Entre los grandes cuentos o historias populares que circulan en el mundo, los más comunes, los mejor conocidos y perennemente intrigantes son los que tratan de héroes y heroínas. Son historias que describen a alguien, un hombre o una mujer (aunque con mucha más frecuencia un hombre) que tiene que aventurarse a través del peligro, sufrimiento, oposición, malentendido y humillación para lograr algún noble objetivo.
Este tipo de cuentos o historias abundan en todas partes: en la mitología clásica, en la Escritura bíblica, en las novelas épicas y en las películas populares. Los detalles de estos cuentos varían enormemente; sin embargo, hay un patrón común en todos ellos: Por razones nobles, el héroe o la heroína tiene que descender a un cierto infierno de sufrimiento y soportar ese sufrimiento, normalmente frente a un virulento malentendido y a una fuerte oposición, para emerger finalmente victorioso, conquistador, héroe, objeto de admiración, y como alguien que, de alguna manera, destaca ahora por encima de los demás gracias a su éxito. Además –muy importante– en estos mitos y cuentos el mundo mejora y, de alguna manera, se pone a salvo por el coraje de esa persona y por su disposición a aguantar dolor, incomprensión, aislamiento y humillación.
Generalmente, en esas historias el héroe o heroína realiza alguna hazaña en el mundo, una victoria en la guerra o en deportes; pero, a un nivel más profundo, muchos de estos cuentos deben entenderse como una aventura dentro de la psique y del alma de uno mismo. En forma mítica esto se expresa como la búsqueda del “santo grial”; y, en última instancia, el “santo grial” es algo encontrado al final de una aventura interior, es decir, una madurez humana y una santidad escasas.
El autor Bill Plotkin, en su nuevo libro “La Naturaleza y el Alma Humana”, reflexiona sobre cómo hoy en día nuestra comprensión de este fenómeno se ha visto tremendamente distorsionada; tan fuertemente, de hecho, que, en nuestra cultura actual, el “santo grial” se concibe sólo como algo más que la gloria de ser un ídolo juvenil.
Así lo explica él: En las últimas décadas, la cultura pop ha reducido la forma madura de la aventura del héroe, confundiéndola con una caricatura egocéntrica y adolescente. Conocemos de sobra la historia de Hollywood en la que el “héroe” o “heroína” valiente -desde John Wayne hasta James Bond, desde Supermán hasta Mighty Mouse, desde Batgirl hasta Bionic Woman- arriesga su vida, su salud, su riqueza, sea en deporte, o en combate, o en espionaje o en una misión imposible, para salvar la situación o salvar a la damisela o al planeta y así cosechar las recompensas del triunfo y de la aclamación personal. En esta interpretación inmadura de la aventura del héroe, el protagonista parte para burlar a la muerte y así se convierte en “hombre” o “mujer”, o hace alarde de machismo, más al estilo de un icono de gente famosa o de un ídolo juvenil que de un adulto maduro. El héroe adolescente o juvenil regresa con unos cuantos rasguños, pero esencialmente no ha cambiado como persona. Aunque con frecuencia resulta divertido, esto no es más que “Dungeons and Dragons” (“Dragones y Mazmorras”, la “caja roja”, juego de fantasía heróica); de ninguna manera es una aventura de un héroe maduro.
Los caminos de los hombres y de las mujeres hacia una genuina madurez son diferentes del heroísmo juvenil, que normalmente es masculino. El héroe maduro puede aguantar el descender al infierno, sufrir un fracaso decisivo de la personalidad adolescente (una muerte sicológica o una desarticulación), recibir una revelación sobre su verdadero papel en el mundo y regresar humildemente a su gente, preparado para servir a su propia visión. Lo mismo hay que decir de la heroína madura.
La aventura del auténtico héroe va dirigida a cambiar la adolescencia en adultez, a transformar a alguien en un adulto, en un mayor. Y esto no se logra precisamente venciendo a invasores extraterrestres, derrotando a los malos de la película o ganando un Óscar o un trofeo en un campeonato. Con demasiada frecuencia esos éxitos consiguen el efecto contrario: el de hacer más profundo el egocentrismo y el de encerrarse a sí mismo todavía más hondamente en la inmadurez, al reforzar el ensueño o fantasía adolescente de ser el héroe o heroína que se destaca por encima de los demás.
Lo que se necesita para acabar con la personalidad de tipo adolescente es precisamente un fracaso o una humillación que dejen al descubierto y expongan la inmadurez de las fantasías y del soñar despierto de nuestro adolescente, pues dentro de ese clima pensamos siempre que somos la gran estrella, el ídolo admirado, el héroe conquistador, el tío más fuerte y prometedor de todos y el que, de alguna manera, es inmune a la enfermedad, a la muerte, a las debilidades de la gente ordinaria. Una aventura de un auténtico héroe, que nos permita pasar de una soberbia y de un egocentrismo enfermizos a una sana humildad y creatividad, será siempre una aventura pascual en la que nosotros, como Jesús, bebemos el cáliz de la humillación, aunque sin amargarnos o sin perder la esperanza. La fotografía de un auténtico héroe o heroína con frecuencia se parece mucho más a una abuela (o abuelo) humilde, amable, de voz suave (cuyas arrugas –cada una de ellas– nos cuentan historias de trabajo, preocupación, profunda pena y lágrimas) que a un hombre o una mujer que esté enarbolando triunfal y glamurosamente un trofeo deportivo o la estatuilla de un Óscar.
En nuestra cultura, hoy en día, los famosos son como los nuevos santos. Y las revistas, los programas de televisión y los sitios de internet que fotografían a esas personalidades y nos dan detalles íntimos de sus vidas son, en gran parte de nuestra cultura, la lectura espiritual de nuestro tiempo. Esto es lo que hay; así está la cosa, para bien o para mal; pero tenemos que darnos cuenta y cobrar conciencia de lo profundamente que somos influenciados por estas imágenes de pura adolescencia más que de madura humanidad.