I Lunes de Adviento

“Os digo que vendrán muchos de Oriente y Occidente
y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos” (Mt 8, 11).
 
“… así como Cristo vino una vez al mundo en la carne,
de la misma manera está dispuesto a volver en cualquier momento,
para habitar espiritualmente en nuestra alma…” (San Carlos Borromeo).
 
Ayer iniciamos un tiempo propicio para alentar el ánimo en el comienzo de una etapa nueva del camino de la existencia. Para hacernos capaces de culminarla, se nos ofrecen algunas anotaciones importantes, unas de modo indicativo, otras exhortativo; hay consejos que, de seguirlos o no, depende el acierto en la dirección de los pasos.
 
Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.La llamada a despertar, a vigilar, a estar atentos es muy frecuente, porque se acerca el día, la luz, el sol que viene de lo alto. Se nos invita a abandonar las obras de la noche, la pereza y todo lo que signifique pacto con el mal.
 
Es un tiempo nuevo, donde las imágenes esperanzadoras llenan el corazón de gozo: “Vamos alegres a la casa del Señor”. “El vástago del Señor será joya y gloria, fruto del país, honor y ornamento…”
 
No retrases tu incorporación al grupo inmenso de los que esperan al Mesías. Ten la seguridad de que Él puede entrar en tu casa en cualquier momento, si tú le dejas. El Centurión romano, que vivía en Cafarnaún, nos ofrece la mejor oración: “Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra y mi alma quedará sana”.
 
Una de las propuestas nos la ofrece el Papa en su última exhortación apostólica postsinodal:
 
“Los Padres sinodales han exhortado a todos los pastores a promover momentos de celebración de la Palabra en las comunidades a ellos confiadas: son ocasiones privilegiadas de encuentro con el Señor. Por eso, dicha práctica comportará grandes beneficios para los fieles, y se ha de considerar un elemento relevante de la pastoral litúrgica. Estas celebraciones adquieren una relevancia especial en la preparación de la Eucaristía dominical, de modo que los creyentes tengan la posibilidad de adentrarse más en la riqueza del Leccionario para orar y meditar la Sagrada Escritura, sobre todo en los tiempos litúrgicos más destacados, Adviento y Navidad, Cuaresma y Pascua.”
(Benedicto XVI, Verbum Domini 65).