II Lunes de Adviento: (Is 35, 1-10; Sal 84; Lc 5, 17-26)

Belleza

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.“El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría.

Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarión. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios” (Is 35, 1-2).

El lenguaje poético del profeta no significa evasión de la realidad; por el contrario, es el cántico más esperanzador sobre nuestra tierra desierta, nuestro corazón tantas veces endurecido, de piedra.

Los textos del Antiguo Testamento tienen cumplida ejecución en los tiempos de Jesús.

La Liturgia evoca los pasajes proféticos desde la perspectiva del acontecimiento de su nacimiento. Solo desde la fe en el hecho más transformador de la historia cabe cantar, alegrarse y sentir regocijo.

Los profetas nos invitan a proyectar nuestra vida a la luz de la verdad, ya acontecida, de la gloria de Dios. La propia historia, por la esperanza que concede la fe, a pesar de circunstancias adversas, está ungida con el bálsamo de la alegría, que no es dispersión extrovertida, sino regocijo profundo.

Las expresiones del profeta pueden parecer palabras vacías, cómodas, fórmulas de circunstancias, reacciones evasivas ante el drama del mundo. Sin embargo, si se acoge el mensaje, con la correspondencia que nos asegura el acontecimiento de la Navidad, el propio desierto de la insensibilidad y del escepticismo comenzará a florecer.

Si se da fe a cada una de las palabras proféticas y se toman como mediación para leer la realidad, aunque se esté en circunstancias muy distantes, se llegará a gustar la verdad de la visión luminosa.

Deja que tu paisaje personal se ilumine con la Palabra y te sorprenderá ver florecer lo que pensabas que era yermo y estéril.