Ése es un aforismo popular en el mundo de la rehabilitación, y muestra una profunda verdad. Si nos vemos forzados a ocultar algo, entonces no nos sentimos a gusto y bien, al menos cuando las imperfecciones que intentamos ocultar son morales, más que físicas. Un alcohólico en proceso de rehabilitación me dijo una vez: “La sobriedad representa solamente un 10% con respecto a la adicción al alcohol o a la droga; se trata más bien, al 90%, de honestidad y sinceridad. Puedes beber, con tal que puedas hacerlo sincera y honestamente”. Ciertamente puedes hacer cualquier cosa, con tal que lo hagas con honestidad y sinceridad.
Ese es un principio moral interesante: Puedes hacer cualquier cosa, si no tienes que mentir acerca de ella.
Hay excepciones, naturalmente, si la gente ha endurecido su espíritu o bien es moralmente tan insensible que no le da vergüenza admitir públicamente su doblez o incluso alardear de ella. Pero el principio es básicamente suficiente como guía moral para cualquiera que camine en la gracia de Dios. Sencillamente, puedes hacer todo, con tal que puedas ser honesto y sincero con respecto a tu acción.
Pero eso cubre mucho terreno. ¿Podrías engañar o difamar a alguien, ser infiel sexualmente o cometer un pecado de cualquier especie y sentirte cómodo compartiendo todo eso abiertamente con tus seres más cercanos y queridos? La necesidad de ocultar a los otros alguna acción es un fuerte empujón moral. Si vivimos (al menos básicamente) en gracia, no necesitamos ningún otro mandamiento: Podemos hacer cualquier cosa, con tal que no tengamos que mentir con relación a ella.
Y, todavía una idea más: cuando hacemos algo malo y después lo encubrimos y mentimos, lo que nos perjudica no es tanto aquello particular que hicimos mal; lo que nos produce verdadero daño es el mentir después con relación a ello. Todos somos débiles, todos caemos, todos pecamos. Dios comprende esto; y no es tanto el pecado en sí lo que nos perjudica. Lo que nos produce verdadero daño es el mentir, el encubrir, el andar a escondidas, sin ser transparente, viviendo una doble vida. ¿Por qué? Porque el espíritu humano no está hecho para vivir en insinceridad y doblez. Cuando hacemos algo malo, o bien tenemos que dejar de hacer lo que hacemos, o al menos, tenemos que asumir nuestra debilidad con contrición y sinceridad, o, si no, nuestro espíritu comenzará automáticamente a embotarse y a pervertirse. Tal es la anatomía del alma; no puede tolerar duplicidad o doblez moral por mucho tiempo sin endurecerse y pervertirse.
Ciertamente así es cómo puede existir el pecado imperdonable contra el Espíritu Santo, el pecado infame que no se puede perdonar. Comienza con la mentira, el encubrimiento y la falta de sinceridad. Cuando mantenemos una mentira durante algún tiempo, comenzamos a pervertir nuestra propia interioridad y el pecado puede llegar a ser imperdonable, no porque Dios no quiera perdonar, sino porque nosotros ya no vemos ninguna necesidad de recibir perdón. El mentir, especialmente a nosotros mismos, endurece y corrompe el espíritu. Por eso a Satanás se le llama el príncipe de la mentira y no el príncipe de la debilidad. Ese es también el contenido del famoso axioma de Martín Lutero: ¡Peca con valentía! La invitación de Lutero no significa que tengamos que tener el valor de pecar sin pestañear, sino que, si pecamos, habríamos de tener el valor de ser sinceros, de forma que no mintamos o racionalicemos después del hecho.
Una de las cualidades por las que Henri Nowen se hizo querer de la gente fue precisamente su honestidad y sinceridad sobre sus propias debilidades, y su rechazo a pretender ser algo diferente a lo que en realidad era: un hombre sincero, débil, esforzándose por vivir su vida con sinceridad. Por ejemplo, había períodos en su vida en los que no quería ir solo a dictar charlas y conferencias. En parte, su motivo tenía que ver con su sentido de comunidad y su deseo de llevar consigo a un miembro central de su comunidad. Sin embargo, parte de su motivación era más humilde. Él era también lo bastante sincero como para no confiar totalmente en sí mismo viajando siempre solo. La presencia de la familia y de la comunidad en torno a nosotros puede ser un poderoso guardián moral de nuestra conducta. Nowen era suficientemente humilde y sincero como para admitir que algunas veces necesitaba ese apoyo en su vida. Con demasiada frecuencia a nosotros nos falta esa clase de humildad y sinceridad y, por consiguiente, tenemos cosas que ocultar, pequeños o grandes secretos que guardamos escondidos y que nos impiden gozar de plena salud moral.
Cuando al famoso Cardenal estadounidense Joseph Bernardin se le acusó falsamente de abuso sexual, él fue capaz de plantarse ante el mundo para decir, con credibilidad: “Todos los que me conocen saben que esta acusación es falsa, porque mi vida es un libro abierto”. Todos los que le conocían le creyeron, precisamente por la evidente transparencia de su vida, por la radical sobriedad patente en su persona.
La sobriedad no se refiere en el fondo al alcohol o a la droga. Se trata más bien de sinceridad y transparencia. Y, como en la sinceridad y la transparencia, no se trata de “todo o nada”, sino que la sobriedad tiene grados. Todos somos sobrios conforme al “más o menos”, de acuerdo al grado en que nuestras vidas son un libro abierto, sin ocultar nada vergonzosamente en el armario.