¿Idolatría de pareja?

    Nos cuentan los sociólogos que actualmente se espera mucho de la relación de pareja. Hay quien espera del cónyuge nada menos que la felicidad; se casa para ser feliz; pero se da por supuesto que ser feliz es recibir la felicidad; espera que el cónyuge traiga la felicidad. Y no se responsabiliza de hacer lo que depende de él para que el cónyuge sea feliz.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.     Cuando se espera del cónyuge la satisfacción de las propias carencias y necesidades, se está generando una fuente permanente de frustración. Es una forma de convertir el cónyuge en un ídolo. Y los ídolos exigen los sacrificios, y al mismo tiempo defraudan, dejan al descubierto el propio vacío.

    Las estadísticas dicen que el 80% de los divorciados se vuelven a casar en USA. La búsqueda de la felicidad es persistente. ¿En qué medida existe la espera solapada de recibir la propia felicidad de la otra persona? ¿En qué medida  hay una proyección desorbitada sobre el cónyuge?

    Es verdad que todos necesitamos y aspiramos a sentirnos únicos, irrepetibles, valiosos por nosotros mismos. Toda persona aspira a vivir la experiencia permanente del amor incondicional como forma de sentirse valioso. Toda persona tiene miedo a sentirse y saberse utilizada. Y sufre por ello.

    Esta necesidad y aspiración se lleva también a la relación de pareja. Tal vez se trata de una aspiración implícita. Se expresa en no llevar cuenta del haber y en debe en la relación conyugal; se revela en no plantear la relación como el 50%: si yo doy, tú tienes que dar, si yo doy como 50 tú tienes que dar como 50. Una relación vivida así no brinda la experiencia del amor incondicional.

    La experiencia del camino del amor enseña que esa incondicionalidad en las relaciones humanas sólo se da de manera  fragmentaria, en determinados momentos. Algunas decisiones expresan esa incondicionalidad; pero la trama ordinaria de la vida lleva cuenta y pone condiciones: te doy, si me das; dialogo contigo si me respondes; te perdono, si me pides perdón y también tú  me perdonas a mí cuando te ofendo.
Esta experiencia de la vida nos remite a la dimensión transcendente: Dios me ama incondicionalmente, gratuita y graciosamente. Su amor no depende de mi respuesta. Sólo un amor así puede satisfacer la “hambruna” de amor y dignidad que llevamos en el corazón.

    Es así como el matrimonio que multiplica y prolonga los momentos de amor incondicional se convierte en un signo espléndido.  Constituye una buena noticia para los cónyuges. Y para todos.