Consolación
«Pueblo de Sión, que habitas en Jerusalén, no tendrás que llorar, porque se apiadará a la voz de tu gemido: apenas te oiga, te responderá. Aunque el Señor te dé el pan medido y el agua tasada, ya no se esconderá tu Maestro, tus ojos verán a tu Maestro. Si te desvías a la derecha o a la izquierda, tus oídos oirán una palabra a la espalda: "Éste es el camino, camina por él." (Is 30, 19-21)
Recepción de la Palabra
Si el profeta Isaías consuela a los deportados con palabras de esperanza, más allá de que se experimente escasez en la comida y bebida, ¡cuánto más deberemos acoger las palabras del profeta, si ya sabemos que la razón de todo consuelo es el nacimiento de Jesucristo!
Si el profeta asegura que ya no caminarán solos los habitantes de Sión, porque tendrán al Maestro que los guiará interiormente, ¡cuántos más deberíamos sentir serenidad, si se nos ha entregado el Espíritu de Dios, que nos acompaña como Huésped y Maestro del alma!
La fuente de toda consolación es el Espíritu de Dios. San Ignacio tomará la experiencia íntima de la moción consoladora para saber el camino por dónde avanzar hacia la meta que Dios quiere.
Hace falta tener sensibilidad espiritual para registrar el susurro del Espíritu, quien en el ámbito de la conciencia, de muchas maneras insinúa, corrige e indica lo adecuado para no errar los pasos en el deseo de caminar hacia la Verdad.
A veces nos podemos sentir desolados, e interpretar que no nos asiste el Maestro interior, cuando quizá lo que acontece es que nos está dando la oportunidad de avanzar de manera mucho más confiada y amorosa, con la fiabilidad de la fe.
Quienes se atreven a avanzar por el camino de la obediencia a la Palabra perciben la verdad del gozo y del consuelo.
No permitas, Señor, que sea sordo a tu voz. Dame las claves para saber comprender tus indicaciones.
Que no me excuse, por mi falta de atención, en que no siento nada, cuando Tú me hablas a través de tantos acontecimientos.
Que no me justifique en tu silencio para quedarme sumido en mi nostalgia.