Joven en familia

15 de septiembre de 2008

La mañana huele a estreno y ella ya se ha levantado. El sol se despereza y María comienza el día de un pueblo pequeño: el fuego, los animales, la casa, los seres queridos…, un espacio del amor se abre a sus manos y ojos. Sus gestos lo transforman todo. Esa chica, sólo con mirar, siembra alegría, contagia la transparencia de lo natural. El movimiento atractivo de su cuerpo, va de Dios a los demás. Hace fácil lo difícil. Regala lo que más se anhela, el cariño pequeño de lo único, eso que se siente en el regalo de quien te ama. María hace prácticas domésticas de amor y lo ilumina todo.

¿Fue a la escuela? De nuevo no se dice en ningún sitio, pero es probable. Aprendió que amar es un verbo con presente y futuro. Restar, antipático, hay que llevarse una, o dos, y luego acordarse de lo que uno se ha llevado… Ella, sobre todo, sabía multiplicar, regalar, sonreír, vivir la vida contagiosa de una niña guapa en un mundo feo. Por aquel tiempo las mujeres no sabían leer ni escribir, pero María se adelantaba y practicaba la igualdad de todos a los ojos de Dios. Por eso El la mira, la observa y le gusta, pues cada mañana hay alguien de quien enamorarse de nuevo.

Maria joven en la familia  : Maximino Cerezo Barredo, cmf
Ilustración: Maximino Cerezo Barredo, cmf

"Vete hacia donde no puedes; dirige tu mirada hacia donde nada ves; escucha allí donde nada resuena: te hallas entonces allí donde Dios habla"
(Ángelus Silesius).

La palabra "Dios" no es Dios; el concepto "Dios" no es Dios. Tampoco el concepto "amor" es el amor, ni la palabra "comida" se come. Recuerda que la carta donde aparece el menú no es la co­mida, y no empieces a comértela. Eso es lo que ha estado ocurriendo desde hace siglos: que la gen­te se está comiendo la carta. Y claro, así les va: están desnutridos, no fluyen, no son vitales, no vi­ven de manera total, es natural… predecible. No se han alimentado de comida de verdad. Se han pasado el tiempo hablando de comida y se han olvidado por completo de lo que es.

A Dios hay que comérselo, a Dios hay que probarlo, a Dios hay que vivirlo, y no discutir tanto sobre él. El proceso de "discutir sobre" es la teología. Es buena, pero del todo insuficiente. "Discu­tir sobre…" no cesa de dar vueltas, pero nunca llega a la cosa en sí; nunca toca la realidad.

Te han corrompido, te han hipnotizado con el lenguaje. Ahora sólo piensas. Todos piensan, pe­ro el problema es ‘comer’. Y hay que aprender a ‘comer’.

Hablamos de Dios; gastamos torrentes de palabras para hablar de Él, pero difícilmente callamos ante Dios. No lo entendemos porque no se le puede entender, pero tampoco entendemos bien nues­tra postura ante Él; ni menos entendemos qué significa la ‘no eficacia’, el no hacer nada en su pre­sencia y ‘dejarse invadir por su presencia silenciosa’.

El verdadero buscador de Dios no se satisface con palabras; busca el ‘contacto’, busca, sobre to­do, la ‘experiencia’ en ese agujero negro, que es la oscuridad de Dios.

Y la experiencia, ordinariamente, tiene como punto de partida el anhelo de Dios; esa aspiración que nos cualifica como ‘exploradores’ de Dios.