Eso de las homilías debe de ser muy difícil. Al menos, eso tiende a pensar este sufrido laico que domingo tras domingo se empeña en seguir acudiendo a la cita con el Señor y con la Iglesia. En el peregrinar por los templos se oyen homilías de diversos tonos, lo que no acabo de estar seguro de que sea obra del Espíritu, que sopla donde quiere, o de los hombres, en quienes más bien sopla donde le dejan.
D. Plácido Modorro
Las homilías más frecuentes, se asemejan a ejercicios colectivos de relajación, en los que un tonillo mono-corde, consigue que los pensamientos de los oyentes, vuelen libres y caóticos por sus preocupaciones, ocupaciones y fijaciones: eso si en la noche anterior se ha dormido bien. En caso de que no sea así, se propicia el don apacible, el sueño, lo que no deja de ser caritativo con los asistentes que, aun con déficit en el disfrute de ese don, no han dudado en acudir al encuentro del Señor. A la postre saldrán más tranquilos y descansados de lo que entraron, tras la terapéutica a base de sopor bien administrado y nunca interrumpido por una ruptura en el tono, por una palabra más alta que otra, por un gesto de énfasis, o por una palabra, ¡Jesús, qué horror!, que pudiera despertar el interés por tener algo que ver con la aplicación del Evangelio a la vida.
D. Máximo Gerundio
Otras son grandilocuentes, en las que el oficiante demuestra al auditorio su inmensa capacidad de componer oraciones largas, con palabras esdrújulas, sonoros adjetivos, ¡si puede ser superlativos!, gerundios y adverbios, ¡muchos adverbios!, que acaben en ‘mente’, tal vez para que así parezca que se trata de homilías muy pensadas. Las gentes de hoy no comprenden los discursos poblados de oraciones largas, con profusión de palabras ‘muy sonantes’, pero eso es algo que tal vez queda lejos de la comprensión del oficiante quien, ante tal sugerencia, se sentirá incomprendido. Cree que practica la retórica, por lo que sus feligreses pueden llegar al convencimiento de que ‘la retórica es la manera en que parla el Retor’.
D. Justo Revuelta
Caso aparte, son las homlías de los rompedores, que en lenguaje de los jóvenes ‘se van de varas’. Quieren presentarse como modernos, y dicen cosas que rompen, con lo que, desde luego, no tienen problemas para captar la atención de los oyentes. Hacen de la Escritura una interpretación libre para la radio, y de vez en cuando enseñan la oreja atizando contra el oscurantismo de la Iglesia de hace 30 o 40 años, venga a cuento o no, que generalmente no viene. Pocos, pero hacedores de bulla, son un tanto victimistas, y siempre dejan entrever que la jerarquía recela de ellos. Buscan, seguro que inconscientemente, adhesiones inquebrantables en un grupo de laicos próximos a ellos, cultivando para ello una cierta fobia contra otros sectores eclesiales que, según ellos, no responden a lo que debe ser la verdadera iglesia de Cristo.
D. Justo Trabucaire
A las homilías anteriores se oponen las de los celadores de las puras esencias. Iguales a los anteriores, pero en sentido contrario. También victimistas, suelen dejar entrever que la Iglesia estaría perdida si no fuera por ellos. Buscan en sus homilías, sin duda que sin percatarse, ir creando un grupo de laicos con quienes se sientan fuertes, cultivando, ¡como no!, una imagen de exclusivismo en la posesión de la verdad, frente a otros grupos que según dicen, bordean la herejía. También son pocos, pero bullangueros, y como los anteriores, no suelen tener problemas para captar la atención de los fieles.
Resultado Final del Gatuperio
(Gatuperio=Mezcla de substancias incoherentes)
Los primeros y los segundos son inofensivos, aunque a largo plazo hacen confundir la eucaristía del domingo con una especie de ceremonia de aburrimiento ritual, lo que desde la perspectiva ascética y penitencial no es desdeñable. Es difícil que cambien, porque hacerlo implica trabajar duro hendiendo el arado en las propias actitudes profundas, y eso hace sudar al cuerpo y al espíritu.
Los otros dos tipos son más que preocupantes. A su pequeño nivel, y en su pequeña medida, comunican una cierta sensación de ruptura, y tienden a crear a su alrededor ambientes de iluminados que están seguros de no haber doblado la rodilla ante Baal, en contraposición al resto de la Iglesia, lacerada por la corrupción o por la heterodoxia, según el prisma de cada uno de ellos. Los rompedores en nombre de la ortopraxis, y los esencialistas en nombre de la ortodoxia, han pasado de las homilías a las “o me lías”, pero íntimamente ambos se sienten justos, y es difícil que caigan del burro, porque hacerlo ante la corte de jaleadores de que se han rodeado exige sobredosis de humildad.
El hecho, es que se comunica mal el evangelio, porque no es buena nueva aguantar rollos inacabables grandilocuentes e insoportables, o conocer las teorías del rompedor o del esencialista de turno. Y cuando se comunica, se hace de forma tan ajena a la vida de la gente, que es difícil verse reflejado en casi nada
También hay buenas homilías, ¡créanme!, ¡sí!, ¡se lo prometo!. Hagan lo que Diógenes: agarren la lámpara y busquen.