I Miércoles de Adviento

“Jesús, saliendo de allí, se fue a la orilla del lago de Galilea” (Mt 15, 29).

 
“Sabemos que hay una triple venida del Señor. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra. En la última, todos verán la salvación de Dios. La intermedia es oculta, en ésta (Cristo) es nuestro descanso y nuestro consuelo” (San Bernardo)
 
Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos. Acabo de llegar de los lugares santos, tengo reciente el recuerdo del Lago de Galilea, su luz, el rumor de sus aguas, la templanza del clima, la evocación de los textos evangélicos. Galilea suena a belleza, a amistad, a vida doméstica, entrañable, a Nazaret, a la hora de la llamada al seguimiento, al lugar donde se funda la esperanza. “La cosa comenzó en Galilea” (Act 10, 37).
 
De nuevo la Liturgia nos sitúa en escenas iniciales de la vida de Jesús. En ello se descubre la pedagogía de despertar la sana memoria del momento en el que fuimos conscientes del paso del Señor por nuestra vida, el día en que sentimos la presencia interior que sació nuestra hambre y sed de sentido.
 
La esperanza se sostiene en parte con el ejercicio de la memoria. El recuerdo de lo que Dios ha hecho en nuestro favor ayuda a vivir confiados en que seguirá actuando como nos lo ha prometido. Dios cumple su palabra. Jesucristo, por llevar a término la voluntad de su Padre, se hizo Pan vivo para sostenernos en el camino de la espera.
 
Permanentemente es posible la venida intermedia de Jesús que señala San Bernardo, en la Eucaristía, sacramento que prolonga la multiplicación del pan santo en las manos de Cristo, a través de sus ministros.
 
“¡Volved a Galilea! ¡Volved al amor primero! ¡Dejaos amar por Dios!”
 
“Las piedras sobre las que ha caminado nuestro Redentor están cargadas de memoria para nosotros y siguen “gritando” la Buena Nueva. Por eso, los Padres sinodales han recordado la feliz expresión en la que se llama a Tierra Santa «el quinto Evangelio».”
(Benedicto XVI, Verbun Domini 89)