Mis queridos amigos:
La verdad es que vuestra carta me produjo sentimientos de alegría y de preocupación a la vez.
Me produjo contento el saber que vosotros estábais en buena relación de pareja y de familia, después de mucho batallar. Así os quiero siempre, aunque también os quiero cuando no estáis tan bonitos como a mí me gustaría.
Nuestra amistad tiene muchas leguas de camino andadas. Se ha ido haciendo fuerte a través de la vida compartida. Por parte mía, por parte vuestra y por parte de la relación entre los tres, en ella ha habido momentos de gozo y también de dolor. Momentos de estar en las alturas, en los que nos parecía estar tocando con las manos el cielo, y momentos de bajada, en que hemos sufrido un purgatorio. Todo esto lo hemos vivido juntos, convencidos de que nuestra amistad no es sólo para cuando estamos en el rosa, sino también para cuando estamos en el amarillo. Ahora os toca gozar. Pues, bendito sea Dios. Me alegro inmensamente con vuestra alegría como si fuera mía -porque en realidad lo es-, aunque tanto yo como vosotros sabemos que este momento no es todavía una meta final y definitiva. Hay que seguir caminando y haciendo que vuestra y nuestra relación crezca y produzca sus frutos para la vida del mundo. Mientras estamos de camino, intentemos seguir manteniendo la decisión de acompañarnos en nuestro caminar.
Sin embargo, también vuestras noticias suscitaron en mí sentimientos de inquietud y preocupación. Quizá se deba fundamentalmente a que no veo alejados los peligros de desmoronamiento que pueden cernerse sobre lo que tanto trabajo costó hacer crecer. Un peligro que procede precisamente de la mala relación de unos con otros en el seno de la comunidad. La situación tiene sus causas. Sin embargo, en este momento, no me importan tanto éstas. Tampoco me importa tanto de parte de quién está la razón. Lo que más me importa es saber quién quiere la relación y cómo ayudar a la reconciliación.
Vosotros estáis metidos en el ajo, aunque no estéis implicados en la confrontación, porque formáis parte de la comunidad y la queréis. Espero que vuestra ayuda sirva para sanar heridas y para revitalizar el diálogo y la relación entre todos. Lo espero desde vuestro buen momento de relación como pareja y como familia. Lo espero, porque, como ya lo hemos hablado muchas veces, vuestra relación no la consideráis como un coto privado, ni como el refugio del guerrero. Vuestra relación no os sitúa en un nido de amor, que os permita olvidar con indiferencia los rigores del invierno exterior, que pasan los demás. Vuestra relación está comprometida. Vuestro amor es creativo y difusivo. Por propia decisión vuestra no se queda para vosotros solos. Ha sido siempre fuente de vitalidad para los demás, de tal forma que lo que vivís no os lo habéis guardado, sino que lo habéis compartido con los demás.
Me decís que la situación de los demás os desborda. Que no sabéis cómo ayudar a sanar heridas y a promover la sanación y la reconciliación. Y yo os digo: confiad en la fuerza que dimana de vuestra relación de pareja. Para ayudarles a ellos no tenéis más que miraros a vosotros mismos. ¿Cómo habéis llegado a este buen momento en vuestra relación, después de vivir tan duros momentos no hace mucho? ¿Cómo llegásteis a sanar vuestras heridas y a retomar con confianza vuestro diálogo profundo? ¿Cómo recuperásteis vuestra recíproca confianza, después de maldecir en las heridas el haberos hecho tan vulnerables?
Tenéis en vosotros una experiencia muy rica de lo que significa luchar por la reconciliación. Sabéis lo que significa decidir amar en momentos de desilusión y lo que significa dar los primeros pasos para establecer una renovada confianza. Sabéis cómo sanaros de las heridas que provoca la convivencia. Por eso, creo que la mejor manera de ayudar a los demás es compartirles lo vivido últimamente. Vuestra experiencia de vida es transferible. Y os animo a que hagáis este compartir, que tanto bien puede hacer a la comunidad y tanto le puede ayudar. En el fondo, estoy convencido de que lo que ocurre en la relación en el seno de la pareja es lo que puede ocurrir también en el seno de la comunidad.
A decidir ese compartir a la comunidad vuestra propia experiencia os puede instar algo que habéis vivido entre vosotros: el hecho de haceros conscientes de que no es coherente con nuestro estilo de vida mantener enemistad y falta de relación con nadie. Esto que os ha ocurrido a vosotros es trasladable a la comunidad. No es coherente mantener la malquerencia en el seno de una comunidad de amor, que quiere transparentar en el mundo cómo es Dios.
También puede ser estímulo para este compartir a la comunidad vuestra experiencia de la gratuidad, que debe florecer en la relación. Desde vuestra relación y desde vuestra fe, tenéis la experiencia de haber sido amados cuando no lo merecíais y por pura gratuidad. No sólo vosotros. Toda la comunidad cristiana tiene esta experiencia -o, al menos, debiera tenerla. Al compartir vuestra experiencia puede que la comunidad se sienta interpelada en su propia experiencia humana y evangélica. Puede que les hagáis caer en la cuenta de que los conflictos son inevitables, pero que en ellos no podemos olvidar la gratuidad y el perdón recíproco. Sólo así podemos crecer en el estilo que queremos para nuestra relación, sin dejar las cosas como están, para ver cómo quedan, y sin tirar la toalla, pensando que ya no hay solución.
Aparte de todo esto, tenéis la experiencia de lo que muchas veces os ha ocurrido conmigo. Yo estoy convencido de que hay que ser obstinados y tercos en el amor. Lo digo a la gente y me lo digo a mí mismo muchas veces. Pero, sin embargo, -y vosotros lo sabéis de sobra- esto no impide que haya situaciones en que me canse y necesite que haya quien me lo recuerde. Vosotros me habéis hecho muchas veces de memoria crítica. Gracias a eso he podido reaccionar, emprendiendo de nuevo el camino. Más aún, espero que, cada vez que esto ocurra, no me dejéis tranquilo. Tiradme fuerte de las orejas, sin permitirme que la malquerencia anide en mi corazón. Esta labor vuestra me ha ayudado y me ayudará a crecer. Me ha hecho y me hará ganar en bondad de corazón. Tanto vosotros como yo estamos convencidos de que nuestra amistad ha de ayudarnos a crecer en fidelidad al evangelio y a mantener el espíritu de las bienaventuranzas. Así será apoyo mutuo en el seguimiento de Jesús, que es nuestra misión en la historia. Este es nuestro tesoro. ¡No lo guardemos para nosotros solos! ¡Seamos amigos de la comunidad! El amor es difusivo.
Os quiero un montón. Un fuerte abrazo
Santa Cecilia, virgen y mártir
Lc 19,45-48. Habéis hecho de la casa de Dios una “cueva de bandidos”.