Juntos somos impar

¿Pero es posible la espiritualidad conyugal? ¿Es posible la fidelidad a un otro para siempre? Estas preguntas nos las hacemos de vez en cuando. Cada vez que tenemos una crisis: «esto no lo aguanto más», «un día me largo y no me ves más el pelo», «otra noche de fútbol…», «otra película de cuánto sufro Margarita…» Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Pero seguimos. Seguimos porque tenemos un hijo que tiene que crecer; seguimos porque hace diez años que convivimos y, cuando el uno falta, el otro le echa de menos, no se siente aliviado. Seguimos porque nos reconocemos en pequeños gestos del otro y nos damos cuenta que estamos creciendo gracias al otro. Porque nos complementamos hasta en nuestras pequeñas infidelidades mentales. Porque nos llenamos a nosotros mismos de nuestro mundo y si no tuviéramos esa puerta abierta para el mundo del otro nos volveríamos locos egocéntricos que no son capaces de regalar nada y, por tanto, de recibir nada. La puerta está abierta para que por ella salgan y entren pequeñas parcelas de otros mundos que nos enriquecen. Mantenemos nuestra fidelidad conyugal porque al otro debemos, al menos una parte, lo que ahora somos. Y eso no lo vamos a ir regalando como si nos perteneciera por entero. Eso, es de los dos.

Luego pasan las crisis y de cada una obtenemos un beneficio mayor: hemos aprendido a hablar en voz más baja cuando discutimos; a escuchar al otro y respetar su punto de vista; a reencontrarnos a nosotros mismos -como personas individuales que somos y a veces olvidamos- y a renovar nuestro compromiso matrimonial. Entonces aparece la luz. Gracias a Dios no somos medias naranjas que nos hemos encontrado en el camino, somos naranjas enteras que formamos un par.