I Martes de Adviento

“¡Qué hermosos los pies de los que anuncian el Evangelio!” ( Rm 10, 15)

“Andrés, después de permanecer con Jesús y de aprender de Él muchas cosas,
no escondió el tesoro para sí solo, sino que corrió presuroso en busca de su hermano para hacerle partícipe de su descubrimiento” (San Juan Crisóstomo).

 

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Al inicio del Adviento, la fiesta del apóstol San Andrés nos posibilita plantear este tiempo como tiempo propicio para difundir el mensaje del Evangelio, que no es principalmente una serie de verdades y preceptos, sino la persona de Jesucristo. “Aquel que anunciaron los profetas, lo hemos encontrado”.

La razón de la mayor esperanza es el encuentro con el rostro del Maestro, del único que tiene capacidad para decir “vente conmigo” sin hacer injusticia ni dominar la conciencia. Al tiempo de hacer la llamada, ofrece el sentimiento de la mayor libertad.

En el tiempo de Adviento se nos recomienda el encuentro con la Palabra de Dios, en comunión con la Tradición Apostólica. La fiesta de San Andrés nos invita tanto al encuentro con la Sagrada Escritura, como al anuncio misionero del Evangelio, pero sobre todo al encuentro con el Maestro.

Al comenzar este nuevo tiempo, cabe decidir la opción del seguimiento o de renovar el proyecto de ir detrás de Jesús.

 

“… la palabra predicada por los apóstoles, obedeciendo al mandato de Jesús resucitado: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15), es Palabra de Dios. Por tanto, la Palabra de Dios se transmite en la Tradición viva de la Iglesia. La Sagrada Escritura, el Antiguo y el Nuevo Testamento, es la Palabra de Dios atestiguada y divinamente inspirada. Todo esto nos ayuda a entender por qué en la Iglesia se venera tanto la Sagrada Escritura, aunque la fe cristiana no es una «religión del Libro»: el cristianismo es la «religión de la Palabra de Dios», no de «una palabra escrita y muda, sino del Verbo encarnado y vivo». Por consiguiente, la Escritura ha de ser proclamada, escuchada, leída, acogida y vivida como Palabra de Dios, en el seno de la Tradición apostólica, de la que no se puede separar.”
(Benedicto XVI, VD 7)