\»No podemos con ellos\», \»estamos desorientados\», \»no sabemos qué hacer\». Éstas y expresiones semejantes reflejan el actual desconcierto de muchos padres ante las habituales salidas de sus hijos adolescentes y jóvenes las noches de los viernes y sábados, con retornos a altas horas de la madrugada o por la mañana. Ya no se trata de clásico forcejeo para que te \»dejen\» volver a casa a las 12, 1 ó 2 de la noche. Ahora se sale o se \»queda\» a esas horas, y lo habitual de esta costumbre hace que se configure en los jóvenes un nuevo ritmo vital en torno a estas noches de fiesta. La amplitud del fenómeno nos habla de un dato que hay que contemplar con serenidad, procurando no dejarnos llevar precipitadamente por nuestros miedos, por justificados que sean. Todos sabemos de las zonas oscuras de esta unión de noche, fiesta y movida: drogas, borracheras, accidentes de tráfico, relaciones turbias con consecuencias indeseadas… pero resulta injusto y miope pensar que, siendo tantos los que quedan envueltos en esta dinámica, todos van a la búsqueda -más o menos inconsciente- de estos territorios prohibidos. Aunque no haya estadísticas muy fiables sobre el tema algunos intentos recientes(1) nos hablan de que casi un 70% de los jóvenes mayores de 19 salen casi todas las semanas, porcentaje que desciende al bajar las edades y que cambia según las noches, o las horas de la noche, pero que es muy significativo.Desde lo sociológico¿Que hay a la base de estas conductas? ¿Es que a nuestros jóvenes sólo les va la diversión, la movida, la orgía? No hay que ser simplistas. En primer lugar, comprobar un hecho social: la larga permanencia en la familia de origen (familia nuclear urbana) a causa del paro juvenil, de la dificultad para adquirir vivienda propia o de la larga escolarización, privan de espacio vital propio a los jóvenes. Así en las noches buscan sus espacios y tiempos propios, en los que estar solos, con sus iguales, sin el control de los adultos. Una especie de intimidad compartida en lugares públicos al margen del mundo adulto. Lo corrobora el hecho de que se comporten como \»enjambre\» (zonas de la ciudad en que se apiñan: importa estar juntos). A ello se añade la paradoja de una sociedad que ha llegado a mitificar hasta extremos increíbles lo \»juvenil\» (estética, aspecto físico, talante vital), como se puede ver netamente en la publicidad y en las revistas del corazón (resultan patéticos los esfuerzos de muchos adultos para aparentar que aún siguen siendo jóvenes) pero que luego margina sistematicamente a los jóvenes reales del acceso a esos lugares sociales y culturales que propone y prestigia. No es extraño que busquen una alternativa propia que les da identidad y afirmación y que, de alguna forma, es como una \»violación simbólica\» del orden adulto.Desde lo culturalSalir por la noche el fin de semana se ha vuelto un rasgo típico de la sub-cultura juvenil, y lo prueba el que, pese a ser un tiempo libre y de libertad, los jóvenes manifiesten toda una serie de conductas \»rituales\», casi tan normativizadas como las reglas duras del estudio de la mañana: vestimenta, maquillaje, estética, ritmos, ambientes, música: casi una liturgia cultural. Con rasgos propios: la música estridente, pues parece importar más la participación, la vibración conjunta que la comunicación verbal; Importan más los lenguajes no verbales: lo estético, lo rítmico, el impacto visual y auditivo, el sumergirse: la sensibilidad más que la racionalidad, típicamente adulta. Es así como se ha convertido en un elemento de identificación, que da identidad, aunque sea grupal.Pero hay otras dimensiones. En primer lugar un hecho cultural universal: El carácter de desfogue, de desinhibición, de válvula de escape, de transgresión y rebeldía siempre ha sido característica de la noche, desde que el mundo es mundo. La noche crea un ambiente acogedor e íntimo bajo su bóveda especial. Algo de su magia está a la base de esa masa de jóvenes con ganas de diversión y aspecto de querer comerse con intensidad las horas. Expresa el forcejeo de los jóvenes contra el hastío de lo cotidiano.En segundo lugar algo muy actual: el gusto por lo ruidoso, llamativo, excitante procede de ser hijos de la cultura audiovisual. Los jóvenes y adolescentes de hoy se aburren siempre que no reciban una fuerte estímulo sensorial. Tienen dificultad para entretenerse de otra forma que no sea el estímulo visual constante (vídeos, films, video-juegos) que deben ser excitantes, llamativos, ruidosos. Hijos de la informática, y del \»zapping\» caen en su trampa. Importa más la apariencia que el mensaje, la forma que el contenido; incluso practican una especie de \»zapping geográfico\» pasando de un local a otro.Pero, en el caso de los jóvenes, se añaden aspectos que no son sino reflejo de la sociedad en la que viven. La reducción del trabajo y del estudio a meros valores utilitaristas (ya no se viven como medios de realización personal y de formación sino como medios para ganar dinero y poder gozar mejor de la fiesta), típica de la sociedad burguesa y postmoderna actual, ha desplazado progresivamente la expectativa de realización personal del tiempo de trabajo al tiempo del ocio. Con ello, se ha privado al ocio de lo que tenía de creativo, espontáneo, vital y se ha convertido en un producto de \»consumo\» hábilmente manejado por los vendedores de ilusiones, del que se espera mucho, pero que ofrece poco y a precios altos. Esto no es exclusiva de los jóvenes: muchos adultos vagan los fines de semana, \»puentes\» o vacaciones buscando un \»descanso\» imposible y maldiciendo un tiempo libre en el que no saben qué hacer y para el que, paradójicamente, han trabajado duramente durante meses. Y los jóvenes, seducidos por el espacio de libertad y autonomía que representa la magia nocturna se entregan a un mundo organizado y económicamente bien exprimido por los adultos, reproduciendo de otra forma las conductas de los adultos.DificultadesEste mirar el tiempo libre como lugar de \»felicidad\» genera problemas serios. En particular la desconexión entre los grandes valores (pacifismo, tolerancia, ecología, solidaridad) a los que los jóvenes son sensibles y los valores instrumentales que los posibilitan: esfuerzo, responsabilidad, abnegación, control. El mundo del consumo siempre propone una felicidad fácil, asequible, indolora e incluso de una imagen negativa de estos valores instrumentales. Si a ello añadimos la insistencia de los padres en dichos valores en relación con el estudio y la vida diurna, la consecuencia es que los jóvenes interpretan estos valores sólo como la carga que hay que soportar durante la vida diurna para conseguir trabajo (=dinero), pero de la que se deshacen en el tiempo libre porque les impide ser \»felices\», la noche es el tiempo de la no-restricción. La contradicción entre proponer valores universalistas pero que resultan quimeras inalcanzables para los individuos concretos, está a la base del refugio en la diversión. La fiesta tiene bastante de huída hacia adelante, pero es la respuesta lógica ante estas contradicciones. El gran riesgo es que muchos tienden a desengancharse de la lucha por construir la propia vida, y que la balanza de su proyecto vital se incline más hacia un \»estar\» que hacia un llegar a ser. Perpetua indefinición e incapacidad para la autonomía. Que se lo pregunten a las madres que no saben cómo sacar del nido a adolescentes perpetuos de más de 30 años.Nuestra inquietud ante estas conductas juveniles¿ no será fruto de que vemos reflejados en ellos nuestra incapacidad para transmitirles otro horizonte?. Sea como fuere, lo que resulta evidente es que en la sociedad que los adultos hemos creado se carece de apoyo social para la transmisión de esos otros valores en los que creemos: espirituales, humanistas, religiosos. Los hemos privatizado en nombre de la libertad de pensamiento y expulsado de la vida pública, pero así les hemos privado de credibilidad. Por ello ahora, al intentar transmitirlos a las nuevas generaciones, comprobamos que les suenan a \»música celestial\», que no vale hablarles de ellos, porque apenas tienen experiencia de los mismos, mientras que se han hartado de ver en la televisión propuestas bien opuestas a dichos valores, recibiendo una pre-formación sobre lo que está \»vigente\» en la sociedad que es más incisiva por ser en buena parte incosnciente. Estos valores hay que \»mostrárselos\», tienen que palpar que, con ellos, es posible vivir de otra manera, de forma más feliz y plena. De otro modo, al ser la adolescencia un tiempo en que se tiende a rechazar lo trasmitido por la familia para identificarse indiscriminadamente con lo ambiental, se desprenderán de ellos junto con otros rasgos de la infancia, a la búsqueda de una identidad juvenil hoy francamente difícil. No nos hagamos ilusiones, al ser el noctambulismo un factor de identificación con los de su edad es imposible evitarlo y reprimirlo quizá no lleve a ninguna parte.Mientras tanto, lo posible sería fomentar los ejercicios de autoresponsabilidad; apoyarles para organizar las mañanas de los sábados y domingos, cumpliendo en otro ámbito y ambiente sus ansias de estar sólos y divertirse (deporte, montaña…) como alternativa; controlar sabiamente la dosis de tv. que ven durante la infancia e integrar las nuevas tecnólogías con la lectura reposada, la forma más eficaz de alcanzar una distancia crítica ante cosas, personas, emociones, de introducir la pregunta y la duda en el propio pensamiento. Y en todo caso, esperar qu descubran por sí mismos lo que desde nuestra vida les queremos ofrecer. Pero no nos engañemos. Nuestros hijos son, en buena parte, fruto de la sociedad que nosotros hemos inventado.artículo publicado en la revista Ciudad NuevaNOTA (1): .Cf. Javier Elzo, Jóvenes, \»noche\» y diversión\»,en Misión Joven 38(1998), nº 258/259, pgs.5-16.
San Francisco Javier, presbítero
Lc 10,21-24. Jesús, lleno de alegría en el Espíritu Santo