Leo en el anuncio reciente de un whisky: «La acción está allí donde estás tú». Puede que resulte Irreverente, pero mi experiencia del Espíritu coincide bastante con esa afirmación y me explico: cuando descubro en mi propia vida o en la de otros una acción o manera de proceder según Jesús y su Evangelio, sé que ahí está actuando el Espíritu.
Mi referencia a esa acción suya ha ido creciendo con el tiempo: cuando miro hacia atrás, me va siendo más fácil rastrear con agradecimiento sus huellas en mi vida y el eco de ese modo suyo de hacerme sentir su presencia que, como Elias en el Horeb es como «la voz de un silencio tenue» (1 Re 19,12).
También voy entendiendo mejor aquello de Pablo de que «el Espíritu viene en auxilio de nuestra debilidad» (Pm 8,26): el más elemental realismo me va demostrando, no sólo que «no se orar como conviene», sino que ese «no saber» abarca casi todo el resto de los aspectos de mi vida. Pero esa constatación que antes me apabullaba, ahora casi la celebro porque me recuerda que puedo contar con una fuerza que no me pertenece pero que me habita y que, a poco que se lo consienta, se hace cargo de mi vida y se encarga de ella bastante mejor de lo que lo haría yo misma si me empeñara, que no es mi caso.
Una novedad en cuanto al «Imaginario» con que refiero espontáneamente al Espíritu es que, de unos a ños a esta parte, lo hago a través de imágenes femeninas. Animadora de mi juego, la llamo. Y digo «animadora» lo mismo que podría decir «entrenadora» por aquello de que el verbo «parakaleo», que es de donde viene lo de «Paráclito», expresa estupendamente lo que hace el entrenador de un equipo: lo anima, se le ve infinitamente interesado en que gane, le enseña estrategias, se alegra con sus triunfos, está a su lado en sus derrotas… Y pienso que hay en el Evangelio un «juego pascual», el del «pierde/gana» de Me 8,35 (o Mt 16,25, o Le 9,24, o Jn 12,25, por Insistencia que no quede…), tan difícil de aprender a jugar que yo preferiría verlo siempre en TV(«qué bien lo juegan los misioneros», «qué fichajes para el Reino los de El Salvador, o los que se quedan en Argelia, o Teresa de Calcuta»…). Pero veo que el Espíritu está empeñado («para eso le pagan», diría hoy volviendo a caer en la irreverencia) en enseñarme/nos a jugarlo, con la paciencia Infinita de quien cuenta casi siempre con jugadores torpes y cobardes.
Maestra Interior la llamo también; que según va pasando la vida y voy entendiendo experiencias preciosas de amistad, comunicación profunda y acompañamiento espiritual, me crece ¡a convicción de que hay en cada uno de nosotros una zona Incomunicable y a la que casi no tenemos acceso ni nosotros mismos, pero que es transparente para el Espíritu que desde ahí enseña, atrae, conduce y mueve. Pero la cosa no va de intimismos porque es una conducción que ya se sabe dónde va a parar: oí contar hace poco lo que le preguntaron al Abbé Pierre en la TV: «¿Qué es lo más Importante para usted?» y él contestó: «Los otros». Esa es la asignatura que enseña siempre la «Maestra Interior».
Y en tiempos y momentos de desánimo, que no son pocos, la experimento como Amiga de la novia, como la Presencia que, según el Apocalipsis, está siempre junto a esa novia-a-la-espera que es la Iglesia, para no permitir que la ausencia prolongada del Señor y el sufrir de tanta gente nos abrumen hasta el punto de apagar nuestra esperanza. Porque en medio de tantas cosas en contra, allí está también ella «a favor nuestro», amiga fiel a nuestro lado para sostener en nosotros ese deseo que nos hace seguir clamando tercamente: «¡Ven Señor Jesús!».