Inteligencia

1. En esta reflexión dominical deseo hoy reflexionar sobre el segundo don del Espíritu Santo: la inteligencia. Sabemos bien que la fe es adhesión a Dios en el claroscuro del misterio; esta es sin embargo también búsqueda con el deseo de conocer más y mejor a la verdad revelada. Ahora bien, ese empuje interior nos viene del Espíritu, que con la fe concede exactamente este don especial de inteligencia y casi de intuición de la verdad divina.La palabra inteligencia o «intelecto» deriva del latín «intus legere», que significa «leer adentro», penetrar, comprender a fondo. Mediante este don, el Espíritu Santo, que «sondea las profundidades de Dios» (1Cor 2,10), comunica al creyente una chispa de esa capacidad de penetración y le abre el corazón a la percepción alegre del proyecto amoroso de Dios sobre el mundo. Se renueva entonces la experiencia de los discípulos de Emaus , quienes, después de haber reconocido al Resucitado en la fracción del pan, se decían el uno al otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 24,32).2. Esta inteligencia sobrenatural es dada no sólo al individuo, sino también a la comunidad: a los Pastores que, como sucesores de los apóstoles, que son herederos de la promesa específica hecha a ellos por Jesucristo (Jn 14,26; 16,13), y a los fieles que, gracias a la «unción» del Espíritu (1Jn 2,20 e 27), poseen un especial «sentido de la fe» («sensus fidei») que los guía en la elecciones concretas.La luz del Espíritu pues, si por un lado afina la inteligencia de las cosas divinas, por otro hace también más pura y penetrante la mirada sobre las cosas humanas. Gracias a ella se ven mejor los numerosos signos de Dios que están inscritos en la creación. Se descubre así la dimensión no puramente terrenal de los acontecimientos, de la cual esta hecha la historia humana. Y se puede llegar hasta a descifrar proféticamente el tiempo presente y el futuro: signos de los tiempos, ¡signos de Dios!3. Muy queridos fieles, dirijámonos al Espíritu Santo con las palabras de la liturgia: «Ven, Espíritu Santo, envíanos desde el cielo un rayo de tu luz.» («Secuencia de Pentecostés»).Invoquémoslo por intercesión de María santísima, la Virgen de la escucha, que en la luz del Espíritu supo ver sin cansarse el sentido profundo de los misterios obrados en ella por el Todopoderoso (Lc 2,19 y 51). La contemplación de las maravillas de Dios será en nosotros también fuente inagotable de alegría: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador » (Lc 1,46s).