No es mi abuelo, pero siempre he sentido hacia él una admiración especial. Siempre he conocido a Raimundo trabajando en la parroquia. Pertenece al movimiento de Seglares Claretianos y está muy bien formado, es de esos que entienden y ponen en practica el que la comunidad eclesial o somos todos o no somos nadie, y creo que él siempre ha tratado de poner su granito de areno.
Se jubiló, forzosamente -no era de los que anhelaban ponerse a descansar tras la jubilación- hace unos años y, desde entonces, empezó una nueva etapa.
No todo ha sido fácil para él, lo sé de buena tinta, y creo que no debe ser nada fácil para aquellos que han vivido siempre con la responsabilidad del trabajo y con el tiempo siempre ocupado. Pero quizá por ello no dejó que pasara mucho tiempo para ayudar a los demás, a los más necesitados, gratis, como un padre lo hace con sus hijos.
Al poco de jubilarse, un proyecto de una seglar claretiana que trabajaba en Honduras le llevó a cruzar el océano para enseñar a otros lo que había hecho durante toda su vida, allí hizo puertas y ventanas, arregló casitas y enseñó a otros a montar una carpintería … Los que desde lejos seguíamos su trabajo, el cómo había dejado aquí a su mujer y lo que le había costado decidirse a marchar, aún le admiramos.
Pero Raimundo es de esos que no hablan mucho. Llegó y. .. empezó a trabajar calladamente en Cáritas parroquial.
Dedica muchas horas, esas que nunca pudo dedicar más que a su patrón. Y con una ventaja, su nuevo Patrón, ése, nunca le falla.
A Raimundo el dinero no le sobra, como a tantos otros obligados a jubilarse con pensiones mínimas, pero la ilusión …