Jueves tercero de cuaresma

De nuevo nos encontramos con las tres referencias: la Ley del Señor, la dureza de corazón y la respuesta humilde adecuada.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.“Ésta es la orden que di a vuestros padres: «Escuchad mi voz. Y seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo. Caminad por el camino que os mando, para que os vaya bien» (Jr 7,22).”

El pueblo desoyó los mandatos del Señor. “No me escucharon, ni prestaron oído”. En el Evangelio, además, cuando Jesús curó a un mudo, le acusaron de estar aliado con Satanás. El endurecimiento del corazón puede llegar a las cotas máximas.

Ante ambos discursos, el de Dios, invitando a la obediencia, y el del pueblo refractario -“Aquí está la gente que no escuchó la voz del Señor”-, la única salida nos la ofrece el salmista: “Ojalá escuchéis hoy su voz: No endurezcáis vuestro corazón”.

La humildad es la puerta para salir de toda zona oscurecida por la falta de sensibilidad. “Entrad, postrémonos por tierra”. No se nos pide un gesto humillante, sino de adoración y de reconocimiento de quien es nuestro Dios y de su enviado, Jesucristo.

Hay momentos en los que por justificar nuestra conducta desobediente nos excusamos con argumentos extraños, como los que le echaron en cara a Jesús algunos de sus vecinos. “Si echa los demonios, es por arte de Belcebú (Lc 11,15)”. Suele ser una manera cómoda de evitar el impacto de la verdad del otro, estigmatizarlo, erosionar su autoridad para quedar libre de su testimonio.

No podemos perdernos en consideraciones diletantes, dando vueltas a conceptos morales, a detalles nimios para evadir la llamada que nos hace la Palabra. Hoy, si escuchas su voz, no endurezcas el corazón. Además, la promesa se cumplirá; si atiendes los mandatos, te irá bien.

Las palabras de Jesús son fuertes: “El que no está conmigo, está contra mí” (Lc 11,23). ¡Basta de indiferencia!

“Venid, aclamemos al Señor,
Demos vítores a la Roca que nos salva;
Entremos en su presencia dándole gracias
Aclamándolo con cantos” (Sal 94).