él perturbo toda mi vida! ¡Hay días en los que desearía no haberlo conocido!" Lo que su respuesta destaca, en su irreverencia, es que el encuentro con Jesús implica mucho más que un encuentro privado, romántico, afectivo y seguro,  y que el encuentro con Jesús es más que el tener un sentimiento íntimo en el alma de que somos amados y de que estamos seguros con Dios.

Una parte no negociable de unirse a Jesús significa ser enviado, y no solo en alguna búsqueda espiritual propia o en un ministerio individual.  Significa ser llamado a la comunidad, a la iglesia, y luego enviado a los demás, "en parejas de dos en dos", a "seguir las sangrientas huellas de Cristo", como Nikos Kazantzakis poéticamente dice, es decir, caminar en medio del desastre y el fracaso, la incomprensión y la crucifixión, la confusión y el cansancio, la oscuridad y el aparente silencio de Dios, preguntándote a veces si de verdad necesitas encontrar una piedra donde reposar la cabeza. La intimidad con Jesús en general no se parece a la intimidad de una película de Hollywood o a la intimidad tal como se define en los manuales de espiritualidad individualista. Se parece más a la intimidad que Jesús vivió con su padre mientras caminaba decididamente hacia Jerusalén, contra el consejo de su círculo de amigos íntimos, tragando saliva, sabiendo lo que le esperaba allí. El cuerpo de voluntarios jesuitas resume su discipulado con estas palabras: "!Arruinados de por vida!" Esto comprende maravillosamente tanto la intimidad y lo ésta que significa.

Teresa de Ávila sugiere que somos personas maduras en el seguimiento de Cristo, si nuestras preguntas y preocupaciones ya no se enfocan en nosotros mismos: ¿Estoy salvado? ¿He encontrado a Jesucristo? ¿Amo lo suficiente a Jesús? Estas preguntas siguen y seguirán siendo válidas, sin embargo no están destinadas a ser nuestro principal objetivo. Nuestra verdadera pregunta debe ser: ¿Cómo puedo ser útil?

Fritz Pearls simplemente lo dice de una manera más gráfica: ¿Cómo puedo ser útil? Durante nuestra vida adulta que supere a la pregunta: ¿He sido salvado?