Como otros muchos, yo me sentí profundamente apenado al tener noticia de las recientes revelaciones sobre Jean Vanier. Fue una persona a la que admiré mucho y sobre la que, en numerosas ocasiones, he escrito con entusiasmo. Así que las noticias sobre él me estremecieron profundamente. ¿Qué hay que decir sobre Jean Vanier a la luz de estas revelaciones?
Primero, lo que hizo fue muy reprochable y profundamente ofensivo, sobre todo para las mujeres que fueron sus víctimas. Sin saber los detalles de lo que sucedió (y sin querer saberlos), se conoce lo suficiente para saber que esto fue un serio abuso de confianza. No se puede rodear con una capa de justificación.
Segundo, lo que hizo no se puede asociar ni identificar con el abuso sexual del clero. Vanier no era clérigo, ni siquiera religioso con votos canónicos. Era laico, reconocido célibe público, pero la traición de su compromiso con el celibato no puede ser identificada con el abuso sexual del clero. Faltó contra el sexto mandamiento, pero de una manera que merece un juicio severo, dada su talla pública y el abuso de una particular clase de confianza sagrada. No obstante, la ruptura de su celibato profesado no pone en cuestión la legitimidad y fecundidad del mismo celibato con voto, como tampoco un hombre casado que es infiel a su esposa pone en cuestión la legitimidad y fecundidad de la vocación del matrimonio.
Tercero, las transgresiones de Vanier no niegan el buen trabajo de El Arca ni proyectan ninguna sombra negativa sobre la dedicación y la buena labor de las muchas mujeres y hombres que trabajan y han trabajado allí. ¡Por sus frutos los conoceréis! Jesús enseñó eso; y nadie, nadie, puede negar ni cuestionar la buena labor que El Arca ha hecho y continúa haciendo en más de treinta países. El Arca es una obra de Dios, de la gracia, del Espíritu Santo. Ahora resulta que su fundador tuvo algunos deslices. Así sea. Jesús fue el único fundador que no tuvo ningún desliz. Verdaderamente, la buena labor llevada a cabo por El Arca certifica también el hecho de que Vanier es y fue más grande que sus pecados. Nadie que actúe esencialmente con doblez es capaz de dejar tras de sí un legado tan lleno de gracia.
Finalmente, el desencanto e ira que sentimos dice tanto sobre nosotros como sobre Jean Vanier. En el Evangelio de Lucas un joven se acerca a Jesús y le dice: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?” (18, 18-23). Jesús inmediatamente desafía la manera como se dirige a él al decir: “¡No me llames bueno! Solo Dios es bueno”. Ese fue nuestro error con Jean Vanier, exactamente como es nuestro error con otras personas a las que vestimos con divinidad en una idealización que se supone estar reservada para Dios solo. Y cuando quiera que hacemos eso -y se lo hicimos a Jean Vanier- no podemos al fin dejar de estar decepcionados y desilusionados. Nadie, excepto Dios, hace las cosas bien; al fin, todos los demás decepcionamos.
Lo que Jean Vanier nos hizo fue desleal. No podemos dejar de sentirnos traicionados por esa su deslealtad. Pero a la inversa, lo que nosotros le hicimos fue también desleal. Le pedimos ser Dios para nosotros, y eso tampoco es una petición razonable.
Cuando yo era un seminarista de veintiún años, buscando directores, uno de mis maestros del seminario volvió de un retiro de Vanier ponderando con superlativos mientras describía a Vanier como “el hombre más santo, más maravilloso, más convencido y espiritual” con quien se había encontrado en toda su vida. Mis facultades críticas me pusieron inmediatamente en guardia: “¡Nadie es así de bueno!” Por tanto, no pensé deliberadamente en Vanier para dirección. Sin embargo, en los cincuenta años siguientes, sí lo pensé para dirección. Aunque nunca me encontré con él personalmente, leí sus libros, fui muy influido por numerosas personas que lo consideraban como un formidable ascendiente en sus vidas (Henri Nouwen incluido), escribí un prólogo para uno de sus últimos libros, y escribí además un encendido tributo para los periódicos cuando él murió. Así pues, yo también estuve bastante fanatizado por él, de modo que ahora me sentí igualmente desalentado y desilusionado cuando me enteré de sus deslices morales.
Con todo, el desencanto es un fenómeno curioso. Después del impacto inicial, no tardas en darte cuenta de que es una cosa positiva. Es el desvanecimiento de una ilusión, y una ilusión está siempre en la mente de aquel que está haciendo la percepción más bien que de parte del que está siendo percibido. Con Jean Vanier, la ilusión estuvo de nuestra parte, no de la suya. Hubo, como ahora sabemos, una cierta falsedad en su vida, pero la hubo también de nuestra parte.
Sí, las revelaciones sobre Jean Vanier me impactaron profundamente, pero no a mi corazón, porque en nuestro corazón, cuando lo tocamos, sabemos que nadie, excepto Dios, es bueno, al menos con una bondad que no tiene imperfecciones. Una vez que aceptamos eso, podemos aceptar también que nadie es perfecto, incluso un Jean Vanier. En nuestro corazón podemos aceptar que, a pesar de esta traición, Jean Vanier hizo mucho bien y que El Arca es claramente una realidad agraciada.