Jesús, portador de Buena Noticia a los pobres.

Lucas coloca la visita de Jesús a Nazaret al comienzo de la vida pública (Lc 4,16-30), convirtiéndola en un pasaje central para comprender su misión como evangelizador. El contenido de la misión de Jesús es la Buena Noticia a los pobres (v.18) como presencia del Reino de Dios (v.43).

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos. La misión de Jesús no es hablar a la inteligencia del hombre, actuando como mensajero de «noticias religiosas». Jesús no es enviado a transmitir un contenido intelectual de verdades religiosas ortodoxas. No se siente enviado a ampliar o clarificar nuestros conocimientos acerca de Dios, ni los caminos que conducen a la salvación definitiva y final.

Descentrado de sí mismo, Jesús concibe su misión como anuncio y realización del Reino de Dios: de lo que sucede en la historia de los hombres cuando a Dios se le deja ser Dios y reina como quiere reinar. Dedica su vida a este reinado de Dios en la historia, que es «Buena Noticia para los pobres». Ellos son los destinatarios del Reino de ese Dios que no es indiferente ni neutral ante el sufrimiento del inocente. De ese Dios que se siente tocado ante el dolor, la injusticia y la marginación con que unos hombres tratan a otros. De ese Dios que toma sobre sí y defiende con parcialidad la causa de todos aquellos para quienes sobrevivir es una durísima carga. Aquellos que viven en el desprecio, la marginación o la opresión y para quienes la vida no ofrece horizontes de posibilidad. Más aún, aquellos que se sienten alejados de Dios porque así se lo ha hecho ver la sociedad religiosa de su tiempo. Ellos son los destinatarios del Reino. En el contexto de Jesús: los hambrientos y sedientos, los desnudos, los forasteros, los enfermos, los encarcelados, los que lloran, los que están agobiados por un peso real (Lc 6,20-21), los sencillos y los más pequeños (Mt 11,25; Me 9,36ss.) y quienes tienen un comportamiento despreciable: pecadores, prostitutas y publícanos (Lc 15,1ss; Mc 2,16; Mt 11,19; 21,32).

Esta misión moviliza todas las energías de Jesús. Sus hechos y dichos manifiestan esta polarización de Jesús por el Reino de Dios, Buena Noticia para la vida de los pobres y no para la inteligencia de los sabios. Los milagros, antes que manifestar el poder (divino) de Jesús, son signos del Reino: expresiones de la ternura misericordiosa de Dios. La acogida de los pecadores, antes que vehículo para el perdón de los pecados, es expresión de cómo se siente Dios cerca de aquellos que se han situado -o los han situado- al margen de su amor. Las parábolas, antes que predicación de un maestro de moral, son historias que ponen de manifiesto la parcialidad de Dios para con los débiles y para quienes están en el reverso de la historia. Dios, el Dios del Reino, está con ellos y está por ellos como defensor de su causa. Al banquete del Reino serán invitados aquellos con quienes nunca se contó: los pobres, los ciegos, los cojos (Lc 14,21) y los de fuera, malos y buenos (Mt 22,1-10).

Por eso, el Reino que se acerca suscita la alegría de quienes estaban habitando en la sombra de la muerte. Encontrar el Reino supone la alegría de haber encontrado un tesoro o una perla preciosa (Mt 13,44-46). La presencia del Reino suscita la alegría desbordante de quienes saben que Dios derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, que sacia de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos (Lc 1,46-55).

Ha llegado la hora del Reino para los pobres. Y, en consecuencia, las horas del poder del antirreino están contadas. El conflicto está en marcha. Un conflicto en el que Dios toma partido por los que no cuentan, por las causas perdidas, dejando al margen cualquier neutralidad. Si a todos se llama a entrar en el Reino, que pertenece a los pobres, para todos la respuesta a esta llamada supone entrar por la puerta estrecha (Mt 7,13-14) de la opción por los pobres, estando dispuesto a soportar la violencia que esta opción comporta (Mt 11,12) por la reacción de las fuerzas del antirreino tanto de dentro como de fuera de quien la hace. Para quienes se ponen en la dinámica del Reino su acogida se transforma en fuente de gozo. Para quienes rechazan la oferta todo se vuelve rechinar de dientes (Mt 25,30).

El conflicto está en marcha. Y hay que tomar partido en él. La decisión es apremiante. Y grande el riesgo. Es necesario el atrevimiento y la fortaleza para afrontar hacerse un perdedor: uno que esta dispuesto a perder la vida en el conflicto (Mc 8,35). Hay que sacudirse el miedo de encima para entrar en el Reino. Hay que ser pobre con espíritu para no achicarse ante la violencia del antirreino. Esa violencia que da muerte a Jesús como portador de la Buena Noticia a los pobres. Esa violencia que aun condena a una muerte prematura a quienes le siguen. Y que, sin embargo, no mata la esperanza de quienes ponen su vida en las manos de Dios. El conflicto suscita la pasión por el Reino de Dios y por el Dios del Reino. Hasta el final y sin posible retorno.