En 1986, el novelista checoslovaco Ivan Klima publicó una serie de ensayos autobiográficos titulados Mis primeros amores. Estos ensayos describen algunas de sus luchas morales como joven agnóstico que busca respuestas sin contenido moral explícito en el que trazar esas luchas. Se trata de un hombre joven, lleno de pasión sexual, pero que duda de actuar sexualmente, aun cuando todos sus camaradas, hombres y mujeres, aparentemente, no comparten esa misma reticencia. Se mantiene célibe, pero no está seguro de por qué; ciertamente no es por razones religiosas, dado que es agnóstico. ¿Por qué está viviendo como es? ¿Es responsable, o está simplemente tenso y carente de valor?
Está inseguro, y así se pregunta: Si yo muriera y, habiendo un Dios, me encontrara con él, ¿qué me diría? ¿Me castigaría Dios por estar tenso, o me alabaría por cargar mi soledad a un alto nivel? ¿Me miraría Dios decepcionado, o me congratularía por caminar sin consuelo?
Mientras escribe este libro, Klima no sabe la respuesta a esta pregunta: No está seguro de lo que Dios le diría ni si en algún momento dado Dios está sonriendo o desaprobándole. Al margen de la respuesta, lo que es significativo aquí -creo yo- es cómo Klima traza su elección moral. Para él, no es cuestión de lo que es pecaminoso o no, sino más bien cuestión de sobrellevar su soledad y tensión de una manera que contribuya a la nobleza de alma. A primera vista, desde luego, eso puede parecer egoísta; tratar de ser especial puede contribuir también a un orgullo muy crítico. Sin embargo, la verdadera nobleza de alma no es algo buscado por su propio bien, sino algo buscado por el bien de los demás. Uno no trata de ser bueno para separarse de los otros. Más bien uno trata de ser bueno para crear un signo de estabilidad, respeto, hospitalidad y castidad para los demás.
Esto -creo yo- puede ser el segundo punto de partida para la teología moral y la espiritualidad. El primer punto de partida, por supuesto, es más básico. Se centra en guardar los Diez Mandamientos, y la mayoría de estos empiezan con una advertencia negativa: “No harás…”. A un nivel básico, la teología moral y la espiritualidad están muy identificadas con la ética, con separar lo que está bien de lo que está mal, lo que es pecaminoso de lo que no. Sin embargo, guardar los Diez Mandamientos y separar lo que es pecado y lo que no, aun cuando es un empeño no negociable y críticamente importante, es para la teología moral y la espiritualidad lo que la aritmética elemental es para las matemáticas superiores: una base necesaria, sin más. Una vez que esa base fundamental ha sido lograda esencialmente, empieza la verdadera tarea, a saber, la lucha por llegar a ser de gran corazón, ponerse el corazón de Cristo, llegar a ser santo como para crear un mundo mejor para los demás.
Dejadme aventurar un ejemplo terreno para ilustrar esto. Cuando yo era seminarista que estudiaba teología moral, un día en clase estábamos examinando diversas cuestiones de moral sexual. En un momento, se suscitó la cuestión de si la masturbación es pecaminosa o no. ¿Es este un desorden intrínseco? ¿Seriamente pecaminoso, o nada serio? ¿Qué decir moralmente sobre esta cuestión?
Después de sopesar las diferentes opiniones de los estudiantes, el profesor dijo esto: No creo que la cuestión importante sea si esto es pecado o no. Hay una manera mejor de situar esto. Aquí es donde encajo esta cuestión: Estoy en desacuerdo con aquellos que dicen que es pecado grave, pero también estoy en desacuerdo con aquellos que no ven ningún problema moral aquí, sea lo que sea. El problema aquí no es tanto si esto es pecado o no; más bien es cuestión de a qué nivel, compensatorio o heroico, queremos llevar esta tensión. Ante este problema, necesito preguntarme: ¿a qué nivel quiero llevar mi soledad? ¿Qué noble de alma puedo ser? ¿Cuánto puedo aceptar llevar esta tensión para contribuir a una comunidad más casta en el cuerpo de Cristo?
A este segundo nivel, la teología moral y la espiritualidad dejan de ser un mandato y pasan a ser una invitación a una mayor nobleza de alma por el bien del mundo. ¿Puedo ser más bondadoso? ¿Puedo ser menos mezquino? ¿Puedo cargar más tensión sin ceder a la compensación? ¿Puedo ser más indulgente? ¿Puedo amar a una persona de la que estoy separado por temperamento e ideología? ¿Puedo ser santo? Los santos no piensas tanto sobre lo que es pecaminoso y lo que no es. Más bien preguntan: ¿Qué es más provechoso hacer aquí? ¿Qué es más noble de alma y qué es más mezquino? ¿Qué sirve mejor al mundo?
En los Evangelios Sinópticos, Jesús empieza su predicación con la palabra metanoia, una palabra que implica infinitamente más de lo que conlleva en su traducción inglesa, arrepentirse. Metanoia es una invitación a revestirnos de una mente más elevada, a ser más nobles de corazón y abandonar la paranoia, la mezquindad y la autogratificación.