II MIÉRCOLES DE ADVIENTO (Is 40, 25-31; Sal 102; Mt 11, 28-30)

ESPERANZA

“El Señor es un Dios eterno y creó los confines del orbe.
No se cansa, no se fatiga, es insondable su inteligencia.
Él da fuerza al cansado, acrecienta el vigor del inválido; se cansan los muchachos, se fatigan, los jóvenes tropiezan y vacilan; pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse”.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Con frecuencia nos sorprendemos al observar cómo algunas personas parecen incansables, a pesar incluso de su edad, y de sus muchas tareas.

No son hiperactivas, ni tampoco se buscan a sí mismas en el quehacer solidario. No son protagonistas, ni buscan el reconocimiento social, y sin embargo no dejan de hacer el bien, a la vez que mantienen una serenidad y hasta dulzura en su talante.

Al compararnos con ellas podemos pensar que recurren a alguna sustancia estimulante, para mantenerse en una actitud sensible, atenta y servicial.

No son los estímulos humanos los que dan fuerza a quienes entregan su vida por amor. No es la búsqueda del reconocimiento humano lo que les impulsa a ser servidores permanentes.

Han encontrado el tesoro de la esperanza, que radica en saberse amadas de Dios, y su quehacer es desbordamiento del don recibido. Se saben deudores de la gracia, y desean que sus contemporáneos atisben la razón de su fuerza, que no es otra que el Señor.

El salmista canta: “Mi fuerza y mi poder es el Señor, Él es mi salvación”. Él Señor es mi lote, y mi heredad, mi copa, mi suerte.

Quienes dan fe a la Palabra, se arriesgan y viven fiados de ella, sin entretenerse en el propio cuidado. Como dirá Jesús, no aman tanto su vida que les impida darla y entregarla. Y al olvidarse de sí mismos, adquieren la agilidad de los más capaces.

Prueba a fiarte de Dios, y verás que tienes capacidad para darte sin medida. Cuando uno se guarda, se atrofia y se pierde.