– ¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?
Él contestó: – Id a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: “El Maestro dice:
Se acerca el momento y quiero celebrar la cena de pascua
en tu casa con mis discípulos”.
Ellos hicieron lo que Jesús les había mandado,
y prepararon la cena de Pascua. (Mt 26, 17-19).
Mientras los discípulos hacían su encargo, Jesús pensaba y oraba:
– He ido de aldea en aldea, curando enfermedades,
diciendo mi Buena Noticia de salvación…
Inútil trabajo. En las gentes y en las calles parece que todo sigue igual.
El Reino, que ha llenado mi vida plenamente cada día a día,
no ha sido entendido ni acogido por los hombres.
¡He deseado tanto que la gentes comenzasen a vivir y a caminar sobre la tierra
con la misericordia en las entrañas,
la paz en las manos y la justicia en el corazón!
Pero aún sigo creyendo que el Reino será posible para todos,
aunque sé que me espera la cruz, y con ella la muerte más vergonzosa.
Tú, Padre Dios, lo harás posible, aunque sea a través de mi muerte,
a través de la cruz. Y yo, Padre, una vez más te digo sí,
acepto tu voluntad, aunque me cueste tanto llevarla adelante.
Una vez, al principio de mi misión, y en atención a mi madre María
quise alegrar el corazón del hombre convirtiendo el agua en vino.
Pero parece que nadie entendió aquel signo.
Nadie recordó la profecía del banquete de bodas,
a pesar de que leen todos los días la Escritura.
He vivido minuto a minuto, procurando que esta tierra sea el lugar
donde Dios -que es Padre- y el hombre se encuentren y se quieran.
Algunas pocas veces ese encuentro se ha producido
y ha brotado con fuerza la vida.
Pero la mayoría de las veces el hombre no acude a su cita.
Sé que voy a morir dentro de unas horas.
Los que mandan y deciden en esta tierra están ya muy nerviosos
y quieren acabar pronto con esto. Quizá ya lo han previsto todo.
Pero antes de que ocurra nada, yo quiero partir y entregar el pan
para que los hombres tengan vida, para que puedan sentarse
en la mesa de mi Reino; quiero ofrecerles la copa del vino nuevo
para que sepan que mi entrega por ellos siempre ha sido auténtica
y que voy a llegar hasta el extremo.
Hoy mismo quiero hacer un cielo nuevo y una tierra nueva,
donde no haya dolor, o al menos quede transformado en esperanza.
Cuánto deseo que el universo entero se recree y adquiera la potencia
de la primera hora, y encuentrela luz recién amanecida.
Qué distinto sería todo si los hombres descubrieran
en su pequeñez su grandeza
y en su libertad su fuerza creadora…
También ellos vivirían transformados y serían capaces de soñar estas cosas.
Por eso hoy tomaré de la tierra su fruto, esfuerzo y sudor de los hombres.
Tomaré el pan como mi propio cuerpo, y lo partiré
y lo entregaré a cada uno en la misma mesa.
Y los que comieron conmigo otras veces el pan de cada día
en la mesa de los pecadores, entenderán mi gesto.
Y alzaré de nuevo la copa de vino, para crear una alianza nueva.
Quiero hacer nuevas todas las cosas.
Quiero que mi padre Dios diga al hombre definitivamente:
“tú eres mi hijo”, y el hombre se alegre;
quiero que el hombre diga a Dios todos los días:
“Tú eres mi Padre”, y Dios se emocione.
Voy a hacerme yo mismo Pan y Vino.
No puedo más, ni alcanzo como humano a llegar a todas partes.
Quiero, sin embargo, que mi entrega, mi muerte, sea por todos
y que mi salvación abrace a cada uno de los hombres y a la creación toda.
“Tomad, comed, esto es mi cuerpo.
Tomad, bebed, es el vino de la alianza nueva”.