Según los Evangelios, el Reino de Dios es la clave de los propósitos, del proceder y de la psicología de Jesús. Como si las imágenes del Reino dominaran tanto su conducta que sólo ellas bastaran para explicar de raíz lo que quiso hacer en su vida, y los choques y adhesiones entre los que vivió.
Lo que quiso hacer, desde luego. Mateo y Marcos dicen que anunciando el Reino es como empezó: «Se han cumplido los tiempos y se acercó el Reino de Dios; convertíos y creed en el Evangelio». Y Lucas, que describe esos comienzos como una enseñanza que hace famoso a Jesús, sin más especificar, concreta en seguida 10 pretendido en ella: .. Querían retenerle … pero El les dijo: "También a otras ciudades tengo que anunciar el Evangelio del Reino de Dios"· (4,4-25.).
El Reino es para Jesús la felicidad de los pobres (Mt 5,3) y lo primero que tenemos que pedirle a Dios (ibid. 6, 10), es como un tesoro O una perla maravillosa por la que uno vendería todo lo que tiene; es lo que vale la pena buscar antes que la comida y el vestido y si Dios se complace en darle el Reino a uno, entonces ya no hay nada que temer (ibid. 12, 22-32).
Estaba en Daniel dicho que los designios de Dios culminarían al llegar su Reino, un Reino indestructible (2,44, 7, 27). Jesús ve ese momento, pero con un matiz de ternura que no estaba en Daniel: con toda su grandeza el Reino es cuestión de pobres (Lc 6,20), de niños (Mt 19,24), de enfermos (10,9), de atormentados por el demonio (1 1,20).
De antiguo estaba el Reino ofrecido a los judíos. Pero Jesús nos descubre que Dios lo abre a todos y que incluso publicanos y prostitutas entrarán antes que los que estaban en principio llamados (Mt 21,31).
Y esto lo dice Jesús porque ve que al anunciar el Reino divide a sus compatriotas en vez de arrastrarles.
La manera como empezaron los conflictos no se nos cuenta con pormenor en los Evangelios, sin duda porque las tradiciones recogidas en ellos son de una época en el que el por qué de los conflictos estaba claro y no necesitaba explicación ninguna.
Pero la clave está sin duda en la cuestión del Reino. Decenios antes de que se presentara Jesús los escritos más populares había hecho de la idea del Reino de Dios el centro de las esperanzas de la gente, de sus preocupaciones de re y de la religiosidad multitudinaria. Lo que ocurría es que había muchas maneras de entender lo del Reino de Dios.
Había, por ejemplo zelotas, que querían promover la acción violenta contra los romanos; ellos apoyaban su ideología y su violencia en la voluntad de instaurar el Reino. Había grupos más reservados, pero no menos nacionalistas, los cuales se organizaban en una especie de asociaciones comprometidas a especiales observancias de la ley y hasta se unían en comunidades como monacales, separándose de la sociedad establecida; no faltaban entre ellos quienes despreciaban al sacerdocio tradicional y lo desprestigiaban ante la gente: todo en el nombre del Reino de Dios. y luego estaban los grandes sacerdotes de Jerusalén y todo el sector de escribas cercano a ellos, a quienes más bien molestaba que se hablara del Reino por el significado subversivo que la palabra en la práctica había ido adquiriendo.
Jesús no se echó atrás del uso de la palabra Reino por estar ella en boca de muchos subversivos. Esto ya le costó las suspicacias y odiosidad de las altas instancias sacerdotales. Pero tampoco aceptó de ninguna manera que el Reino se malentendiera como banderín de enganche para la violencia, el nacionalismo, la soberbia de grupos cerrados sobre sí, la autosuficiencia farisaica de alguien.
La rabia contra Jesús se iba extendiendo más cuanto más Jesús iba conquistando el prestigio y la autoridad de ser el buen intérprete del Reino. Si el Reino de Dios era lo que decía Jesús, entonces no tenían justificación ni los amigos de la violencia, ni los nacionalistas, ni los que se atribuían la exclusiva de ser en sus grupos cerrados los únicos depositarios de la esperanza del Reino.
Y a Jesús, en su pasión por el Reino, todo se le volvía explicar cómo tenía que verse correctamente el Reino en la perspectiva de Dios: como algo que necesitaba más justicia que la de escribas y fariseos (Mt 5,20), de crecimiento oculto como una semilla (Mc 4,26-29), pequeño al principio como grano de mostaza, pero bueno al fin para nidos de toda clase de pájaros (Mt13, 31-32), como red con mil peces malos y buenos necesitados de escogerse bien (ibid. 47-50), como campo de trigo y cizaña (ibid. 24-30).. Y, sobre todo, como lo que se da gratis (Mt 20,1-15) y se les va a quitar a los judíos de entonces (ibid. 21-43).
Esto ya colmaba el vaso y muchísimos fueron contra Jesús. Y Jesús no se echó atrás aunque vio venir la muerte. Se despidió, hasta un encuentro en el Reino (Mc 14,25) y murió viéndose reconocido como quien tiene el poder del Reino, por uno de aquellos malditos a quienes se excluía de la entrada en el Reino (ver Lc 23,42s.).