Banquete
“El Señor de los ejércitos preparará para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos” (Is 25, 6).
Recepción de la Palabra
Con diversas figuras, el profeta anuncia tiempos de consolación, que apuntan a la venida del Mesías. Si en el transcurso del Éxodo el Señor cuidó a su pueblo enviándole el maná y la bandada de codornices, si en la travesía del diserto lo proveyó de agua hasta para los ganados, si protegió con la nube de día, para que no perecieran por el bochorno, y de noche con la columna de fuego, para que vieran por el camino, en los tiempos mesiánicos no podrá actuar con menor generosidad.
¿Pero de qué banquete se trata? Esta profecía tendrá cumplimiento en Belén, la “casa del pan”, y el evangelista San Juan iniciará la narración de la vida pública de Jesús en el marco de una boda, donde acontece el signo del agua convertida en vino. En el mismo evangelio, se nos narra el discurso del Pan de Vida.
El banquete de bodas será el mismo Jesús. Él se define como Pan de Vida, y quien se acerque a Él no tendrá más hambre ni sufrirá más sed. Así se lo dijo a la mujer samaritana cuando se encontró con ella junto al pozo: “Si supieras quién te pide de beber, tú le pedirías a Él el agua viva”.
Los evangelios aluden al amo de casa que prepara un banquete y que llama a los invitados, peros éstos se excusan, porque uno ha comprado un campo, otro, unos bueyes, otro se acaba de casar. El amo se disgustó, porque no valoraron lo que significaba el ofrecimiento del banquete.
Es Jesús quien se da a sí mismo, quien sacia de bienes a todos los que ponen en Él su confianza. La profecía nos llama por el signo atractivo del alimento y de la bebida, y en la plenitud del tiempo, Jesús nos dirá: “Tomad y comed”. “Tomad y bebed”.
La Eucaristía es el banquete que sacia; no seamos como los invitados que rehúsan acudir a la fiesta. Las fiestas de Navidad, en resonancia con esta profecía, se celebran con abundancia de manjares y bebidas. Sería una paradoja que intentáramos saciarnos con alimentos materiales y no comiéramos del manjar mejor.
Quizá sea una buena ocasión de disponerte para participar con las debidas condiciones del banquete eucarístico.