I. EL LAICO EN LA HISTORIA: LO QUE EL CLERO SE LLEVO

1. ¿Había laicos al principio?

En el Nuevo Testamento no aparece nunca la palabra "Iaikós" para denominar a los que siguen a Jesús. Se habla de "creyentes"… y, sobre todo, de "hermanos". Aunque el término está ausente, el N.T. aplica a toda la comunidad las características que en el A.T. quedaban reservadas a lo más sagrado del Pueblo de Israel, (Templo, sacerdocio…). Por Cristo toda la comunidad (y no sólo un grupo) son pueblo, "laós", sacerdocio real, nación consagrada, propiedad querida de Dios. (Cfr. 1 Pe. 1.9).

La distinción no se establece entre ministros y no ministros dentro de la comunidad, sino entre pueblo y no pueblo. Esta unidad radical está sazonada por una rica variedad de dones y carismas suscitados por el Espíritu de Jesús. Este mismo Espíritu preside la mutua subordinación de los carismas en el amor y garantiza la existencia de una dirección dentro de la comunidad (1). La acentuación de la unidad frente a la distinción dentro del pueblo de Dios prevalece sustancialmente en los tres primeros siglos. La Iglesia se asoma al balcón de la historia presentándose como alternativa y fermento. La sociedad helenista y romana la rechaza y persigue.
La comunidad experimenta en carne viva y martirial la novedad de su mensaje en tensión con el mundo circundante. Aunque prevalezca en estos siglos el aspecto comunitario (radical unidad) sobre el jerárquico (diferencias internas), no significa que no exista una organización interna. El conjunto de los bautizados que no participan de un ministerio jerárquico se comienza a distinguir de la estructura jerárquica de la comunidad. A finales del siglo I, encontramos el término "laico" para designar al pueblo en cuanto distinto de los ministros del culto. (3). Ya desde finales del siglo I, encontramos, y con creciente intensidad, cómo las comunidades cristianas se articulan jerárquicamente en torno a sus Obispos. A principios del tercer siglo cristiano, aparece el término "clero" para designar al grupo de los ministros de la comunidad. (4).

Este proceso de organización no significa que el clero acapare los carismas y ministerios. La tarea de la evangelización es obra de todos y abundan los profetas y evangelizadores laicos itinerantes. Laicos son los primeros teólogos y defensores del cristianismo. (Justino, Taciano, Tertuliano…). Conocemos incluso, la existencia de ministerios femeninos dentro de las comunidades. En Siria, por ejemplo, existían diaconisas para bautizar a las mujeres ya desde el siglo II. Hipólito, en Roma, nos habla de un "orden de viudas" (siglo III) cuyo ministerio estaba ligado a las obras existenciales dentro y fuera de la comunidad. (5).

2. ¿Ha perdido sabor la sal?

La Época histórica que se abre con el Edicto de Milán (313) significa para la Iglesia una situación nueva. Decrece la tensión entre el mensaje cristiano y la cultura circundante. La sociedad comienza a inculturar los valores cristianos. Ciertamente la Iglesia se encarna mucho más en la sociedad como factor de progreso social y humano. Ya no vive en situación de "paroikía", de peregrinación por tierra extraña, y se convierte en "parroquia", comunidad asentada en un territorio y protegida por el Imperio. La tensión, inexistente en lo exterior, se desplaza poco a poco al interior de la comunidad, afectando a las relaciones entre sus miembros. El clero se hace "orden" o categoría social. La liturgia se va haciendo cada vez más "cosa de curas" y el pueblo va perdiendo protagonismo. Se multiplican los signos externos de separación entre e] clero y el pueblo (hábito especial, privilegios, espacios reservados en el templo, derecho en exclusiva a enseñar y catequizar…). Comienza a prevalecer la distinción sobre la unidad dentro de la comunidad, aun cuando no faltan voces discrepantes y acciones claras del laicado en la teología y otros aspectos de la vida de la Iglesia (espiritualidad, obras asistenciales, administración de los bienes de la comunidad, participación en la pastoral… (6).

3. Las luces y sombras del laicado en la Edad Media

Durante la Edad Media existe un denominador común como tendencia con respecto al laicado: su progresiva de-valuación. El Matrimonio se considera una concesión a la debilidad humana. Laico es lo mismo que ignorante. La separación entre clero y pueblo se institucionaliza en el Derecho. (7) El laicado queda excluido .del ámbito de lo sagrado y se refugia en una espiritualidad devocional separada de la liturgia. A partir del siglo XII, Europa va a conocer cambios profundos en los que instituciones como las-Universidades y la nueva clase burguesa van a tener un papel de primer orden. En sintonía con el nuevo espíritu, el laicado adquiere en la Iglesia conciencia de su misión que se expresará en la búsqueda de una .Iglesia más cercana al Evangelio. Irán surgiendo movimientos que contestan a la Iglesia oficial, rica y poderosa, en nombre del evangelio leído en lengua vulgar. (8). Su influjo fue evidente y beneficioso para la Iglesia a través, sobre todo, de Francisco de Asís que con su obra y su familia religiosa va a "recuperar" los carismas laicales en la Iglesia. Aunque ya en la Edad Media contamos con los primeros santos laicos, no existe aún una espiritualidad laical. Parece necesario distanciarse de las cosas, acercarse lo más posible a la vida monacal, para lograr la santidad. (9)

4. El laicado en la época de las Reformas

A partir de finales del siglo XIV, la sociedad Medieval se desintegra. Aparece la conciencia individual, el espíritu de nación, la autonomía de lo secular frente a la tutela de la Iglesia… Mucha gente empieza a experimentar que en la Iglesia no se dan las condiciones para alcanzar la salvación. Se prefiere la propia experiencia subjetiva o las pequeñas comunidades de vida cristiana a la Iglesia institucional. (10). Lutero, desde su propia vivencia de la salvación, recogerá muchos de estos elementos y tratará de eliminar las distancias entre clérigos y laicos dentro de la Iglesia. El Concilio de Trento, respondiendo a Lutero, reafirmará la naturaleza jerárquica de la Iglesia, (diferencias) aunque afirma también el sacerdocio bautismal de todos los creyentes (unidad). El laicado, bastantes años antes de Lutero estaba empezando a reformar la Iglesia desde abajo. A partir de su experiencia de encuentro con el Jesús presente en la Eucaristía y en los más necesitados, el laicado católico va a ir preparando la Reforma interna de la Iglesia que Trento tratará de aplicar en sus decretos conciliares. (11). A pesar de este innegable y beneficioso influjo, los laicos siguen siendo tenidos como menores de edad, incapaces de asumir responsabilidades dentro .de la Iglesia.

5. Notas sobre el laicado en los siglos XIX y XX

Durante el siglo XIX, el laicado vive un despertar inaudito, que proseguirá a lo largo de nuestro siglo. La Iglesia está siendo asediada por la sociedad laica, que quiere fundar la nueva sociedad sobre valores distintos de los cristianos.. La tarea principal de los laicos va a ser la defensa de los valores cristianos a través de la cultura, la educación, la ciencia y la política. Este movimiento laical no logrará romper la imagen clerical de la Iglesia. Los laicos son simplemente los instrumentos ejecutores de los planes elaborados por la jerarquía. La participación en el apostolado se entiende como una generosa concesión de los pastores a sus fieles. Durante el siglo XIX hay que colocar a Antonio Claret. \'En sus trabajos apostólicos ve la necesidad de integrar a los laicos, no tanto en asociaciones piadosas o devocionales, cuanto en grupos de marcada acción apostólica en todos los campos: catequesis, cultura, promoción social, alejados… (12).

En el siglo XX, Acción Católica es quien tiene el papel de protagonista en la revitalización de la conciencia laical. Desde la experiencia de su labor apostólica, cambian las relaciones clérigo-laico. Este último ya no es un "intruso", sino un "colaborador". (13). La misma experiencia de AC suscitará reflexiones muy ricas y profundas en los teólogos acerca del puesto de los laicos en la Iglesia. Estas reflexiones contribuirán decisivamente a "requilibrar" la imagen de Iglesia y Vaticano II.

6. Lo que ha supuesto el Vaticano II

Aunque hoy lo niegan o discuten gentes importantes, el hecho es que el Concilio Vaticano II supuso una gran novedad respecto a la conciencia eclesial. La exuberancia de vida, movimientos, reflexión… estaba pidiendo a gritos un nuevo planteamiento de la identidad de la Iglesia ("Iglesia, qué dices de tí misma"). Buceando en su propio misterio que brota del corazón de la Trinidad (Cap. I de la L.G.) la Iglesia se descubre así misma como Pueblo de Dios, (Cap. II) donde todos los bautizados, independientemente de su tarea o ministerio dentro de este pueblo, participan de las riquezas y las responsabilidades que comporta la identidad cristiana. Al descubrirse a sí misma como "imagen de la Trinidad" (Cap. 2-6 de la Constitución sobre la Iglesia), la Iglesia subraya la fundamental unidad y la maravillosa variedad de carismas y ministerios que el Espíritu hace nacer en su seno. Con ello se supera el clásico sacerdotes religiosos-laicos en favor del binomio de raíz neotestamentaria: comunidad (radical unidad) ministerios (diversidad). Con ello hemos demolido la monstruosa pirámide que pesaba sobre las relaciones dentro de la Iglesia. Emerge de sus ruinas una Iglesia que es sobre todo comunión y "sinfonía" (14). Además, el Vaticano II al redescubrir la dimensión "futura" (escatológica) de la Iglesia, hacer ver lo que falta todavía para ser la Iglesia "una, santa y católica". Se subraya la necesidad de vivir en constante "abierto por reformas", superando aquello de "sociedad perfecta" en relación permanente de cruzada con el mundo. Toda la Iglesia, según el carisma que el Espíritu da a cada creyente, está llamada a asumir el diálogo con la historia. 7.

Algunas "cosillas" que quedan por hacer Durante los trabajos previos al Concilio y durante su desarrollo, daba la impresión de que una de las tareas primordiales era hacer una buena teología del laicado, sin embargo, los años posteriores a la clausura del Vaticano II parecieron contradecir esa impresión. Pasado el entusiasmo por algunas reformas estructurales, los verdaderos problemas doctrinales, espirituales y prácticos respecto al laicado en la Iglesia se desdibujaron, perdiendo actualidad. Había cosas más importantes de que ocuparse: la crisis de identidad del clero y el consiguiente malestar plagado de abandonos, la crisis de obediencia provocada por la "Humanae Vitae", el retroceso alarmante de las prácticas religiosas… Sin olvidar otros factores como la "reclericación" de algunas funciones de Iglesia que habían sido confiados a laicos, el estancamiento de las estructuras de participación, el desencanto… Todo ello ha motivado el arrinconamiento de la cuestión del laicado en la reflexión teológica. En los últimos diez años, sin embargo, estamos asistiendo a un renovado interés por la cuestión del laicado.

El auge de los movimientos eclesiales y su presencia casi omnipresente en amplias esferas eclesiales, la inserción de laicos en tareas pastorales permanente y el pasado Sínodo sobre los laicos, pueden ser las causas de este "renacimiento". Sin embargo, quedan aún algunas cuestiones serias que resolver: La primera de ellas es si de verdad existen los laicos o hay que hablar simplemente de bautizados con carismas o ministerios específicos dentro de la comunidad. Hacer una teología especifica del laicado ¿no es, en definitiva, agostar los brotes de comunión que apuntan ya en el Vaticano II? ¿No habría que hacer, más bien una buena teología de la Iglesia que dé razón de la unidad y la diversidad como factores necesarios de comunión.

PARA LA REFLEXION Y EL DIALOGO

¿Cuál sería la función específica del laicado en la vida y misión de la Iglesia? ¿Podemos contentarnos con decir que "el mundo", "lo secular" es lo específico y peculiar de los laicos? ¿Es que el resto del pueblo de Dios no tiene nada que hacer por aquí abajo?

La laicidad, entendida como reconocimiento del valor de la cultura, la historia y el mundo, ¿no sería en realidad una característica de toda la Iglesia y no sólo de un grupo de bautizados? Si la tradición nos ha presentado formas distintas de ministerios femeninos vividos por las Iglesias durante largos períodos ¿por qué no restaurar de nuevo el diaconado para las mujeres recuperando un ministerio que sea expresión renovada de la caridad de Dios?.  

Tertuliano, natural de Cartago, puso su talento de abogado al servicio de los cristianos cuyo coraje motivó su conversión. Su obra, la más importante de la literatura cristiana latina después de la de San Agustín, es ante todo polémica. Para defender, fuerza las cosas y para él mismo al ataque.

“Somos de ayer y ya hemos llenado la tierra y todo lo que es vuestro: las ciudades, las islas, las plazas fuertes, los municipios, las aldeas, los mismos campos, las decurias, los palacios, el senado, el foro; ¡tan sólo os hemos dejado los templos! /…/ Ha llegado el momento de exponer  yo mismo las ocupaciones de la "facción cristiana", para que, después de haber probado que no tienen nada de malo, os demuestre que son buenas, revelándose así toda la verdad. Somos un solo "cuerpo" por el sentimiento de una misma creencia, por la unidad de la disciplina, por el vínculo de una misma esperanza. Formamos una agrupación y un batallón para asediar a Dios con nuestras plegarias, como cerrando filas ante él. Esta violencia le agrada a Dios. Rezamos también por los emperadores, por los ministros y por las autoridades, por la situación presente del siglo, por la paz del mundo, por el retraso del fin del mundo. /…/ Pero es sobre todo esta práctica de la caridad la que, a los ojos de muchos, nos imprime un carácter vergonzoso. "Mirad, se dicen, cómo se aman los unos a los otros", porque ellos se detestan entre sí; "mirad, dice, cómo están dispuestos a morir unos por otros", porque ellos están dispuestos más bien a matarse entre sí. En cuanto al nombre de "hermanos" con el que se nos designa, me parece a mí que no andan muy desacertados cuando nos lo aplican, a no ser porque entre ellos todos los nombres de parentesco sólo se dan por un afecto simulado. Pues bien, nosotros somos incluso hermanos vuestros, por el derecho de la naturaleza, nuestra madre común; la verdad es que vos-otros no tenéis nada de hombres, ya que sois malos hermanos. Pero, con cuánta más razón se llaman hermanos y se consideran hermanos los que reconocen como padre a un mismo Dios, los que se sacian en el mismo espíritu de santidad y los que, salidos del mismo seno de la ignorancia, han visto brillar asombrados la misma luz de la verdad. /…/ Vivimos con vosotros, tenemos el mismo alimento, el mismo vestido, el mismo género de vida que vosotros; estamos sometidos a las mis-mas necesidades de la existencia. No somos brahmanes o fakires de la India que vivan en los bosques o anden desterrados de la vida /…/. Acudimos a vuestro \' foro, a vuestro mercado, a vuestros baños, a vuestras tiendas, a vuestros almacenes, a vuestras posadas, a vuestras ferias y demás lugares de comercio. Vivimos en este mundo con vosotros. Con vosotros nave-gamos, con vosotros servimos como soldados, trabajamos la tierra, negociamos. /…/.

Tertuliano, Apologética, 37, 39 y 42; escrita por el año 200. B.

PARA COMPLETAR
Bruno Forte: "Laicado y Laicidad". Ed. Sigueme. Pág. 26—42.
Antonio Vidales: `Breve historia del laicado". Secretariado General para los “Seglares Claretianos”.

Después de haber leído y reflexionado el tema, sería el momento de:
1. Describir tu historia personal como laico en la Iglesia.
2. Describir la historia de la participación de los laicos en tu parroquia, colegio, grupo, etc.
3. Buscar experiencias cercanas de incorporación del laicado a las tareas pastorales, y también experiencias de retroceso, analizando causas, consecuencias; etc.
4. ¿Conocéis alguna experiencia actual y cercana de participación "ministerial" de la mujer en la Iglesia?

NOTAS:
(1) Los dones (carismas) son variados, pero el Espíritu es el mismo; las funciones son varia das, aunque el Señor es el mismo; las actividades son variadas, aunque el Señor es el mismo; pero es el mismo Dios quien lo activa todo en todos. La manifestación particular del Espíritu se le da a cada uno para el bien común. A uno, por ejemplo, mediante el Espíritu, se le dan palabras acertadas, a otro palabras sabias… a un tercero fe, por obra del mismo Espíritu, a otro dones para… a otro realizar milagros; a otro mensaje inspirado… (1 Cor, 12,4-10). Ver también 1Cor, 12,27-31, 13,8-13.

(3) "el laico es dirigido por las reglas fijadas para los laicos". (Carta de Clemente, Obispo de Roma, a los Corintios, 40,6). (4) Seguid todos al Obispo, como Jesucristo al Padre y al colegio de ancianos como a los Apóstoles; en cuanto a los diáconos, reverenciadlos como al manda-miento de Dios. Que nadie sin contar con el Obispo, haga nada de cuanto atañe a la Iglesia. (Carta de Ignacio de Antioquía a los esmirniotas, VII; escrita a comienzos del siglo II (109 ?).

(5) Recogemos aquí una hermosa fórmula de ordenación de mujeres diaconisas de la Iglesia Oriental (Siglo VIII): "El Obispo, imponiendo de nuevo sus manos sobre aquella que es ordenada, ora así: "Maestro, Señor, Tú que no rechazas a las mujeres que se han consagrado a Tí para servir -a tus santas moradas con un santo de-seo como conviene, si-no que las acoges en un rango de ministros, concede la gracia de tu Espíritu también a tu sierva que está aquí y ha querido consagrarse a Tí y cumplir perfectamente la gracia de la diaconía, así como se la concediste a Febe, que Tú \'llamaste a la obra del ministerio. Concédele, Oh Dios, perseverar sin reproche en tus santos templos, aplicarse al gobierno de tu casa, ser temperante en todo, y haz que se convierta en tu perfec ta servidora, para que cuando se presente ante el tribunal de tu Cristo, reciba la digna recompensa de su buen gobierno. Por la misericordia y la filantropía de su único Hijo". (Eucologio del manuscrito griego Barberini, 336 de la Biblioteca Apostólica Vaticana. ff. 169)

(6) S. Juan Crisóstomo afirma que lo de ser santos es para todos. Los laicos deben participar en el apostolado activo: "Nada más frío que un cristiano que no salva a los demás (…) Todo el mundo puede ser útil a su prójimo si desea hacer bien todo lo que de-pende de él". (Homilia 20 sobre los Hechos de los Apóstoles).

PARA LA REFLEXION Y EL DIALOGO

¿No habría que recuperar este carisma de la reflexión católica en nuestra Iglesia, hoy? ¿Qué pensamos que su-pondría la presencia de laicos en la teología? (7) He aquí el famoso "duo genera christianorum" (dos clases de cristianos) del Decreto de Graciano: "Hay dos géneros de cristianos. Uno, ligado al servicio divino y entregado a la contemplación y a la oración, se abstiene de toda bulla de realidades temporales y está constituido por los clérigos. El otro es el género de los cristianos al que pertenecen los laicos. A es-tos se les permite tener bienes temporales (…) se les permite casarse, cultivar la tierra, hacer de árbitros en los juicios…". (8) He aquí lo que de los Valdenses nos dice uno de los inquisidores que lucharon contra ellos: "usurparon la función de los apóstoles y se atrevieron a predicar el evangelio por las calles y plazas públicas. Cuando el Obispo de Lyón les prohibió esta presunción ellos le negaron la obediencia. (…) Despreciaban a los prelados y a los clérigos porque decían que éstos poseían abundantes riquezas y vivían en medio de delicias". (9)

PARA LA REFLEXION Y EL DIALOGO
¿Hemos superado ya esta espiritualidad de hecho en nuestra vida?
¿No vivimos todavía una cierta concepción dualista: natural-sobrenatural, sagrado-profano…
¿No existen movimientos actuales que subrayan quizás demasiado el elemento de separación del "mundo"? (10)
Muchas de estas cosas suenan a actuales. Conviene recordar que los verdaderos reformadores han sabido vez por encima de los defectos institucionales y han luchado para que su experiencia carismática fructificase desde dentro. El más elocuente es San Francisco, pero no es, ni mucho menos, el único. (11) De esta época y de otras muchas se puede afirmar que ha sido la base eclesial la que ha salvado la Iglesia. El Papa y toda la Curia romana, amén de muchísimos Obispos, eran grandes príncipes que temblaban cuando oían hablar de reformas. La exuberancia del Espíritu, sin embargo, fue haciendo que lo que había nacido entre los laicos llegase al vértice. Sin espadas ni revueltas, con la fuerza machacona y misteriosa del amor heroico y la obediencia "a pesar de todo", laicos, sacerdotes, .y religiosos fueron revitalizando la Iglesia. (12) "Claret descubrió que el pueblo no era evangelizado, y la Palabra no producía las maravillas de conversión de la sociedad como lo había hecho en otros tiempos porque faltaban evangelizado-res. San Antonio M. Claret fomentaba el apostolado asociado no sólo por la eficacia y las ventajas de la asociación, sino por el testimonio y fuerza de la caridad fraterna vivida en comunión de vida. Así suscitará asociaciones laicales para la evangelización como la Hermandad de la Doctrina Cristiana, y otras con carácter más moderno, como la Hermandad Espiritual de Libros Buenos, y, sobre todo, la Academia de San Miguel. Tenía por fin responsabilizar a los seglares en el apostolado especializa-do\' (J.M. VIÑAS, La Misión de S. Antonio M. Claret. Roma, (sin fecha) 14-15). (13) "Para conducir de nuevo a Cristo en su integridad a esas diversas clases de hombres que han renegado de él, hay que seleccionar y formar ante todo en su mismo seno a los auxiliares del apostolado de la Iglesia. Los primeros apóstoles, los apóstoles \'inmediatos de los obreros tienen que ser los mismos obreros". (Pío XI, Quadragesimo Anno. (1931) no. 141). (14) En este sentido el Vaticano II ha recuperado la imagen de la Iglesia comunión .pro-pia del NT. Hemos vuelto, de este modo, a las fuentes mismas de la Iglesia reviviendo en nuestra vida y misión la experiencia de los primeros siglos. Contra todo lo que digan Lefebre y los integristas, no ha habido en la Historia un Concilio tan "tradicional" como el Vaticano II.