Jueves después de ceniza

Ayer las lecturas nos convocaban con premura al tiempo propicio y reiteraban pedagógicamente la invitación con la expresión “ahora”.

(JPG) En este día, la Liturgia sigue llamándonos la atención con el parámetro temporal: “Hoy te pongo delante la vida y el bien, la muerte y el mal” (Dt 30,19). “Hoy” Dios promulga para ti los mandatos que contienen vida. “Hoy” son citados los testigos de la creación, los testigos de la redención, el cielo y la tierra. Ante ellos, con el protocolo más solemne, para que no podamos engañarnos a nosotros mismos, Dios nos ofrece el bien, la vida, la fecundidad, si escuchamos su voz y nos pegamos a Él.

Una respuesta adecuada nos la dicta el salmista: “Dichoso el hombre que medita su ley día y noche” (Sal 1). Pero sobre todo, la que recomienda Jesús: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día, y se venga conmigo” (Lc 9,23).

“Ahora”, “hoy”, “cada día” son expresiones de llamada urgente. “Hoy, si escuchas su voz, no endurezcas el corazón” (Sal 95). La gracia y el poder del Señor pueden convertir tu corazón de piedra en corazón de carne.

Es tiempo de ternura, de sentimiento, de dejar entrar la mirada del que sufre, del que padece hambre, paro, marginalidad… “El que pierda su vida por mi causa la salvará” (Lc 9,24).

Un refrán castellano afirma: “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”. No deseo fomentarte los posibles puntos de honra, por la conciencia de cumplir algunos propósitos, pero está bien que tus buenas intenciones se conviertan en historia concreta.

Hoy, jueves, siguiendo las llamadas a la oración, a la caridad, al dominio propio que nos hace la Iglesia en este tiempo, ¿qué puedes hacer?